El des¨¢nimo
Todos lo hemos conocido. Es una enfermedad insidiosa, un veneno, un elemento que paraliza la voluntad. Hay vitaminas contra la anemia, contra la falta de energ¨ªa, contra las enfermedades de la piel o del sistema digestivo, pero no contra el des¨¢nimo. Y se dice por todas partes que Chile, a pesar de sus ¨¦xitos, de las excelentes cifras de la macroeconom¨ªa, de su buena imagen internacional, est¨¢ desanimado, corro¨ªdo por el pesimismo. Habr¨ªa que hacerse algunas preguntas de fondo. Hace cinco a?os, el pa¨ªs sal¨ªa de su dictadura lleno de optimismo. El mundo exterior y nosotros mismos parec¨ªamos convencidos de que la transici¨®n chilena era un modelo, una invenci¨®n brillante y digna de las mayores alabanzas. De repente, la situaci¨®n se invirti¨® en forma brusca y abismal. ?D¨®nde est¨¢ la l¨®gica o la continuidad hist¨®rica de todo este asunto? Un amigo extranjero me cuenta que al llegar cre¨ªa saberlo todo, pensaba que el pa¨ªs era m¨¢s bien f¨¢cil, que el ¨¦xito estaba a la vista, y que ahora, al cabo de dos a?os y medio, tiene la impresi¨®n de saber y de entender cada d¨ªa menos. A m¨ª me sucede m¨¢s o menos lo mismo, le respondo, y eso que nac¨ª en esta tierra hace ya muchas d¨¦cadas. Cada d¨ªa que pasa agrega algo a la confusi¨®n, a la incertidumbre, a la oscuridad generalizada.
Me acuerdo de una breve novela francesa de mediados del siglo XIX. Era un relato que formaba parte de Las endemoniadas, obra del escritor Barbey d'Aurevilly, autor cl¨¢sico e ignorado entre nosotros, como tantas otras cosas. El relato al que me refiero lleva un t¨ªtulo sugerente: 'La felicidad en el crimen'. Era la historia de una pareja que hab¨ªa cometido un homicidio, no s¨¦ si del marido de ella o la mujer de ¨¦l, y que no hab¨ªa sufrido el menor castigo, ni siquiera en la conciencia. Viv¨ªan retirados en una mansi¨®n de campo, en una situaci¨®n de paz id¨ªlica, felices y contentos. Ni siquiera en el final del relato, salvo que la memoria me traicione, se produc¨ªa una trizadura, una alteraci¨®n cualquiera de la paz de ese hogar cuyo punto de partida era un asesinato a traici¨®n y a mansalva.
Al escribir lo anterior me digo una vez m¨¢s que las situaciones de la ficci¨®n, los episodios propios del g¨¦nero novelesco, suelen no tener equivalencias en la realidad. Cinco o seis a?os atr¨¢s parec¨ªa que sal¨ªamos de la oscuridad autoritaria a una democracia luminosa, s¨®lida, llena de salud, dotada de una econom¨ªa floreciente, que nos llevar¨ªa derecho a romper con el c¨ªrculo vicioso del subdesarrollo. Nadie ignoraba que hab¨ªa una larga serie de cad¨¢veres escondidos en los armarios, pero daba la impresi¨®n de que aquellos hechos pasados no ten¨ªan mayor influencia en la euforia del presente. Parec¨ªa que hab¨ªamos evolucionado bien, con buena conciencia, y a veces me dije que parec¨ªamos un caso de felicidad en el crimen, como la curiosa pareja de Las endemoniadas. Ahora, la situaci¨®n se ha revertido de un modo dram¨¢tico. Somos un caso de mala conciencia aguda, activa, extremada, como lo demuestra la carta al cardenal de un grupo de intelectuales de inspiraci¨®n cat¨®lica. No se trata de buscar el equilibrio entre los valores de la justicia y los del perd¨®n, sino de insistir antes que nada en el car¨¢cter absoluto de la justicia. Hablar del perd¨®n, en los tiempos justicieros que corren, ser¨ªa casi por definici¨®n sospechoso.
Desapareci¨®, pues, por lo menos en lo que se refiere al contenido filos¨®fico y ¨¦tico de la transici¨®n, la euforia de hace algunos a?os. Y no ser¨ªa extra?o que la reserva, el esp¨ªritu cr¨ªtico, la noci¨®n de culpa, alcancen tambi¨¦n al terreno de la econom¨ªa. Uno podr¨ªa esbozar un principio de explicaci¨®n. La Unidad Popular fue una de las expresiones del derrumbe, aqu¨ª y en todas partes, del socialismo real. Su fracaso fue un anticipo y a la vez una consecuencia de dicho derrumbe. Si uno examina su l¨®gica interna, la econom¨ªa del allendismo, con todos sus argumentos, a primera vista impresionantes, pero en definitiva ilusorios, estaba destinada a terminar mal. Ahora bien, las bases del sistema de libre mercado, las de una aut¨¦ntica y radical restauraci¨®n del capitalismo, fueron colocadas en Chile con argumentos dictatoriales, sin el m¨¢s m¨ªnimo derecho a huelga, a protesta, a pataleo. En 1993 o 1994, con altas cifras de crecimiento, con escaso desempleo, esto nos parec¨ªa normal. Ahora, en medio de una relativa recesi¨®n, con niveles de desempleo m¨¢s bien altos, en un estado de conciencia general mucho m¨¢s alerta, m¨¢s exigente y cr¨ªtico, las cosas se ven de muy diferente manera. Todo ocurre, adem¨¢s, frente a un fondo de procesos por los atropellos horrendos del pasado que no contribuye, precisamente, a prolongar el estado de 'felicidad en el crimen', el de tranquila buena conciencia, de que nos hablaba el relato de Barbey d'Aurevilly. Se termin¨® la impunidad, o est¨¢ por lo menos en v¨ªas de terminarse, y qued¨® atr¨¢s la feliz desmemoria. Me pregunto si en esta forma es posible que haya una verdadera y exitosa transici¨®n. Quiz¨¢s s¨ª, pero hay que encontrar f¨®rmulas, arreglos, ajustes, y la tarea es intrincada. La buena voluntad y la imaginaci¨®n se hacen indispensables y no son virtudes que anden tiradas en las plazas.
