La conquista de Bagdad
La reacci¨®n ante los atentados del 11-S constituy¨® un test del antiamericanismo en pa¨ªses como el nuestro. Muchos opinantes, y algunos de ellos muy cualificados, se deslizaban r¨¢pidamente desde una lamentaci¨®n apresurada de la matanza, necesaria para salvar la cara, hasta la declaraci¨®n de que en realidad lo sucedido resultaba un castigo l¨®gico para la pol¨ªtica imperialista, y en ocasiones criminal, de la gran potencia.
La pinza forjada por el antiamericanismo de izquierdas y el nacionalista, de tan buenos resultados cinematogr¨¢ficos en Bienvenido Mr. Marshall, ha seguido funcionando a pesar de los cambios experimentados en las mentalidades a lo largo de medio siglo, sin que la afortunada mediaci¨®n de Colin Powell en la crisis del islote Perejil, que nos sac¨® de un buen atolladero, fuera suficiente para cambiar la tendencia. Sus or¨ªgenes pueden rastrearse en la explosi¨®n de xenofobia contra los cerdos yanquis -por aquello de que el T¨ªo Sam fue charcutero- durante la guerra de Cuba, si bien, m¨¢s que esos recuerdos prehist¨®ricos, fue probablemente la asociaci¨®n entre el poder americano y el r¨¦gimen franquista lo que gener¨® un ambiente desfavorable, profundamente enraizado en la conciencia popular.
La propia expresi¨®n "mundo libre" se vaciaba de contenido al pensar que la cabeza del mismo era el principal aliado de nuestra dictadura. En los pa¨ªses de nuestro entorno, la derrota del fascismo en 1945 y la recuperaci¨®n econ¨®mica posterior hab¨ªan sido posibles gracias a Estados Unidos. Aqu¨ª no sucedi¨® eso, y la tradicional orientaci¨®n antiamericana de la izquierda ha estado en condiciones de mantener hasta hoy un amplio c¨ªrculo de influencia para un discurso simplificador que incluso al defender causas justas lo hace con tal carga de manique¨ªsmo que su argumentaci¨®n queda en buena medida invalidada.
Conviene, pues, admitir como punto de partida que no todos los males del mundo son culpa del Gran Sat¨¢n norteamericano y que en las sucesivas crisis de los ¨²ltimos a?os han intervenido una pluralidad de factores, lo cual aconseja aislar en el an¨¢lisis cada una de ellas, sin renunciar a la visi¨®n de conjunto, pero tambi¨¦n evitando las amalgamas que autorizan la eliminaci¨®n de una responsabilidad por atender a la aparentemente superior del adversario, y en ocasiones v¨ªctima.
Es as¨ª como los atentados del 11-S, por encima de las responsabilidades de Estados Unidos en pol¨ªtica internacional, han de ser considerados como cr¨ªmenes de masas cuyos fundamentos ideol¨®gicos no se reducen a un conflicto binario, por mucho peso que pueda tener el apoyo estadounidense a Israel. En este caso l¨ªmite, como en el de las destrucciones causadas por Sharon en las ciudades palestinas o en el opuesto de los atentados suicidas contra civiles israel¨ªes, los juicios fundados sobre el mencionado mecanismo de explicar sin m¨¢s matices lo que hace uno por el crimen del otro s¨®lo sirven para desembocar en una cadena de inadmisibles exculpaciones. Los atentados suicidas no legitiman ni explican por s¨ª solos la pol¨ªtica de tierra quemada de Sharon en Cisjordania, y tampoco encuentran en ¨¦sta su ¨²nico factor explicativo ni su justificaci¨®n. En ambos casos, una vez jerarquizadas las responsabilidades, que otorgan la primac¨ªa inequ¨ªvocamente a los halcones israel¨ªes, resulta indispensable acudir al examen de los planteamientos ideol¨®gicos, a mitad de camino entre los supuestos religiosos y la geopol¨ªtica, tanto para entender cuanto ocurre como para dise?ar una eventual intervenci¨®n pacificadora sobre ese conflicto tr¨¢gico e interminable.
