La 'matroshka' rota
Ahora hace diez a?os, el 25 de diciembre de 1991, ten¨ªa lugar uno de los acontecimientos m¨¢s asombrosos del siglo XX: en un discurso televisado, el presidente Mija¨ªl Gorbachov anunciaba su dimisi¨®n y con ello eliminaba el ¨²ltimo obst¨¢culo para la desaparici¨®n de la URSS. 'Se ha impuesto una l¨ªnea de desmembramiento del pa¨ªs y de desuni¨®n del Estado que no puedo aceptar', explic¨®. Para firmar la dimisi¨®n, tuvo que pedirle la pluma a un periodista americano, porque la suya no funcionaba. Inmediatamente, con su brutalidad de siempre, Yeltsin se apropi¨® del despacho presidencial. La soberbia bandera roja de la Revoluci¨®n dej¨® de ondear majestuosamente sobre el Kremlin y fue sustituida por la tricolor rusa.
As¨ª, la segunda gran potencia mundial se desplom¨® casi en silencio, como un castillo de naipes. Ya en 1917 la revoluci¨®n bolchevique hab¨ªa triunfado en un escenario mucho menos ¨¦pico que el narrado por Eisenstein, con la gente bien asistiendo a la ¨®pera y los tranv¨ªas circulando por las calles de Petrogrado, pero la ausencia de todo dramatismo en el desenlace fue algo que nadie hubiera podido prever. Con el Estado sovi¨¦tico se hund¨ªa asimismo el proyecto reformador m¨¢s sincero en la historia del comunismo sovi¨¦tico, comparable s¨®lo a la primavera de Praga. En Rusia, hab¨ªa advertido Gorbarchov, la suerte de los reformadores fue siempre incierta, 'o se convierten ellos mismos en reaccionarios, como el zar Alejandro I, o son asesinados como Alejandro II'. Por fortuna, la muerte de Gorby fue s¨®lo pol¨ªtica.
Los antecedentes inmediatos son de sobra conocidos. En agosto de 1991, Gorbachov esperaba alcanzar la aceptaci¨®n de un Tratado de la Uni¨®n destinado a garantizar la supervivencia de la URSS en forma de una confederaci¨®n de Estados. S¨®1o que en v¨ªsperas de la firma, el 19 de agosto, mientras el presidente descansaba en Foros, junto al mar Negro, un comit¨¦ de conjurados, encabezado por el vicepresidente Yanaev, proclam¨® el estado de emergencia con el prop¨®sito declarado de anular la perestroika. Detr¨¢s se encontraban las fuerzas que ya en diciembre de 1990 impusieran a Gorbachov un significativo giro conservador en el personal dirigente del Estado, tal y como denunci¨® al dimitir entonces el reformista Shevernadze: el complejo industrial-militar, la administraci¨®n agraria, el KGB, con el apoyo pol¨ªtico del Partido Comunista. El golpe result¨®, incluso t¨¦cnicamente, una chapuza, y desde su reclusi¨®n en Foros, Gorbachov supo ver que las consecuencias ser¨ªan nefastas: 'Os destruir¨¦is a vosotros mismos, y eso es cuesti¨®n vuestra, id al diablo, pero tambi¨¦n destruir¨¦is el pa¨ªs y todo lo que estamos haciendo'.
