Relatos de arena
Los diagramas florales de Vanuatu, proclamados por la Unesco en noviembre de 2003 Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, se dise?an en un terreno liso, sobre la arena fina de una playa o la ceniza negra de un volc¨¢n. El maestro que teje la "narraci¨®n" alisa previamente el suelo con la palma de la mano y comienza a trazar un laberinto, siempre de modo id¨¦ntico, aprendido de sus antepasados: relato gr¨¢fico de un amplio abanico de registros y significados, por medio de ideogramas de formas cambiantes, a veces arb¨®reas, a veces circulares, elaborados con singular destreza por el narrador. Historias, saberes, pr¨¢cticas m¨¢gicas, toda una cosmogon¨ªa de mitos y f¨¢bulas, componen un discurso ef¨ªmero, continuamente borrado o deshecho, pero indispensable en el ¨¢mbito del casi centenar de dialectos del archipi¨¦lago para el buen tr¨¢nsito del mundo de los vivos a la terra incognita de los ancestros. Los j¨®venes memorizan la trama del relato que se articula ante sus ojos: sus digresiones, giros, juegos visuales y cognoscitivos, que transmiten al hilo de los siglos la cr¨®nica de sus leyendas originarias. La palabra humana, veh¨ªculo intangible de la tradici¨®n de las incontables etnias dispersas en nuestro planeta min¨²sculo, no fue codificada en Melanesia como en las tablillas de escritura cuneiforme de Mesopotamia o en las inscripciones lapidarias de Egipto. Desde el nacimiento remoto del habla, las voces desaparecen como los diagramas de arena de Vanuatu. Los aprendices deben asimilar el bosquejo y significado del relato de sus maestros a fin de comunicarlo despu¨¦s a sus hijos. La caducidad y reiteraci¨®n del ritual hubiesen fascinado a Borges.
Nuestro origen se pierde en una galaxia de cuentos. Por mi experiencia de jurado del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Unesco, he podido acceder al conocimiento de algunas de las leyendas, epopeyas y mitos de los pueblos ajenos a los 106 alfabetos creados a lo largo de los siglos: de las expresiones orales y gr¨¢ficas de los wajapi de Brasil a la transmisi¨®n de saberes de los z¨¢para de Ecuador y Per¨²; de la cosmovisi¨®n andina de los kallawaya de Bolivia a las tradiciones de los pigmeos aka de ?frica Central... La variedad y riqueza de la inventiva humana tocante al origen del mundo y a nuestra presencia en ¨¦l no tiene l¨ªmites. Las ceremonias y pr¨¢cticas propias de estas cosmogon¨ªas subsisten a¨²n en las etnias avasalladas por el colonialismo, pese a la agresi¨®n violenta de una modernidad tecnol¨®gica, que destruye y arrasa el precioso legado de la diversidad.
