Despreciables
El encierro contra la Ley de Extranjer¨ªa que un grupo de inmigrantes magreb¨ªes mantiene todav¨ªa, a la hora de escribir esta columna, en la Universidad de Almer¨ªa es otra prueba del abismo cultural que nos separa de ellos. Hace tres semanas decidieron encerrarse en la universidad porque consideraron con una ingenuidad conmovedora que esta instituci¨®n es el motor social de Almer¨ªa. Aunque los profesores no tienen competencias para darnos papeles, debieron de pensar, s¨ª podr¨¢n usar su prestigio ante la sociedad para mediar en el conflicto. Alguien tendr¨ªa que haberles dicho que si lo que buscaban era que las fuerzas verdaderamente vivas de la sociedad almeriense se comprometieran con sus demandas, deber¨ªan haberse encerrado en el estadio del club de f¨²tbol Polideportivo Almer¨ªa, en el Centro Comercial Mediterr¨¢neo, en la c¨¦lebre taberna Casa Puga o en la Cofrad¨ªa del Santo Sepulcro. Su protesta hubiera tenido m¨¢s repercusi¨®n en cualquier otro lugar; hasta en el descampado donde se levanta el real de la Feria hubieran recabado m¨¢s apoyo que en el erial de la universidad.
Hace tiempo que ninguna universidad espa?ola puede considerarse centro neur¨¢lgico de ninguna sociedad, y la de Almer¨ªa no es una excepci¨®n. Al contrario de lo que hubiera sucedido hace veinte a?os, el encierro de unas personas protestando contra una ley manifiestamente injusta apenas ha perturbado el mon¨®tono discurrir de la vida universitaria. Unos cuantos estudiantes se han solidarizado con los encerrados, y han tratado sin ¨¦xito de convocar a sus compa?eros. Me consta que muchos de mis alumnos no hacen suyas en absoluto las reivindicaciones de estos ni de otros inmigrantes. Afortunadamente hay otros que s¨ª, pero de ellos s¨®lo una minor¨ªa est¨¢ dispuesta a abandonar la desidia para participar en algo que no sea la foto de la orla o una paella gigante contra el hambre en el mundo. Entre los profesores y el personal no docente hay quien conserva todav¨ªa cierta sensibilidad en este asunto, pero la mayor¨ªa no se siente tan estimulada por esta causa como lo estar¨¢ cuando haya que reclamar los atrasos de los funcionarios. Los ¨²nicos que no se han mostrado pasivos han sido los dirigentes de la universidad. Primero contrataron un ej¨¦rcito de guardias, como si en vez de miserables sin papeles fueran terroristas internacionales; a continuaci¨®n les sacrificaron corderos; y por ¨²ltimo se quejaron de lo car¨ªsimo que les estaba saliendo el encierro. Hace unos meses una protesta parecida en una iglesia de Almer¨ªa se solucion¨® sin tanta polic¨ªa, m¨¢s econ¨®micamente, gracias a los buenos oficios del p¨¢rroco, del Ayuntamiento y de la Subdelegaci¨®n del Gobierno. Es cierto que en este asunto las instancias oficiales han dejado solos a los gestores de la universidad, y que el Subdelegado del Gobierno ha esperado tres semanas antes de dar se?ales de vida; pero eso es algo que no debe extra?ar: la indiferencia que este encierro ha provocado en los pol¨ªticos socialistas y populares de Almer¨ªa es la prolongaci¨®n del desinter¨¦s mostrado por la comunidad universitaria, el fiel reflejo al fin y al cabo del desprecio que estos asuntos suscitan en la mayor¨ªa de los almerienses y en casi todos los espa?oles.
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