El arte de leer
Escribir textos y descifrarlos mediante su lectura es para nosotros una actividad com¨²n, que no tiene nada de misteriosa. Sin embargo, para una sociedad humana que no conociese la escritura, esa actividad que consideramos corriente y hasta banal podr¨ªa alcanzar resonancias m¨¢gicas. Recordemos la fascinaci¨®n de Atahualpa al ver c¨®mo los espa?oles trazaban sobre una hoja blanca extra?os signos capaces de llevar consigo una informaci¨®n certera. La perspicacia del destronado emperador inca le llev¨® a comprender que aquellos signos escritos eran un veh¨ªculo para la transmisi¨®n del pensamiento, aunque no pod¨ªa saber si se trataba de una cualidad natural de los conquistadores o de un arte que, por muy sorprendente que pareciese, pod¨ªa ser ense?ado y aprendido. Daba fuerza a sus dudas que Pizarro, el se?or que mandaba en sus captores, no pareciese estar dotado de aquella virtud que sus inferiores pose¨ªan. Cuentan las cr¨®nicas que, para conocer la verdad, Atahualpa hizo que uno de sus carceleros le escribiese el nombre de Dios en la u?a de uno de sus pulgares. Ante la ignorancia y el desconcierto de Pizarro cuando le mostr¨® su pulgar, Atahualpa comprendi¨® que la escritura y su silencioso desvelamiento no eran un don natural de los extranjeros, sino un arte que, parad¨®jicamente, el jefe de todos ellos desconoc¨ªa.
Acaso deber¨ªamos recuperar algo de la curiosidad y el asombro del inteligente y desdichado emperador inca a la hora de afrontar la iniciaci¨®n a la lectura en los j¨®venes, desde lo que tiene de aptitud o habilidad singular para descifrar ficciones. En tiempos no muy lejanos, iniciar en la lectura de ficciones apenas necesitaba est¨ªmulos, pues, aparte de los libros, la imaginaci¨®n de los j¨®venes no encontraba demasiados alicientes para sus expansiones. Los j¨®venes lectores que llegaban al mundo de la ficci¨®n literaria lo hab¨ªan conseguido por sus propios medios, y a menudo de espaldas a sus tutores educativos. Hoy deber¨ªamos afrontar la iniciaci¨®n a la lectura de ficciones como si se tratase de un arte especial, de una actividad que requiere ciertas orientaciones y pr¨¢cticas.
Los j¨®venes reciben las ense?anzas a que les obligan los programas acad¨¦micos a trav¨¦s de libros de texto cuya asimilaci¨®n forma parte de los deberes escolares, por medio del estudio. Enfrentados a los libros de texto, la mayor¨ªa de los j¨®venes no conceden de entrada ning¨²n cr¨¦dito a esos otros libros que, aunque contengan poemas o ficciones y constituyan ¨¢mbitos verbales susceptibles de generar diversi¨®n y placer, se presentan con el mismo aspecto f¨ªsico que los dem¨¢s, y tambi¨¦n cubiertos de letra impresa. Lejos de la letra impresa, los estimulantes actuales de la imaginaci¨®n juvenil se encuentran en otros objetos y artificios, encaminados a los efectos y emociones audiovisuales, donde la complejidad y riqueza del discurso escrito ha sido sustituido por otros conceptos de la comunicaci¨®n. Adem¨¢s, tal como est¨¢ la relaci¨®n de la mayor¨ªa de las familias con los libros, la iniciaci¨®n a la lectura de ficciones ha dejado de pertenecer al ¨¢mbito de lo dom¨¦stico. Hoy corresponde sobre todo al profesorado iniciar a los j¨®venes en sus secretos. Si tal instrucci¨®n se concibiese como la ense?anza de un arte, deber¨ªa sustentarse en un sucesivo desvelamiento, y sin duda requerir¨ªa una cuidadosa selecci¨®n de textos, adecuados a cada grupo de futuros lectores, y su presentaci¨®n ¨®ptima para facilitar un an¨¢lisis mucho m¨¢s sentimental y est¨¦tico que gramatical, dirigido a despertar el inter¨¦s profundo de los iniciados. El camino de seducci¨®n podr¨ªa acarrear t¨¦cnicas diferentes, pero el objetivo deber¨ªa ser mostrar que, mientras en los libros de texto comunes las palabras impresas no pretenden transmitir otra cosa que informaci¨®n y conocimientos, en los libros literarios las palabras impresas se transforman en im¨¢genes mentales que revelan los secretos de las conductas, elaboran sucesos extraordinarios e iluminan mundos vigorosos. As¨ª, la iniciaci¨®n en la lectura de poemas, de ficciones, deber¨ªa ser afrontada como si se tratase de una sabidur¨ªa peculiar, de un grado superior a la simple aptitud lectora precisa para desentra?ar cualquier texto ordinario. Como si, en el caso de la lectura literaria, el libro fuese un instrumento musical y el lector el int¨¦rprete que reproduce y hace resonar su melod¨ªa por la gracia de su destreza.