Las cien mil estrofas del Mahabharata hind¨², escenificado por Peter Brook, las versiones sin n¨²mero de Bidpai, las grandes epopeyas de Homero que, como mostr¨® Milman Parry, obedec¨ªan a las exigencias del recitado en el ¨¢gora, nos enfrentan, como los diagramas de Vanuatu, al laberinto o jard¨ªn de relatos que se bifurcan. Muchos de ellos -hind¨²es, persas, griegos- reaparecer¨¢n en las diferentes versiones de Las mil y una noches narradas en los zocos de Bagdad, antes de ser compiladas en alguno de los manuscritos que llegaron a nuestras manos. Si el viaje de Oriente a Occidente, de India a Persia, de ¨¦sta a Bagdad y de Bagdad a Egipto, ha sido bien documentado por traductores y expertos, los medios de transmisi¨®n constituyen un enigma insoluble. Como acaecer¨¢ despu¨¦s con la difusi¨®n de la obra en Europa, primero en Espa?a gracias a la Escuela creada en Toledo por Alfonso X el Sabio, luego en Italia con el Decamer¨®n y, por fin, con la traducci¨®n al franc¨¦s del orientalista Galland en tiempos de Luis XIV, los textos revelan sus inagotables capacidades de adaptaci¨®n. No hay genealog¨ªa posible: el polen narrativo se disemina por la rosa de los vientos. Como la brisa o abejas que lo transportan, el poder seminal de los relatos engendra descendencia en el bosque de las letras de otras culturas. Polinizaci¨®n que pasa del relato de Sahrazad al Conde Lucanor y Voltaire, Cervantes y La Fontaine, Andersen y los hermanos Grimm. Indagar en los or¨ªgenes y progenitura del relato-marco de Las mil y una noches es tirar de un hilo y sacar cien madejas. El cuento del cuento del cuento se convierte en un material estratigr¨¢fico, en el que la busca deviene un fin en s¨ª: el manuscrito perdido reemplaza al tesoro perdido y el periplo azaroso del viajero se truca en el viaje al interior de la semilla, como advirti¨® Doris Lessing respecto a las f¨¢bulas de Bidpai -el Kalila y Dimna espa?ol-, y como ilustr¨® Borges, el mejor lector en nuestra lengua de la genial astucia de Sahrazad. La superposici¨®n de relatos y lectura en palimpsesto desembocan en la poligraf¨ªa: el arte de escribir con procedimientos secretos que obliguen al lector a descifrar la significaci¨®n de lo escrito. Todos contemplamos los almoc¨¢rabes y dibujos enrevesados como los de la arena de Vanuatu y nos esforzamos en desentra?ar su sentido.
Vuelvo a Las mil y una noches y a su diagrama arb¨®reo. El laberinto al que nos invita a penetrar Sahrazad se halla habitado por lo que Todorov llam¨® en su d¨ªa hombres -y mujeres- relato: es el del cuento o la vida. El rey Sahrayar exige a la hija de su visir las mil y una historias, procedentes de "mil vol¨²menes referentes a la historia de los pueblos extinguidos, de los antiguos reyes y de los poetas", que la joven ha le¨ªdo y asimilado. Callar equivale a morir y los personajes de Sahrazad rivalizan a su vez entre s¨ª para asumir la palabra salv¨ªfica. Los cuentos se incrustan en otros cuentos y los h¨¦roes de una narraci¨®n pasan a ser autores de otra: personajes al cuadrado o al cubo, de autor¨ªa m¨²ltiple y difusa. Dicha diseminaci¨®n, desconocida en Europa, en donde autoridad y autor¨ªa iban de la mano, aparece por vez primera en el Quijote: de "los autores que sobre este caso escriben" se pasa al "primer autor" y de ¨¦ste al traductor del Cide Hamete ar¨¢bigo. Tambi¨¦n, como en el relato de Sahrazad, el don Quijote de la segunda parte prolonga a sabiendas al personaje ya escrito en la primera y rechaza al usurpador forjado por Avellaneda. La escritura se transmuta en ficci¨®n y la ficci¨®n da paso a la existencia.
