Andante ma non troppo
Como todos los a?os por estas fiestas he recurrido a la escenograf¨ªa dom¨¦stica. Un banquete perpetuo en el recinto familiar con luces, belenes, jijonas y pantallitas iluminadas. Los ni?os dedicados en cuerpo y alma a Winnie the Pooh con el peligro de terminar engullidos por el aparato como la ni?a de Poltergeist; o enfrascados en las consolas, pilotando astronaves cargadas de bombones Tomajawk para perseguir a unos agazapados e invisibles enemigos que, a juzgar por la topograf¨ªa espacial, deduzco en territorio iraqu¨ª. Los mayores reunidos en la mesa familiar en comunicaci¨®n permanente frente a un aparato con sonido decib¨¦lico navide?o que despide fluorescencias. Una verdadera democracia semi¨®tica como le llaman, con obstinado esfuerzo protestante, los cultural studies anglosajones para invocar a la comunidad receptora dom¨¦stica.
Aprovecho las fiestas para convertirme en peat¨®n, en un an¨®nimo transe¨²nte que mueve los pies por mi ciudad
Como todos los a?os, he decidido rebelarme contra este toque de queda. En el pressing que diariamente sostienen la televisi¨®n que nos une y la calle que nos separa, una orden¨¢ndome que no salga y la otra reclamando mi presencia fugaz, gana por puntos la calle. De modo que aprovecho las fiestas de guardar para convertirme en peat¨®n, en un an¨®nimo transe¨²nte que mueve los pies por los pavimentos de mi ciudad y abandona la potencia ocular al infinito. Frente a la persistencia retiniana en el ¨²tero familiar, quiero despegar la vista hacia lo arbitrario, capturar lo heterog¨¦neo, la figura y el fondo, la seguridad y la incertidumbre. Quiero la mirada del c¨ªclope y del ojo de buey, enfocar im¨¢genes con el destello de las ¨®rbitas y con los ojos cerrados. Quiero emular el vagabundeo de un flaneur como Walter Benjamin, que legitimaba su paseo ora convirti¨¦ndose en detective, ora abandon¨¢ndose al spleen. S¨¦ por Bachelard que "lo espacial es un tema para orientar los sue?os" y quiero salir de la pesadilla casera navide?a. Hay que saber andar por la vida en positivo -y quien dice por la vida, dice por el Boulevard Rosa-, con la seguridad de que la conciencia nos pide examen y carburante de vez en cuando. Es una decisi¨®n t¨¢ctica ante los sucesivos encuentros con lo real que s¨®lo pueden llevar a cabo los viajantes y los padres de familia.
"Cit¨¦, pleine de r¨ºves". La madre que la pari¨®. S¨®lo encuentro escaparates y rotulaciones iridiscentes que restauran el consumo navide?o con parada y fonda en los multicentros. Veo letreros que refulgen como el arco iris, brincan como Rocinante, se deshacen como un helado de fresa; se?ales que centran mis ojos y marcan mis pasos hacia El Corte Ingl¨¦s y signos que me cuentan el secreto de la Pir¨¢mide en Canaletas. Veo formas, hombres y m¨¢quinas, que circulan como transparentes ectoplasmas a la velocidad del punto de mira, espectrales l¨ªneas de fuga a trav¨¦s de la sinfon¨ªa del autom¨®vil y la rapsodia del peat¨®n concebidos ambos como instant¨¢neas ("todo por descubrir, todo por borrar", dir¨ªa Baudrillard circulando por el Boulevard Saint-Germain). Veo un arsenal publicitario programado perfectamente con est¨ªmulos s¨²bitos que me incitan a re¨ªr, y a comprar, y a viajar contigo -no, con usted no, era un tropo- al fin del mundo, que como es sabido, est¨¢ un poco m¨¢s all¨¢ del Baricentro.
"La pasi¨®n del paseante estriba en abandonarse en la multitud", dec¨ªa Benjamin en su estudio sobre Baudelaire antes de meterse en un pasaje comercial parisiense y determinar ante cualquier escaparate de mercanc¨ªas una prognosis de la modernidad. Pero si sigo sus pasos en busca de experiencias de choque (Erlebnis) y entro en el Multicentro de las Gl¨°ries me encuentro con una ristra de fun¨¢mbulos curiosos flotando en un espacio disponible inducidos por el pensamiento pragm¨¢tico de llenar los armarios roperos o ampliar el sof¨¢ tres piezas del comedor.
El peregrinaje benjaminiano por las galer¨ªas comerciales del Segundo Imperio ha devenido una procesi¨®n apretujada por la org¨ªa del consumo. Queriendo ser un paseante en busca de experiencias trascendentes, he terminado convertido en un primate transe¨²nte con la idea de comprar un regalo bien envuelto en la Illa Diagonal. Reconozco mi fracaso como ser social y mi escaso apego a la aritm¨¦tica.
Por lo dem¨¢s, hab¨ªa abandonado el universo familiar para evitar la colitis televisual, pero el abrigo urbano me impone una catalepsia muscular de aqu¨ª te espero, las aglomeraciones me aprietan el estern¨®n hasta el agotamiento y mi cabeza dispone de un aforo m¨ªnimo para tantos placeres ¨®pticos. De modo que cierro las pupilas y me voy con la cabeza gacha ante la contundencia persuasiva de tantos dict¨¢menes. Como no puedo dirigirme a un lugar al que sea imposible llegar o andar por esa calle donde s¨®lo circulan las palabras, ni me permiten ser otro soberano que el de Osborne, regreso al espacio t¨¦rmico del hogar.
Como las pantallas del comedor siguen iluminadas, intento cobijarme en el claroscuro de la terraza. Todo sigue en su sitio en estas navidades, las antenas est¨¢n ah¨ª al igual que los r¨®tulos del banco amigo, pero me doy cuenta de que el ne¨®n iridiscente de la IBM tapa el violeta del crep¨²sculo y la estrella de los Reyes Magos se superpone a la oscuridad con unas semanas de antelaci¨®n a los Patriot norteamericanos. Y ante ese anuncio de epifan¨ªa hago como Kant en sus ratos libres: me aprieto la zona central del cortex para capturar los instantes y procesar todos los pensamientos. Lo ¨²nico que se me ocurre a estas horas de la noche es pedir a quien proceda que vuelva a ser pronto una jornada normal, que las luces se apaguen y regresen las sombras de todos los d¨ªas.
Dom¨¨nec Font es profesor de Comunicaci¨®n Audiovisual de la UPF
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