A partir de ese momento, Yeltsin se mostr¨® implacable a la hora de esgrimir contra Gorbachov su ¨¦xito personal como cabeza de la resistencia al golpe, y las vacilaciones de ¨¦ste en torno a la ilegalizaci¨®n del PCUS le ayudaron no poco. Las tendencias centr¨ªfugas, que el Tratado de la Uni¨®n hubiera debido contener, se desencadenaron de forma irreversible, con proclamaciones de independencia en cascada desde las distintas rep¨²blicas. Era 'el estallido del Imperio', que previera ya desde 1978 H¨¦l¨¨ne Carr¨¨re d'Encausse en medio de una incredulidad general. El punto de no retorno fue el refer¨¦ndum del 1 de diciembre por la independencia de Ucrania, donde el 's¨ª' desbord¨® el 80% de votantes que en marzo anterior optaran por permanecer en la URSS. El golpe fallido de agosto provocaba una oscilaci¨®n radical del p¨¦ndulo. Y sin Ucrania, no hab¨ªa URSS posible. El 8 de diciembre, reunidos en Minsk los presidentes de Rusia (Yeltsin) , Ucrania (Kravtchuk) y Bielorrusia (Shushkevich) declaraban, en calidad de fundadores del Tratado de la Uni¨®n de 1922, que la URSS dejaba de existir ocupando su vac¨ªo una Comunidad de Estados Independientes (CIS) de contenido indeterminado y adscripci¨®n voluntaria. Con la dimisi¨®n de Gorbachov el 25 de diciembre, la agon¨ªa terminaba.
El protagonismo de Bielorrusia, rep¨²blica sin tradici¨®n separatista, en la disgregaci¨®n final sugiere que en la misma no s¨®lo intervino la convergencia de movimientos democr¨¢tico-nacionales, del tipo de los registrados en los Pa¨ªses B¨¢lticos o en el C¨¢ucaso, en pleno auge desde el momento en que Gorbachov liberaliz¨® las condiciones pol¨ªticas. Para esos y otros nacionalistas, y a pesar de la ret¨®rica sobre la autodeterminaci¨®n o las culturas nacionales, la URSS era una c¨¢rcel de pueblos. Pero el s¨²bito fervor secesionista de dirigentes regionales sugiere la presencia de una motivaci¨®n de otro orden. El bander¨ªn de enganche nacionalista es en este caso un recurso utilizado por las nomenklaturas perif¨¦ricas para evitar los efectos de la crisis registrada en el centro por el poder comunista. Uno de los rasgos de la estabilizaci¨®n burocr¨¢tica de la era Breznev hab¨ªa consistido precisamente en aceptar la cuasi independencia de los 'se?ores feudales' que reg¨ªan las rep¨²blicas perif¨¦ricas. Ahora, ¨¦stos o sus herederos, sin perder un ¨¢pice de autoritarismo, seguir¨¢n en el mando denunciando incluso el pasado comunista del que proceden, sobre todo en Asia Central, como ese Islam Karimov que en Uzbekist¨¢n mantiene el monopolio de poder, una vez que ha sustituido las estatuas de Lenin por las de Tamerl¨¢n.
En profundidad, las causas del derrumbamiento remiten a dos temas centrales: la derrota en la carrera de la competencia econ¨®mica con el mundo capitalista y lo que podr¨ªamos calificar provocativamente como la ausencia del Estado. Son fen¨®menos cada vez m¨¢s visibles desde el momento en que se comprueban la involuci¨®n pol¨ªtica que sigue al revisionismo de Jrushev y el irrealismo de sus expectativas de alcanzar a medio plazo los niveles de la econom¨ªa norteamericana. Por expresarlo con el lenguaje del Komintern, la fuerza motriz del entusiasmo en las masas comunistas consisti¨® en forjar, aun a costa de grandes sacrificios, el para¨ªso de los trabajadores sobre la tierra. Al llegar los a?os 70, resultaban evidentes, en cambio, la penuria en el consumo, la vigilancia generalizada contra todo signo de disidencia, los privilegios y la corrupci¨®n de la nomenklatura. El final de la utop¨ªa se produjo antes que nada en la mente de los ciudadanos sovi¨¦ticos, que de un modo u otro recib¨ªan adem¨¢s el impacto de un modo de vida occidental caracterizado en las im¨¢genes por el consumo de masas y no por la explotaci¨®n descrita en la propaganda oficial. Los logros de la industrializaci¨®n de Stalin tocaban techo y la URSS acumulaba atraso tecnol¨®gico, salvo en la industria de armamentos, desde los a?os 60. La carrera con los Estados Unidos y los gastos derivados de la intervenci¨®n en Afganist¨¢n hicieron el resto: en los a?os 80, el horizonte de la recesi¨®n se hizo inevitable.