No obstante, es preciso reconocer que en este ¨²ltimo a?o nada como la l¨ªnea pol¨ªtica trazada por George W. Bush ha contribuido tanto a una visi¨®n de las cosas en blanco y negro. Su reacci¨®n ante el 11-S constituy¨® desde el principio un ¨¦xito espectacular en lo que concierne a la opini¨®n p¨²blica norteamericana, poniendo en pie lo que llamar¨ªamos un ensimismamiento patri¨®tico agresivo como reacci¨®n frente a la tremenda sensaci¨®n de inseguridad creada por el megaterrorismo. Los aficionados al cine saben bien que en el espacio cerrado del rancho de John Wayne, versi¨®n primaria del Leviat¨¢n de Hobbes, la cohesi¨®n interna y la seguridad, valor supremo, se obtienen gracias a los pu?os y a las pistolas del h¨¦roe contra la amenaza de unos malvados venidos del exterior. En esta lucha del bien contra el mal, la violencia queda justificada por su finalidad, a salvaguardia de los valores y del orden, y no se encuentra sometida a otra ley que al recto juicio del jefe y guardi¨¢n supremo. Es el esquema opuesto al de la violencia ejercida al modo de Locke por el depositario de la legalidad en Solo ante el peligro.
Parece obvio que Bush ha elegido sin vacilaciones el primer camino, la acci¨®n violenta frente a los malvados, si hace falta por encima de la legalidad internacional, y resulta no menos evidente que los habitantes de su rancho nacional, conscientes de la fuerza de los propios pu?os, le otorgan un respaldo mayoritario. S¨®lo que, al franquear las fronteras de la Uni¨®n, los obst¨¢culos comienzan a alzarse en cadena. Ante todo, porque el mundo exterior tiene en la realidad internacional una composici¨®n muy compleja, por encima de la pretensi¨®n dualista de Bush. A continuaci¨®n, porque a Estados Unidos, por su condici¨®n de potencia hegem¨®nica mundial, incluso la opini¨®n p¨²blica de sus aliados le pide que supere la hesicasmia, el mirarse ¨²nicamente al ombligo, en la resoluci¨®n de los conflictos exteriores, y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, porque los supuestos malvados, salvo un Sadam Husein al que su pasado ata al papel de Lee van Cleef en esta historia, tambi¨¦n juegan y no parecen dispuestos a aceptar sin m¨¢s los golpes que les adjudica el gui¨®n.
Toda la historia del eje del mal ilustra ese desfase entre la afortunada propaganda interior y los desgraciados efectos sobre el orden mundial. Nuestro Leviat¨¢n genera orden hacia dentro, pero hacia fuera puede provocar el caos. Para empezar, y a pesar de Hezbol¨¢, carece de sentido incluir en tal eje al Ir¨¢n de Jatam¨ª, factor hoy de estabilidad en el conjunto de la regi¨®n, aun cuando en el pasado efectivamente constituyera una plataforma del terrorismo isl¨¢mico al lado del Sud¨¢n de Al Turabi.
En cuanto a Corea del Norte, ah¨ª est¨¢n los efectos de una amenaza cuya materializaci¨®n se encuentra cargada de riesgos, dada la protecci¨®n de China, y sobre todo por la vulnerabilidad evidente de Corea del Sur y de Jap¨®n ante la capacidad militar del ¨²ltimo dictador comunista. Por supuesto, Kim Jong-il constituye un peligro manifiesto para la paz. Antes de se?alarle con el dedo, no obstante, hubiese sido inteligente echar una mirada al mapa. Es perfectamente l¨®gico que lance un ¨®rdago antes de dejarse estrangular por un cerco de miseria. Y queda el genio del mal m¨¢s al alcance de la mano, Sadam Husein.
Ciertamente, por muy partidario que sea alguien de la paz, le resultar¨¢ dif¨ªcil rebatir la idea de que la obtenci¨®n por Irak de armas de destrucci¨®n masiva o qu¨ªmicas supone un riesgo excesivo, a la vista de la propensi¨®n a agredir bien probada en Sadam. Todas las inspecciones y advertencias, hasta la acci¨®n militar, son en consecuencia justificables si es la autoridad internacional la que asume la investigaci¨®n y las decisiones. Ahora bien, nada indica que Bush se encuentre dispuesto a aceptar el papel de instrumento de las decisiones del Consejo de Seguridad. M¨¢s bien se limita a esperar una coartada que a partir de las inspecciones legitime una decisi¨®n previamente adoptada de guerra contra Irak.
Entregado, seg¨²n dice, por encima de todo a la protecci¨®n de la seguridad de sus ciudadanos, Bush tiene que compensar su evidente fracaso en la localizaci¨®n y exterminio de Al Qaeda y de paso prepararse para nuevas batallas. Para ello, nada mejor que controlar los recursos petrol¨ªferos y el conjunto del ¨¢rea desde la posici¨®n axial de Irak, enlazando con los dos bastiones ya consolidados en Israel y en Turqu¨ªa. Claro que, si los inspectores niegan la existencia de las armas buscadas, ?c¨®mo evitar¨¢ en el futuro los efectos no deseados de semejante acto de fuerza? Porque en las relaciones de poder a escala internacional no cuenta ¨²nicamente la eficacia de las armas.
