Segovia, el arte de mantenerse viva
'Las Edades del Hombre' abre sus puertas en la ciudad castellana el 8 de mayo
Reci¨¦n estrenada la autopista a pie de acueducto y a punto de inaugurar la exposici¨®n de Las Edades del Hombre, la ciudad, patrimonio de la humanidad, se muestra espl¨¦ndida, satisfecha en su madurez. Los tres pies sobre los que se asienta Segovia dif¨ªcilmente pueden hallar parang¨®n: el acueducto romano, la catedral g¨®tica y el alc¨¢zar medieval. Sin embargo, con ser importantes estos atractivos, es la vida que fluye bajo las espectaculares piedras, el pulso joven, la actividad cultural inagotable, lo que marca un peculiar car¨¢cter que hace que la visita sea no s¨®lo imprescindible, sino siempre diferente a s¨ª misma.
Una peseta
El acueducto, del siglo I, uno de los monumentos romanos mejor conservados, impone al reci¨¦n llegado su desbordante presencia. "?C¨®mo pudieron?", se pregunta el ne¨®fito; "?esto es una construcci¨®n!", responden para sus adentros, fascinados, ingenieros y arquitectos. La magna obra, trazada para llevar el agua hasta la ciudad, es propiedad municipal, y su precio, simb¨®lico, una peseta; as¨ª, al menos, lo sigue calculando Antonio Ruiz Hernando, cronista oficial y director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, sin realizar todav¨ªa -ni falta que hace- la conversi¨®n: 0,006 euros. Tranquiliza saber que por una vez hay algo que no tiene precio y que, como algunas cosas hermosas de la vida, est¨¢ al alcance de cualquiera, sin importar su nivel adquisitivo.
Escenario permanente de citas de enamorados, umbral inequ¨ªvoco del acceso a la ciudad, punto de encuentro de noct¨¢mbulos de pocos a?os que sue?an haza?as futuras a la luz de la luna llena, fondo inevitable de millones de fotograf¨ªas y a¨²n tr¨¢gico trampol¨ªn de suicidios -los segovianos tienen muy fresco el recuerdo de la muerte, hace un par de a?os, de dos j¨®venes amantes, que se lanzaron desde ¨¦l-. Sus cifras impresionan: 29 metros de altura m¨¢xima en la plaza del Azoguejo, un recorrido de m¨¢s de setecientos metros, 20.400 sillares empleados y 177 arcos que, en determinado momento, se adentran en el recinto amurallado.
La muralla: he ah¨ª, a pesar de su evidencia, uno de los secretos mejor guardados de Segovia. Si se circunvala la ciudad por un agradable paseo de ronda, parte de cuyo trayecto discurre a orillas del r¨ªo Eresma, se contempla una muralla que abraza desde el siglo XI el per¨ªmetro urbano, tres de cuyas puertas a¨²n se conservan. Y en ciertos tramos, adosadas a ella, peque?as huertas que el Ayuntamiento ha puesto en alquiler y que algunos segovianos cultivan amorosamente, sobre todo durante los fines de semana, como se ve desde el Museo de Segovia, en proceso de remodelaci¨®n para albergar sus colecciones de arqueolog¨ªa, bellas artes y etnolog¨ªa.
Los pasos perdidos
Existe una Segovia decorado y una Segovia piel; una Segovia raz¨®n y una Segovia coraz¨®n; una Segovia multitudinaria y, al caer la noche, una Segovia capaz de devolver el eco de los pasos perdidos. Sucede con muchos lugares receptores de un turismo masivo, de autocar, que desembarca a primeras horas de la ma?ana y regresa a su punto de partida cuando declina la tarde. La proximidad de Madrid la pone ineludiblemente bajo su ¨®rbita (apenas cien kil¨®metros, mucho m¨¢s c¨®modos ahora con la autopista, y que se recorrer¨¢n en unos 25 minutos con el futuro AVE). Por eso, de tener la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de elecci¨®n, habr¨¢ de reservarse el descubrimiento, el disfrute, para al menos tres o cuatro d¨ªas y, desde luego, fuera del fin de semana. Es la diferencia entre sentirse due?os de unas piedras que parecen haber sido puestas ah¨ª por los siglos precisamente para nuestro deleite y verse envueltos en una marea humana que el buen tiempo y Las Edades del Hombre no har¨¢n m¨¢s que acrecentar.
La calle Real marca el hilo conductor. Por ella habr¨¢ de deambular el visitante, arriba, abajo, dej¨¢ndose llevar por sus ramificaciones, y volviendo siempre a su peatonal, placentero y bullicioso cauce. Nacida junto al acueducto, en la plaza del Azoguejo, desemboca en la plaza Mayor -tras llamarse, sucesivamente, Cervantes, Juan Bravo e Isabel la Cat¨®lica-, en uno de cuyos flancos se alza la catedral, g¨®tica de los siglos XVI y XVII. El templo exhibe, unida a su rotundidad, una gracilidad femenina; junto a la s¨®lida presencia de su torre, ahora aherrojada de andamios -hay quien la prefiere as¨ª, porque as¨ª la reprodujeron los pinceles de Anton Van Den Wyngaerde, que trabajaba a las ¨®rdenes de Felipe II-, la redondez de las c¨²pulas. El atardecer de primavera en esta plaza, cuando el cielo se ti?e de un azul intenso que parece trazado expresamente por mano firme (esa "ciudad de la luz" de la que hablaba Mar¨ªa Zambrano), mientras las farolas se empiezan a prender y la catedral a iluminar, constituye un espect¨¢culo que los visitantes contemplan fascinados y los segovianos disfrutan, a pesar de su cotidianidad: hay que ser muy sensible y muy sabio para buscar la sorpresa permanente de la belleza.
