El mensaje
Ten¨ªa un amigo que quer¨ªa ser escritor con una cabezoner¨ªa de las que he visto pocas. No es que sintiera un impulso arrebatado; la vocaci¨®n de mi amigo era de una racionalidad aplastante. Mi amigo no sent¨ªa una necesidad ¨ªntima de crear un mundo; para mi amigo, el mundo ya estaba creado, y buscaba los temas para sus relatos como quien busca los ingredientes para hacer un cocido. Mi amigo pensaba en asuntos candentes: el paro, el terrorismo, la donaci¨®n de ¨®rganos, y luego pon¨ªa en boca de un personaje el mensaje que deseaba transmitir. Mi amigo hab¨ªa inventado la rueda, o sea, el best-seller ideol¨®gico. A mi amigo le hubiera ido estupendamente siendo escritor bajo la dictadura de Stalin, por ejemplo. Pero, para mensajes, las mensajer¨ªas. Lo dec¨ªa Onetti. Y es verdad. Cuando un pa¨ªs es libre y los artistas son honestos, los personajes no tienen la obligaci¨®n de actuar encorsetados por la ideolog¨ªa del autor, aunque sea una ideolog¨ªa respetabil¨ªsima. El otro d¨ªa me hund¨ª en la butaca del cine para ver la pel¨ªcula de Ic¨ªar Bolla¨ªn Te doy mis ojos. Ten¨ªa que olvidarme de que estaba en el estreno (ese momento de autobombo en el que todas las pel¨ªculas parecen buenas) y tambi¨¦n de su clich¨¦ como historia sobre malos tratos, porque la bondad del mensaje no hace mejor una creaci¨®n. Quer¨ªa buscar al espectador inocente que hay en m¨ª. No fue dif¨ªcil. Te doy mis ojos no es un docudrama sobre la violencia, es algo mucho m¨¢s complejo. Asombrosamente, hay amor en los personajes. Amor equivocado, turbio, contaminado por los complejos, por la ira, por la sumisi¨®n. El espectador se identifica con la v¨ªctima, pero la directora consigue, eso es lo dif¨ªcil, que reconozcamos en nosotros mismos algo de esa paranoia furiosa que padece el agresor. La pel¨ªcula es bella y triste, inquietante como si fuera un thriller, y en ella brillan los actores, a los que habr¨ªa que pedir que nunca cuenten c¨®mo construyeron sus personajes para que no rompieran la magia de lo que tan sensiblemente han creado. Los ojos de Laia Marull y de Luis Tosar dan altura art¨ªstica al oto?o. El miedo de ella, la ira de ¨¦l, nos hacen volver a casa sobrecogidos. Pero tambi¨¦n con la alegr¨ªa de haber visto una pel¨ªcula inolvidable.
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