Marsillach, sin la Creu de Sant Jordi
Leo en los peri¨®dicos las esquelas mortuorias del pasado martes y compruebo que si bien el Ayuntamiento de Barcelona otorg¨® a Adolfo Marsillach la Medalla de Oro al M¨¦rito Art¨ªstico, la Generalitat, en cambio, no le concedi¨® la Creu de Sant Jordi. Dada la personalidad del reci¨¦n fallecido esto ¨²ltimo no es sorprendente. Por el contrario, y por desgracia, se trata de algo habitual en un pa¨ªs que desde el poder pol¨ªtico auton¨®mico ha sido sometido a un sectario proceso de normalizaci¨®n y de construcci¨®n nacional. ?Felicidades p¨®stumas, Adolfo Marsillach, por haber hecho los suficientes m¨¦ritos para no estar en la lista de los premiados!
Siempre me han intrigado los criterios mediante los que se otorgan, a?o tras a?o, las Creus de Sant Jordi, la condecoraci¨®n con la cual el Gobierno de la Generalitat pretende distinguir a ciudadanos e instituciones de raigambre catalana o que hayan tenido alguna relaci¨®n con Catalu?a. Que yo sepa nadie ha realizado una investigaci¨®n de la lista de los hasta ahora premiados con el fin de averiguar estos criterios. Tampoco ello es de extra?ar. En nuestro pa¨ªs, los historiadores, soci¨®logos y polit¨®logos suelen ser renuentes a estudiar los comportamientos del poder para as¨ª poder mostrarlo tal cual es: ser¨ªa tanto como indisponerse con ¨¦l al descubrir su naturaleza real y los intereses que ampara. Sin embargo, hacer un an¨¢lisis de las personas e instituciones que han merecido el honor de haber recibido la Creu de Sant Jordi para comprobar tanto las inclusiones como las exclusiones permitir¨ªa deducir los criterios mediante los cuales se han producido unas y otras.
La Creu de Sant Jordi es una condecoraci¨®n que concede directamente el Gobierno de la Generalitat. Tambi¨¦n el Gobierno central concede condecoraciones de igual g¨¦nero, que adoptan nombres diversos, heredados en su mayor¨ªa de la ¨¦poca franquista o, quiz¨¢, de mucho antes. El paso de la dictadura a la democracia hubiera sido una buena ocasi¨®n para eliminar tal tipo de honores, a menos que la concesi¨®n fuera propuesta por un jurado de personalidades de reconocido prestigio y de composici¨®n plural -como sucede con los premios Ciutat de Barcelona, Cervantes o Pr¨ªncipe de Asturias- que garantizara una m¨ªnima objetividad y a quienes pudiera atribuirse la responsabilidad del fallo. En otro caso, que los ¨®rganos pol¨ªticos otorguen directamente, sin mediaci¨®n alguna, este tipo de condecoraciones se presta a que el poder premie sobre todo a los suyos, a los amigos, busque apoyos en los que son cercanos, intercambie favores -ayudas econ¨®micas al partido del poder, por ejemplo- o intente neutralizar a algunos cr¨ªticos, tentando su vanidad al incluirlos en la lista de galardonados. Cr¨ªticos que, adem¨¢s, sirven de coartada a la parcialidad con la que son designados los restantes condecorados. En definitiva, se trata de reconocer qui¨¦nes son los nuestros y, cautamente, ir ampliando la clientela pol¨ªtica.
La Creu de Sant Jordi, por otra parte, no es una condecoraci¨®n mediante la cual se reconozcan especiales m¨¦ritos por una actividad determinada -cultural, cient¨ªfica, laboral, deportiva...-, sino que premia algo tan dif¨ªcil de medir como es la trayectoria de toda una vida al servicio de Catalu?a. Es esta indeterminaci¨®n la que permite una amplia discrecionalidad que, en muchos casos, no es otra cosa que pura arbitrariedad. Hace unos meses, ya surgi¨® la pregunta de por qu¨¦ no se hab¨ªa otorgado la Creu de Sant Jordi a Josep Verg¨¦s, el gran editor de Destino, con indiscutibles m¨¦ritos por su dilatada trayectoria en el mundo cultural. Hoy nos preguntamos por qu¨¦ no se ha concedido la Creu de Sant Jordi al barcelon¨¦s Adolfo Marsillach.
La respuesta la conocemos perfectamente. Los m¨¦ritos de Marsillach en el mundo del teatro -y tambi¨¦n, aunque en menor medida, en el del cine, la televisi¨®n, la literatura y el periodismo- son mucho m¨¢s que indiscutibles. Nadie se atrever¨ªa a ponerlos en duda. Sin embargo, no se le concede la Creu de Sant Jordi porque esta condecoraci¨®n est¨¢ reservada a los nuestros, a los de probada catalanidad, y Marsillach, de forma clara, no era de ¨¦sos.
La semana pasada muri¨® Camilo Jos¨¦ Cela, a quien s¨ª le fue concedida la condecoraci¨®n de Sant Jordi, aunque tampoco pod¨ªa ser considerado uno de los nuestros, pero se le pod¨ªa perdonar porque no hab¨ªa nacido en Catalu?a. Marsillach, en cambio, era catal¨¢n; es decir, hab¨ªa nacido y se hab¨ªa criado en Barcelona, hab¨ªa actuado miles de veces en nuestra ciudad, pero estaba excluido de aquello que, desde el poder que nos gobierna, se considera cultura catalana. Era lo que en tono coloquial se denomina un traidor. No se le pod¨ªa distinguir, pues, con la que debe ser tenida por condecoraci¨®n nacional porque no formaba parte de la naci¨®n -en el sentido culturalmente cerrado del pujolismo- y, por tanto, era un mal ejemplo que seguir, lo cual, adem¨¢s, no deja de ser cierto. Como todo gran artista, Marsillach no era de nadie. Era un hombre libre que dedicaba sus dotes art¨ªsticas a desvelar ir¨®nicamente las contradicciones e indignidades de la sociedad y la cultura de su tiempo, un cr¨ªtico muy inteligente de la hipocres¨ªa burguesa y del farise¨ªsmo de los poderosos. Basta s¨®lo con recordar sus versiones del Tartufo y el Marat-Sade, puestas en escena en tiempos dif¨ªciles. Como constante disidente era, sin duda, un peligro para cualquier gobernante.
Sin embargo, a pesar de todo ello, la Generalitat le habr¨ªa concedido su preciado galard¨®n si lo hubiera considerado uno de los suyos. Ser de derechas o de izquierdas, conservador, liberal, socialista o ¨¢crata no son obst¨¢culo para obtener la Creu de Sant Jordi siempre que haya alg¨²n motivo para sostener que el premiado est¨¢ dentro del ¨¢mbito de la catalanidad, un ¨¢mbito definido y delimitado por un sanedr¨ªn de sacerdotes guardianes de las esencias, presidido por su cofrade mayor.
Marsillach, sin duda, no pertenec¨ªa a este mundo. Los honores no los recib¨ªa del poder establecido, sino de la sociedad, de los agradecidos ciudadanos, que lo recordar¨¢n siempre como un artista que les ayud¨® a ser m¨¢s l¨²cidos, m¨¢s inteligentes y moralmente m¨¢s aut¨¦nticos.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la UAB.
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