Fue ¨¦ste el punto d¨¦bil de Gorbachov, al creer que podr¨ªa repetirse el ¨¦xito de la NEP leniniana en los a?os 20, sin tener en cuenta que ahora faltaba el recurso humano de una clase empresarial reci¨¦n expropiada y que de poco serv¨ªan, salvo para aflojar presi¨®n desde arriba y productividad, unas gotas de libertad econ¨®mica. Desde 1989, la econom¨ªa sovi¨¦tica inici¨® una ca¨ªda libre, con retrocesos crecientes en el PIB, falta de art¨ªculos de consumo y consiguiente malestar popular. La nueva atm¨®sfera pol¨ªtica de 1986-89 les parec¨ªa a muchos ciudadanos rusos una in¨²til diversi¨®n cuando no encontraban qu¨¦ comer y se les restring¨ªa el vodka. Tuve ocasi¨®n de comprobarlo por m¨ª mismo en la primavera del 91: el apoyo popular a Gorby se hab¨ªa desvanecido y era m¨¢s bien el blanco de todas las cr¨ªticas en la calle. Y sin el pueblo, la perestroika se hac¨ªa imposible.
Por otra parte, el Estado sovi¨¦tico s¨®lo respond¨ªa en cuanto al monopolio de la violencia a las caracter¨ªsticas adscritas habitualmente a lo que llamamos Estado. Su finalidad no era el mantenimiento del orden y de una legalidad en que se vieran reconocidos los derechos del ciudadano, sino un estado de excepci¨®n permanente que ya por decisi¨®n de Lenin degener¨® siempre que fue oportuno en puro y simple terror de masas. Lenin era enemigo de la concepci¨®n autocr¨¢tica del zarismo, pero ¨¦l mismo percibi¨® que su Estado reproduc¨ªa los defectos del pasado. Era un instrumento de opresi¨®n de clase cuyas dimensiones Stalin se limitar¨ªa a ampliar. Y tampoco se mantuvo como una unidad de acci¨®n aut¨®noma, porque el verdadero sujeto de las decisiones era el Partido Comunista, suplantado a su vez en las esenciales por el Secretario General, al modo de esas mu?ecas rusas donde una esconde a otra.
Fue esta matroshka pol¨ªtica la que quebr¨® en 1991, a pesar de los inteligentes esfuerzos de Gorbachov por servirse de las designaciones de leales, el 'flujo circular del poder' de que habla R. V. Daniels, para ganar el PCUS a sus reformas, y desde aqu¨ª dar el salto como presidente de la URSS a la construcci¨®n de un Estado basado en un 'socialismo pluralista'. Es lo que pone en marcha con las elecciones de 1989, s¨®lo que la introducci¨®n de la democracia despertaba inevitablemente a las fuerzas antisistema y supon¨ªa un peligro de muerte inminente para la hegemon¨ªa del PCUS, que la nomenklatura no estaba dispuesta a soportar, y menos a favorecer. La habilidad pol¨ªtica de Gorbachov s¨®lo sirvi¨® para aplazar un desenlace regresivo cuya consumaci¨®n fue impedida por la erosi¨®n que el proceso hab¨ªa ya causado en los cuadros del r¨¦gimen. Faltaron los recursos para la ¨²nica salida continuista: un Tian An Men sovi¨¦tico. As¨ª, sin cohesi¨®n en el partido, tanto la edificaci¨®n del Estado como la vuelta atr¨¢s se convert¨ªan en opciones imposibles. Cuando un periodista le pregunt¨® a Yakovlev por las razones del colapso, el art¨ªfice de la perestroika respondi¨® con otra pregunta: '?Por qu¨¦ desaparecieron los dinosaurios?'. Las causas del hundimiento fueron end¨®genas. El marxismo sovi¨¦tico era irreformable.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense.
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