La tercera dimensi¨®n
He compartido muchas horas de sobremesa con Francesc de Carreras, discutiendo de pol¨ªtica y, por fortuna, tambi¨¦n de otras cosas. De su ¨²ltimo art¨ªculo (EL PA?S, 20 de noviembre de 2003) se desprende que algunos amigos le privan ahora de su afici¨®n al di¨¢logo. No quiero ser uno de ellos. Le dedico estas notas sobre los resultados del d¨ªa 16 por si le faltaran est¨ªmulos -aunque lo dudo- para la controversia.
Coincido con Carreras en que los datos electorales del domingo no pueden analizarse exclusivamente a la luz de los 15 d¨ªas de campa?a. Es cierto que habr¨¢n tenido efecto la conducci¨®n y los temas de la propaganda de cada una de las fuerzas, los debates televisados, las declaraciones de Jaime Mayor Oreja, Jos¨¦ Bono y Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra o la opci¨®n militante de algunos medios de comunicaci¨®n p¨²blicos y privados. Pero no les corresponde probablemente el influjo mayor. Lo que ejerce mayor peso en la distribuci¨®n de apoyos electorales es la percepci¨®n que los ciudadanos tienen sobre la posici¨®n de partidos y l¨ªderes acerca de grandes cuestiones de inter¨¦s colectivo.
A partir de aqu¨ª, empieza mi discrepancia con Carreras, y dejo a un lado -para no perder el hilo principal- la profusi¨®n de adjetivos poco favorables con que mi amigo obsequia al PSC, a Pasqual Maragall y a sus partidarios. En su an¨¢lisis domina un punto de vista que viene sosteniendo con tenaz insistencia. Es el punto de vista que le lleva a prestar atenci¨®n exclusiva a la posici¨®n de los partidos sobre la llamada cuesti¨®n nacional. Carreras considera que la posici¨®n adoptada por PSC-CpC en este asunto es la que le ha conducido a una "derrota sin paliativos". Por de pronto, sorprende esta calificaci¨®n para los resultados de una formaci¨®n pol¨ªtica que -por segunda vez en unas elecciones auton¨®micas y bajo la direcci¨®n de Maragall- ha conseguido m¨¢s de un mill¨®n de votos y se ha convertido en la fuerza m¨¢s votada del pa¨ªs, por delante de CiU.
Pero dejemos a un lado la calificaci¨®n y vayamos al argumento. Carreras insiste en que un PSC de supuesta orientaci¨®n maragallista ha primado lo nacional sobre lo social. Y que esta presunta opci¨®n -que los datos no confirman- le habr¨ªa perjudicado electoralmente. ?Extra?o perjuicio el que -en dos ocasiones sucesivas- es compatible con los mejores resultados auton¨®micos del PSC! Por esta misma superficial correlaci¨®n, ser¨ªa f¨¢cil concluir justamente lo contrario de lo que afirma Carreras: esta hipot¨¦tica "primac¨ªa de lo nacional sobre lo social" le habr¨ªa sido m¨¢s rentable al PSC que otras supuestas posiciones en las cinco elecciones anteriores cuando los socialistas no consegu¨ªan superar a CiU.
Pero creo que lo m¨¢s discutible del argumento de Carreras no es esta fijaci¨®n por la posici¨®n del PSC en materia nacional, para la que tampoco sugiere abiertamente una alternativa. Y no puedo suponer de la inteligencia de mi amigo que apueste por una versi¨®n catalana de la opci¨®n Mayor Oreja-Redondo Terreros, a la vista de los resultados obtenidos en el Pa¨ªs Vasco por la versi¨®n original. Lo que creo insostenible es reducir obsesivamente el an¨¢lisis a la dimensi¨®n nacional o identitaria. Entre par¨¦ntesis, algo hay de ello tambi¨¦n en el comentario de otro amigo -el de Joan B. Culla (EL PA?S, 21 de noviembre de 2003)-, pero en sentido opuesto al de Carreras.
A mi modesto entender, los comportamientos electorales del d¨ªa 16 no se han definido s¨®lo y principalmente por una combinaci¨®n de lo social -la dimensi¨®n derecha-izquierda tradicional- y lo nacional -la llamada dimensi¨®n identitaria-. Existe una tercera dimensi¨®n que aflora aqu¨ª y en otros pa¨ªses cuando se trata de delimitar el espacio pol¨ªtico. Es la dimensi¨®n que contrapone dos polos. Por un lado, el de la pol¨ªtica institucional, establecida, organizada, estructurada, convencional. Por otro lado, el de la pol¨ªtica informal, espont¨¢nea, contestataria, intermitente. La primera es la que encarnan partidos e instituciones representativos. La segunda es la que se expresa en plataformas, movimientos sociales, iniciativas locales y movidas circunstanciales.
Una parte no menor del electorado catal¨¢n -como el de otras sociedades complejas- presta creciente atenci¨®n a esta tercera dimensi¨®n, aunque sea de modo intuitivo y poco elaborado: como vecino de un barrio o de un territorio, como asociado de una ONG, como miembro de un colectivo con sentimiento de discriminaci¨®n o de explotaci¨®n. Es lo que mis compa?eros de la ciencia pol¨ªtica identifican como una actitud de desafecci¨®n respecto de la pol¨ªtica instalada, una actitud que el llamado altermundismo proyecta a escala global.
Pienso que las elecciones del d¨ªa 16 se han jugado tambi¨¦n en este terreno, y es aqu¨ª donde se ha disipado ahora una parte de la ventaja que la propuesta de Maragall y de sus Socialistes-Ciutadans pel Canvi adquiri¨® en 1999, cuando supo situarse de modo m¨¢s decidido en el espacio delimitado por esta tercera dimensi¨®n. El calendario pol¨ªtico -local y mundial- de estos ¨²ltimos a?os ha extremado la importancia de esta otra cara del cambio esperado. ERC e ICV-EUiA la han captado con parecido atrevimiento al que Maragall apunt¨® en 1999 y han cosechado votos que no se fundan exclusivamente en lo identitario ni tampoco en lo social.
En esta tercera dimensi¨®n se sit¨²a la aspiraci¨®n a un cambio pol¨ªtico de mayor calado, m¨¢s all¨¢ de una nueva mayor¨ªa parlamentaria o de un nuevo gobierno. El 16 de noviembre nos ha dicho que esta aspiraci¨®n est¨¢ repartida entre m¨¢s de un electorado y que afecta a las formas de participaci¨®n y actuaci¨®n ciudadana, a las pol¨ªticas sociales y tambi¨¦n -con toda seguridad- al ¨¢mbito de autogobierno que los ciudadanos de Catalu?a reclaman como sujetos pol¨ªticos. Atenci¨®n, pues, a los pactos de gobierno. Las combinaciones de aritm¨¦tica parlamentaria -por acci¨®n o por omisi¨®n- pueden ser varias y rebuscadas. Pero cabe adelantar que si el pacto final no responde a las demandas de cambio expresadas por una mayor¨ªa del electorado catal¨¢n, buena parte de la opini¨®n rechazar¨¢ este pacto y se agrandar¨¢ la brecha de confianza entre ciudadan¨ªa y pol¨ªtica institucional.
Josep M. Vall¨¨s es miembro de Ciutadans pel Canvi.
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