El toro y el deseo del torero
Daba gusto ver la entra?able plaza serrana casi llena. Complac¨ªa conversar de toros y estar expectante por lo que fuera a suceder en el ruedo. La temperatura, de cine, y la luz, suave, dorada sin ser intensa. El panorama era prometedor. Luego fueron saliendo los toros al ruedo y embistiendo m¨¢s bien poco, aunque, al fin y al cabo ejerciendo de toros.
Fue ese di¨¢logo continuo entre la realidad y el deseo que, en definitiva, es una corrida de toros. La realidad la pone el toro y el deseo el torero. Y en tal di¨¢logo, el mejor discurso lo dio Iv¨¢n Garc¨ªa, que en el sexto demostr¨® capacidad lidiadora, estuvo valiente, dio buenos muletazos y, aunque no acert¨® con la espada, puede decirse que gan¨® la pelea. L¨¢stima de los dos avisos escuchados antes de doblar el toro, ese regalito, tal como se califica a los toros mansos que desarrollan peligro o malas ideas.
San Rom¨¢n / Espl¨¢, Encabo, Garc¨ªa
Toros de Antonio San Rom¨¢n, bien presentados, mansos y deslucidos; 1? y 3?, blandearon; el 6?, peligroso. Luis Francisco Espl¨¢: pinchazo, media tendida y descabello (saludos); media en la yema (saludos). Luis Miguel Encabo: pinchazo hondo y estocada desprendida (vuelta); estocada trasera y tendida, ocho descabellos (silencio). Iv¨¢n Garc¨ªa: estocada ca¨ªda (vuelta); dos pinchazos, -aviso-, media baja -segundo aviso-, dos pinchazos y estocada delantera (silencio). Plaza de Valdemorillo, 7 de febrero, 3? de feria, tres cuartos de entrada.
Iv¨¢n Garc¨ªa salud¨® a ese ¨²ltimo toro de la tarde con limpios lances a la ver¨®nica de factura irregular, para despu¨¦s llevarlo al caballo y, a partir de entonces, ver c¨®mo el toro sal¨ªa casi de estampida tras probar el puyazo y no gustarle. Se form¨® un buen l¨ªo en banderillas, pues el marrajo cortaba el viaje o iba con cierto disimulo al bulto.
Mont¨® entonces la muleta Iv¨¢n Garc¨ªa, al cambiar el tercio, y con unas dobladas que ten¨ªan poder y mando, se sac¨® para afuera al toro. Y termin¨® de imponer una faena, de cuerpo a cuerpo, en la que lleg¨® a lucir temple y torer¨ªa a la vez. En su primero, manejable y flojo, dibuj¨® naturales despaciosos en un trasteo que fue aseado, am¨¦n de un galleo por chicuelinas en el primer tercio, templado y no exento de sabor.
Luis Miguel Encabo, en su primero, manso y deslucido para no desentonar con el resto de sus hermanos, en los lances de saludo dibuj¨® dos preciosas medias ver¨®nicas. La faena de muleta fue ligera, mas tuvo unidad, alg¨²n que otro natural estimable, y variedad en cuanto a los muletazos de adorno y recurso. Aquel afaralado bien dispuesto, tal pase de pecho marcado al hombro contrario.
En el quinto, Encabo volvi¨® a hacer del toreo al natural lo m¨¢s logrado de toda su labor torera en esa jornada, esa mano izquierda que es la que m¨¢s alegr¨ªas da al personal cuando tiene buen sentido, ritmo y nombrad¨ªa. Pero el trasteo de Encabo fue perdiendo prestancia, conforme el manso burel iba como perdiendo agua.
El maestro Espl¨¢, entonado en su primero, variado y variable, no le dio ninguna coba, o sea oportunidad, a su segundo, tal vez el m¨¢s deslucido del encierro. Una media lagartijera, plena de efectividad y antigua raigambre, fue la nota alta que el torero alicantino, preferido de la afici¨®n, consigui¨® por derecho.
En fin, al terminar el festejo, parte del p¨²blico, fue y arroj¨® almohadillas al ruedo, en se?al de frustraci¨®n y desconsuelo. La realidad del toro, en este caso cruel, blandengue y mansa, se hizo due?a de la dorada tarde en Valdemorillo, en la que, a pesar de lo visto y contado, se llegaron a pedir orejas en el segundo y tercer toro, que el presidente, con acierto y ponderaci¨®n, tuvo a bien no conceder. Los Reyes Magos ya fueron. A ver si nos enteramos.
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