Hemos pasado, en buenas cuentas, de un estado de euforia ingenuo a uno de mala conciencia m¨¢s o menos colectiva. Y, como se sabe, uno de los efectos de la conciencia aguda, adem¨¢s de culpable, es la par¨¢lisis, la dificultad para actuar. Los hombres de acci¨®n nunca han sido personas de conciencia demasiado rebuscada y refinada. Hamlet era un pr¨ªncipe de la mayor finura, un amigo perfecto, pero habr¨ªa sido un p¨¦simo hombre de negocios, un ministro de finanzas detestable, un jefe de gobierno sospechoso. Es probable que nuestro des¨¢nimo actual sea algo as¨ª como la etapa hamletiana de nuestra historia reciente y quiz¨¢s ser¨ªa bueno dejarla atr¨¢s cuanto antes. Se observa, por ejemplo, un resurgimiento de las cr¨ªticas ideol¨®gicas, altamente contaminadas por la vieja ideolog¨ªa marxista, en contra de la econom¨ªa actual. A lo mejor es un fen¨®meno mundial. He visto en pocas semanas las barricadas floridas de Quebec y las emanaciones de humos lacrim¨®genos en las cercan¨ªas de la estaci¨®n Mapocho. He notado en algunos textos, en la vuelta de algunas frases, una nueva satanizaci¨®n de la clase de los empresarios. ?Hay que seguir por este camino, que podr¨ªa ingresar en espirales m¨¢s o menos imprevisibles, o conviene detenerse a reflexionar?
A menudo me digo que muchos de los j¨®venes, los estudiantes que se toman la calle, los pol¨ªticos de izquierda de la vieja escuela, no han comprendido las lecciones de las ¨²ltimas d¨¦cadas, pero despu¨¦s contemplo a los est¨®lidos empresarios en sus mesas redondas, en sus reuniones de directorio, en sus desayunos, y me digo que tampoco han entendido mucho. Da la impresi¨®n de que estuvieran en Suiza, en Inglaterra, en la Bolsa de Comercio de Par¨ªs o en un club de campo de cualquier parte. Ellos tienen la obligaci¨®n de mejorar su punter¨ªa y de recurrir a argumentos m¨¢s convincentes. No desecho la idea de que fijar un salario m¨ªnimo puede introducir elementos de rigidez en la vida econ¨®mica. Pero tampoco puedo negar que 105.000 pesos mensuales, equivalentes a menos de doscientos d¨®lares, son una cantidad irrisoria para cualquiera, y desde luego para un jefe de hogar. Pienso francamente que los empresarios de un pa¨ªs del Tercer Mundo, como es el caso de Chile, deber¨ªan emplear un lenguaje diferente. Deber¨ªan tratar de convencernos y acordarse de que los lenguajes de autoridad, tan escuchados hace algunos a?os, ya no sirven para nada. Chile hizo su transici¨®n bien, aunque con mayores dificultades de lo que parec¨ªa en un comienzo, pero quedaron enclaves autoritarios que son incluso anteriores a la dictadura, aunque no nos guste reconocerlo. Somos y siempre hemos sido un pa¨ªs de mucho golpe en la mesa, de mucha protesta desesperada y de poca conversaci¨®n. Yo dir¨ªa lo siguiente: el socialismo a la manera marxista-leninista, con propiedad central de los medios de producci¨®n, se acab¨® para siempre, aqu¨ª y en casi todas partes. El fracaso de la Unidad Popular fue un s¨ªntoma y una advertencia, como lo entendieron bien los comunistas italianos y espa?oles y bastante mal los chilenos. Pero tampoco puede haber una especie de triunfalismo de la econom¨ªa de mercado en un pa¨ªs que todav¨ªa es pobre, donde las desigualdades siguen siendo brutales, donde subsisten problemas serios de salud y de educaci¨®n. Ya es tiempo de que los empresarios, los economistas y pol¨ªticos de oposici¨®n, la gente del establishment en su conjunto, empiece a entender este aspecto de la cuesti¨®n. Sin pretender o fingir a cada rato que los fantasmas del pasado est¨¢n de vuelta. As¨ª, sin fantasmas, sin truculencia, sin demagogia de un lado y de otro, creo que podr¨ªamos salir de nuestro famoso des¨¢nimo y recuperar el rumbo.
Jorge Edwards es escritor chileno
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