En la primera guerra de Irak, los fundamentos para la intervenci¨®n militar estaban claros, nada menos que la conquista de un Estado miembro de la ONU, y, a pesar de eso, hubo todo menos unanimidad en las opiniones; los efectos colaterales, entre ellos la propia entrada en juego de Bin Laden, todav¨ªa se arrastran. Ahora, sin el aval del Consejo, una agresi¨®n de EE UU contra Irak, con el apoyo activo de los pa¨ªses de la OTAN, ¨²nicamente tiene despejado el camino militar. Los costes a medio y largo plazo resultan impredecibles. El choque de civilizaciones est¨¢ servido.
Estar¨ªamos ante un caso de identificaci¨®n proyectiva. El islamismo resuelve sus propias contradicciones volc¨¢ndolas sobre un mundo occidental convertido en origen de todos sus males, y ahora, al atacar sin justificaci¨®n a un pa¨ªs ¨¢rabe, Occidente vendr¨ªa a confirmar la imagen que sobre ¨¦l viene difundi¨¦ndose, y no s¨®lo por los emisores integristas, a cientos de millones de hombres. Sharon hace el resto para dar forma a la imagen de la Cruzada sionista-occidental, esgrimida para impulsar la yihad desde Sayyid Qtub en los a?os sesenta hasta Bin Laden.
No es cierto que Bush pretenda lanzar una Cruzada contra el Islam, pero gran n¨²mero de musulmanes, al comprobar el acierto del diagn¨®stico integrista, vivir¨¢n como tal la guerra. La mundializaci¨®n de las comunicaciones, con el papel central de la cadena de televisi¨®n Al Yazira, har¨¢ inevitable un impacto sobre las mentalidades muy superior al producido por la guerra de Afganist¨¢n. Por no hablar de la amenaza difusa que es siempre un aliciente para poner en marcha respuestas violentas.
Afganist¨¢n, sede de Al Qaeda, era un blanco perfectamente definido. Pero, si se ataca a Irak, ?cu¨¢l ser¨¢ el pr¨®ximo objetivo? Recordaba The Economist que ya es impresionante el rechazo a la pol¨ªtica norteamericana en la opini¨®n p¨²blica de pa¨ªses aliados suyos como Egipto o Jordania, y las elecciones de Pakist¨¢n, Marruecos y la propia Turqu¨ªa ilustran el avance islamista. No son de temer, pues, respuestas de masas inmediatas, sino algo m¨¢s grave, la apertura de una fosa entre los dos mundos, situaci¨®n donde el integrismo lleva todas las de ganar, porque no es cierto que integrismo e islamismo sean planteamientos con fronteras perfectamente trazadas, ni que Al Qaeda sea un cuerpo extra?o que nada tiene que ver con el Islam.
Los grupos terroristas de hoy proceden en gran parte del movimiento de los Hermanos Musulmanes, punto de partida asimismo del islamismo reformista. Es demasiado simple la visi¨®n que reduce el conflicto tras el 11-S al pulso entre Bush y Al Qaeda, como si esta organizaci¨®n no obtuviera su capacidad ofensiva de la existencia de un amplio vivero de simpatizantes, localizado en buena parte dentro de los pa¨ªses occidentales.
En suma, la conquista de Bagdad puede costar demasiado cara. Conviene no olvidar que el Enviado de Al¨¢ no venci¨® a sus adversarios de La Meca en los campos de batalla, sino haci¨¦ndoles la vida imposible. Tal es la funci¨®n del terror de Al Qaeda, y cuanto m¨¢s intenso sea el sentimiento antioccidental entre muchos musulmanes, mayor ser¨¢ su capacidad de ejecutar acciones de castigo contra la yahiliyya, la ignorancia de Occidente, y nunca mejor empleada la expresi¨®n.
?Qu¨¦ le importa todo esto a Aznar? Lealtad a Bush y antiterrorismo: lo dem¨¢s sobra. Poco importa que la mayor¨ªa de los espa?oles vean las cosas de otro modo. Tampoco Zapatero, en ¨¦ste como en otros temas calientes, se muestra dispuesto a movilizar a la opini¨®n p¨²blica para oponerse a una guerra miope e injustificada.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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