Las terrazas de los bares y restaurantes de la plaza, los bancos p¨²blicos, constituyen entonces el punto de cita imprescindible: el lugar adecuado, a la hora adecuada. En ellos se mezclan naturales y for¨¢neos, mientras los ni?os juegan en el templete que se alza en medio, algunos realizan las ¨²ltimas compras del d¨ªa y los afortunados que la han de atravesar ineludiblemente regresan a casa despu¨¦s del trabajo.
Guerrera y cortesana
No estar¨ªa el tr¨ªpode monumental completo sin la visita al alc¨¢zar, esa espectacular mole, guerrera y cortesana, erigida a partir de los siglos XII y XIII sobre una roca que domina los valles del Eresma y del Clamores. Los siglos, y sobre todo el arrasador incendio de 1862, la fueron modificando hasta convertirla en la construcci¨®n actual que, seg¨²n la leyenda, inspir¨® a Walt Disney para levantar su celeb¨¦rrimo palacio de Blancanieves. El alc¨¢zar es, tambi¨¦n, un fiable medidor del flujo tur¨ªstico: m¨¢s de seiscientas mil personas pagaron su entrada en 2002.
Para llegar hasta all¨ª hay que deambular y hay, sobre todo, que atravesar el barrio de las Canonj¨ªas, lleno de sabor, donde abundan los arcos escondidos, las fachadas aparentemente anodinas que encierran espectaculares patios (la vista a¨¦rea de Segovia la muestra con una impresionante masa arb¨®rea; parte de ella se deja ver y sentir por encima de las tapias), las placitas solitarias y los rincones m¨¢s all¨¢ del tiempo.
El callejeo sin rumbo, el acceso al alma de la ciudad a trav¨¦s de su pulso cotidiano, el impacto visual, emotivo, al margen de fechas, estilos y referencias art¨ªsticas, es uno de los placeres reservados a quien se acerque con la calma necesaria. Es entonces cuando surgen muchos de los atractivos que justifican por s¨ª solos la visita, pero que, a veces, aplastados por la presencia de la majestuosa trinidad -acueducto, catedral y alc¨¢zar-, corren el peligro de caer en el olvido.
Iglesias rom¨¢nicas
As¨ª sucede con las 25 iglesias rom¨¢nicas que permanecen en pie. Algunas, por fortuna, toman al asalto los ojos del visitante, como San Mart¨ªn, del siglo XII, en la plaza de Medina del Campo, o de las Sirenas, junto a la escalinata en la que se encuentran la estatua del comunero Juan Bravo, el torre¨®n de los Lozoya y, al fondo, el espl¨¦ndido Museo de Arte Contempor¨¢neo Esteban Vicente, ubicado en el que fuera palacio de Enrique IV. Al abrigo de la escalinata se sit¨²a, en cuanto el tiempo lo permite, un veterano fot¨®grafo, ?ngel Rom¨¢n, con su c¨¢mara de madera en ristre, reinventando para deleite de propios y extra?os el viejo arte de la fotograf¨ªa. A menudo, un muchacho o una muchacha, de esp¨ªritu tal vez un tanto bohemio, componen inamovibles figuras humanas ante la fascinaci¨®n incr¨¦dula de los m¨¢s peque?os, que sonr¨ªen cuando cambian de postura a la llamada del tintinear de las monedas.
Tambi¨¦n persigue al paseante San Esteban, cuyo campanario -de cinco cuerpos y 50 metros de altura- constituye toda una lecci¨®n viva del mejor arte rom¨¢nico; en la misma plaza se alza el palacio Episcopal.
Otras, sin embargo, hay que ir a buscarlas. Es el caso de San Juan de los Caballeros, pr¨®xima a la calle de San Juan, en tiempos vivienda y taller del ceramista Daniel Zuloaga, y hoy museo de la obra familiar, as¨ª como sala de conciertos y exposiciones. Y San Mill¨¢n, de comienzos del siglo XII, cercana al acueducto (junto a la avenida de Fern¨¢ndez Ladreda), con originales capiteles labrados. Y San Justo, tambi¨¦n extramuros, que muestra interesantes pinturas rom¨¢nicas.
La iglesia de la Vera Cruz, en el barrio de San Marcos, camino de la colaci¨®n de Zamarramala (c¨¦lebre por la fiesta de sus alcaldesas), es del siglo XIII, tiene planta dodecagonal y una nave circular que recuerda el Santo Sepulcro de Jerusal¨¦n. El desfile de antorchas en Viernes Santo, durante la procesi¨®n del Santo Entierro que va desde Zamarramala hasta la Vera Cruz, constituye una imagen, tanto si se vive desde dentro como si se contempla desde la atalaya del alc¨¢zar, dif¨ªcil de olvidar.
Cae la noche sobre Segovia. Si es martes o jueves, en el viejo Santana, en la calle de los Vinos (es in¨²til preguntar por su nombre oficial, calle de Infanta Isabel; de todas formas, no tiene p¨¦rdida: sale, o desemboca, seg¨²n se mire, en la mism¨ªsima plaza Mayor), los m¨¢s j¨®venes se api?ar¨¢n para escuchar el flamenco abstracto de Pollito de California, los aires folk de Finisterrae, el rock nost¨¢lgico de los Guadalupes o la m¨²sica de V¨ªctor Abundancia. Hay otra posibilidad, m¨¢s ¨ªntima, los primeros viernes (y, a veces, los terceros) de cada mes en El Saxo Bar, en la calle del Seminario: jazz y blues en directo, en un cl¨¢sico ubicado en un antiguo colmado de puertas de madera.
La vida que es, la vida que ha sido y la vida que ser¨¢. El tr¨ªpode invisible sobre el que de verdad se asienta la ciudad.

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.