El asunto es dif¨ªcil, porque para desempe?ar la tutela de ese proceso hay cualidades que est¨¢n alejadas de la mera pedagog¨ªa. En la iniciaci¨®n al arte de leer hay mucho de contagio. S¨®lo los buenos lectores pueden transmitir el encantamiento de la lectura y despertar su gusto en los j¨®venes. Por eso en la dificultad del caso, que cuenta con la adversidad a?adida de esa mezcla de lengua y precaria literatura de que se componen los actuales programas acad¨¦micos, est¨¢ ante todo la cuesti¨®n de c¨®mo formar a esos profesores que, para la mayor¨ªa del alumnado, deben ser el elemento iniciador natural de la afici¨®n a la lectura, y que no podr¨¢n cumplir medianamente su funci¨®n sin ser ellos mismos expertos y gozosos lectores.
Quiz¨¢ las actuales facultades de filolog¨ªa requieran la creaci¨®n de especialidades en literatura pura, o pura literatura, que traten las ficciones literarias como textos para ser le¨ªdos desde la intuici¨®n, la fruici¨®n y el embeleso, sin tanto ¨¦nfasis en las estructuras ling¨¹¨ªsticas. Unas especialidades acad¨¦micas destinadas a estudiantes que sean sinceros lectores, y cuyas posibilidades de carrera profesional se orienten, precisamente, a la ense?anza de la literatura. Junto a ello ser¨ªa conveniente contar con un sistema educativo de nivel medio en que el impulso de la imaginaci¨®n literaria se estimase por s¨ª mismo, sin instrumentalizar la literatura para otros fines, es decir, donde se valorasen claramente las capacidades que, por el mero hecho de leer, puede avivar la literatura en el joven alumnado. Dar importancia a la lectura de ficciones en s¨ª misma y afrontar su ense?anza como un arte en que es preciso iniciarse como en otro cualquiera, requiere recuperar un sentido de la lectura que, en la actualidad, puede estar siendo mixtificado en todos los ¨®rdenes educativos.
Como descubri¨® con sorpresa el emperador inca, leer no es un don natural, sino un arte, un arte que no ha perdido nada de su capacidad profundamente formativa de la personalidad y del gusto est¨¦tico, pero que debe mantenerse vivo con atenci¨®n y cuidado. Nuestra cultura ha venido encontrando hist¨®ricamente en la pluralidad de los libros y en la imaginaci¨®n literaria los mejores fundamentos de su idea de los derechos individuales y colectivos, a costa de terribles esfuerzos y luchas dram¨¢ticas contra los defensores de la ignorancia y los enemigos del pensamiento libre. Cuando el "fomento de la lectura" parece haberse convertido en un c¨®modo latiguillo pol¨ªtico, que no compromete otros recursos que ciertas campa?as publicitarias, no vendr¨ªa mal una reflexi¨®n seria sobre la verdadera dimensi¨®n p¨²blica de esa lectura que se proclama querer fomentar y los precisos instrumentos materiales y humanos que deber¨ªan desarrollarla.
Jos¨¦ Mar¨ªa Merino es escritor.
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