El extranjero
Rind¨¢monos a la evidencia: habida cuenta del lamentable fracaso en que acabaron los m¨²ltiples y empecinados intentos de conseguir la transmigraci¨®n de las almas, el arte y la literatura quiz¨¢ sean la mejor manera de darse una vuelta por el pellejo del pr¨®jimo, saciar nuestra inveterada curiosidad y, de paso, vencer el miedo at¨¢vico que el otro nos inspira. Ya s¨¦ que el conocimiento que uno puede sacar de una pel¨ªcula, una novela, un cuento, un c¨®mic o una instalaci¨®n multimedia es rid¨ªculo si lo comparamos con lo que uno aprender¨ªa y¨¦ndose todo el mes de agosto a hacer turismo de almas y zambull¨¦ndose alegremente en las interioridades de alg¨²n cong¨¦nere, pero toda ayuda es poca. De ah¨ª que el otro d¨ªa me fuera a Caixaf¨°rum, donde hac¨ªan un ciclo de nuevo v¨ªdeo ¨¢rabe, coordinado por Toni Serra, miembro de OVNI -Observatori de V¨ªdeo No Identificat-, con ¨¢nimo de exponerme a los terribles peligros potenciales que entra?a la confrontaci¨®n con el otro, el mayor de los cuales es probablemente la destrucci¨®n, definitiva y radical, de unos cuantos prejuicios.
Taleb y Benfaidoul fundaron el colectivo Video Karavann con la idea de difundir trabajos que utilizan la c¨¢mara para leer la realidad
Entre las ideas activamente fabricadas, pasteurizadas, liofilizadas, envasadas y posteriormente difundidas por el pensamiento pol¨ªticamente correcto est¨¢ la sensaci¨®n de que los extranjeros que vienen aqu¨ª procedentes de pa¨ªses desfavorecidos (y a quienes el lenguaje com¨²n denomina inmigrantes para que bajo ning¨²n concepto se los pueda confundir con los que vienen de pa¨ªses ricos, a los que llamamos extranjeros, aunque en puridad todos lo sean) son pobres diablos que sufren graves problemas de adaptaci¨®n y con los que, por consiguiente, debemos adoptar una actitud compasiva y paternalista, pobrecitos. En cambio, a un escandinavo que llevara 20 a?os aqu¨ª lo considerar¨ªamos, no como un pobre inadaptado cr¨®nico digno de compasi¨®n, sino, seg¨²n lo afirma la protagonista de La ignorancia, de Milan Kundera, como un tipo "muy simp¨¢tico, muy cosmopolita, que ha olvidado ya el lugar donde naci¨®". De lo que se deduce que un sueco puede elegir Barcelona como lugar de residencia y adaptarse tan ricamente, mientras que un marroqu¨ª, por ejemplo, aunque viva aqu¨ª, es muy desgraciado porque arde en lacerantes deseos de regresar a su tierra. Mentira putrefacta, claro. Putrefacta e interesada, desde luego, pues as¨ª, fomentando la idea de que ciertos extranjeros son desgraciados entre nosotros -y no porque los explotemos, qu¨¦ va, sino porque los pobres no se adaptan ni a tiros-, se pretende que traguemos mejor con la actual pol¨ªtica de restricci¨®n de la inmigraci¨®n.
Para desmantelar el extendido prejuicio del pobrecito inmigrante que no consigue adaptarse a su pa¨ªs de acogida, al videoartista marroqu¨ª Hakim Belabbes, afincado en Estados Unidos, le basta filmar su regreso a la casa familiar en Boujad (Marruecos). El resultado, que responde al t¨ªtulo de Boujad: A nest in the heat (algo as¨ª como Un nido en el calor) es un documento de una sencillez y una sinceridad pasmosas que, grabado a la manera de un v¨ªdeo dom¨¦stico, explora precisamente el dolor del regreso y la dificultad de adaptaci¨®n al mundo que se ha dejado atr¨¢s. "Me he convertido en un extra?o. Miro como un extra?o el mundo familiar que me rodea", dice el narrador al principio de la cinta. Y a partir de ah¨ª, ir¨¢n apareciendo las obsesiones del que regresa: el sentimiento de culpa con respecto a sus padres; la sensaci¨®n de haber traicionado a los suyos; el miedo a que esa traici¨®n atraiga desgracias a los suyos, a que incluso pueda llegar a acelerar la muerte de los padres; la desesperada necesidad de la aprobaci¨®n paterna aun cuando uno haya renunciado a los valores tradicionales; el inconmensurable abismo entre los dos mundos que forman parte de uno; la condena a ser un extranjero en todas partes; el nulo deseo de volver a instalarse en le pa¨ªs de origen, todo lo cual, convendr¨¢n conmigo, resulta bastante m¨¢s interesante y sugerente que los miserables t¨®picos al uso.
Otro de los devastadores peligros a los que nos exponemos al confrontarnos con la mirada de los otros es que ¨¦sta acabe retrat¨¢ndonos o que se limite a levantar acta mientras nosotros nos retratamos solitos. Eso es precisamente lo que hace Mounir Fatmi, marroqu¨ª residente en Par¨ªs, en Les autres c'est les autres, un trabajo que parte de una idea tan sencilla como provocadora. Fatmi se planta, c¨¢mara en ristre, en una calle cualquiera de Par¨ªs y pregunta a los transe¨²ntes: "?Qui¨¦nes son los otros?". Las respuestas van desde "los otros somos nosotros mismos" hasta "todos somos extranjeros / extra?os en alguna parte" (en franc¨¦s la palabra ¨¦tranger sirve tanto para extra?o, ajeno, como para extranjero), pasando por gilipolleces innombrables.
Tanto estos como el resto de los trabajos de videoartistas marroqu¨ªes nos llegaban bajo el paraguas del colectivo Video Karavann. Sus miembros, Abdelaziz Taleb y Abdellatif Benfaidoul, que presentaron su iniciativa en una sala completamente abarrotada, se mostraron sorprendidos. "En Barcelona es la primera vez que tenemos una gran audiencia. Estuvimos en Londres y all¨ª no vinieron m¨¢s de 15 personas".
Taleb y Benfaidoul, algunos de cuyos v¨ªdeos tambi¨¦n se mostraron en esa sesi¨®n, fundaron Video Karavann en 2001 con la idea de crear una plataforma para la difusi¨®n de trabajos de artistas que utilizan la c¨¢mara para leer la realidad. "Quer¨ªamos crear una plataforma hacia el otro, una plataforma para la libertad de expresi¨®n que trascendiera los muros estrechos de una exposici¨®n, de ah¨ª que la idea de nomadismo fuera importante, de ah¨ª tambi¨¦n que hici¨¦ramos una gran carpa, es decir, un lugar sin paredes donde cualquiera puede entrar o salir, para plantarla en distintos lugares y mostrar instalaciones hechas con v¨ªdeos, pel¨ªculas y performances".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.