En Las mil y una noches estamos en los dos lados del espejo: ¨¦ste nos refleja y el reflejo nos crea. El universo de Sahrazad no es nunca lineal: el tronco se ramifica y nos constri?e a andar por las ramas. All¨ª, las abejas o vientos polinizadores nos transportar¨¢n a otros lugares, como los genios o efrits que pueblan sus p¨¢ginas. Algunos estudiosos hablan al respecto de argumen-
tos-crucigrama, por sus diversas posibilidades de combinaci¨®n dentro de un mismo marco. Yo prefiero la imagen del diagrama de los maestros narradores de Vanuatu. El cuento de los cuentos de Sahrazad se desenvuelve ante nosotros con un sorprendente polimorfismo: incluye todas las t¨¦cnicas del relato, ya sean de la tradici¨®n oral, ya de la literatura, con las obligadas pausas de respiro, poemas intercalados, narraciones interrumpidas en uno de los momentos cumbre de la trama, cuando el rey o los lectores de hoy aguardan, como en las novelas por entrega o folletines televisivos, la suerte feliz o desdichada de sus h¨¦roes y hero¨ªnas. La enmara?ada madeja de Las mil y una noches es la de la llamada novela bizantina, cultivada en nuestra lengua, entre otros, por Lope de Vega y, sobre todo, por la feminista avant la lettre que fue Mar¨ªa de Zayas; sus cuentos incrustados reaparecen en Guzm¨¢n de Alfarache y la primera parte del Quijote: el procedimiento del relato alternado ("Esto es lo que hace referencia a Fulano. Volvamos ahora a Mengano") se reproduce asimismo en nuestra mayor novela, cuando sus dos h¨¦roes se separan y, mientras don Quijote es hu¨¦sped de los duques, Sancho gobierna la ¨ªnsula Barataria; la anagn¨®resis de los personajes, esto es, el reconocimiento s¨²bito de su identidad y parentesco, lozanea con encantadora inocencia en los filmes hind¨²es que se proyectan en el cine Ed¨¦n de mi barrio; los juegos del travestismo, de las doncellas vestidas de var¨®n y transmutadas en valientes guerreros sin que su amado las reconozca, colean en las novelas de Cor¨ªn Tellado...
Las mil y una noches abarca igualmente una vasta gama de procedimientos narrativos: desde la construcci¨®n elaborada y compleja de lo que entendemos por alta literatura al inmenso caudal de historias de las tradiciones orales y de los subg¨¦neros novelescos, cinematogr¨¢ficos y televisivos. Insisto en que no hay genealog¨ªa rastreable sino polinizaci¨®n fortuita. Hay obras irrepetibles y obras semilla. Entre las primeras, citar¨ªa ejemplos tan dispares como La Celestina o Gargant¨²a y Pantagruel. Entre las segundas -dejando de lado el caso del Quijote, cuyo poder seminal fecund¨® las literaturas inglesa y francesa, pero no actu¨® en la nuestra sino a mediados del pasado siglo-, los relatos y novelas de Kafka o Cien a?os de soledad. A consecuencia de la ¨²ltima, surgieron Macondos en las cinco partes del mundo. Los prodigios evocados se multiplicaron y alcanzaron las orillas m¨¢s remotas. Sus sucesivas aclimataciones siguen a¨²n.
Las expresiones orales todav¨ªa vivas, como el meddah turco, el pala de Blangladesh o la halca de Marraquech, pueden ser fuente de inspiraci¨®n para escritores avezados a la escucha de las voces del mundo. Los subg¨¦neros folletinescos, tambi¨¦n. Manuel Puig nos procura un buen ejemplo de ello. Las tramas cursis de los filmes de la Edad Dorada de Hollywood se convierten por obra suya en excelentes novelas: el protagonista de El beso de la mujer ara?a seduce a su compa?ero de celda con su relato de pel¨ªculas a lo Sahrazad. El cuento o la vida ser¨¢ el que s¨®lo se interrumpe, como leemos en Las mil y una noches, "por la destructora de las dulzuras y dispersadora de toda reuni¨®n, la muerte". Molina, el h¨¦roe de Puig, lo sabe y, en un desesperado cuenta atr¨¢s, envuelve a su amado en una sutil e invisible telara?a que les permitir¨¢ evadirse mentalmente a ambos, por unas horas, de la siniestra prisi¨®n de la Junta Militar de su pa¨ªs.
Habl¨¢bamos del viaje de Oriente a Occidente, del subcontinente hind¨² a Persia, de Persia a Bagdad, de Bagdad a Egipto: el texto de Las mil y una noches es el paradigma de la hibridez. Creado a partir de leyendas que se remontan a la revelaci¨®n de Brahma, pasado luego por el budismo benigno de las f¨¢bulas de Bidpai, llegado al Bagdad del Califato abbas¨ª, en el que conviven musulmanes, cristianos, jud¨ªos y seguidores de Zoroastro, recibe un aporte de las diferentes comunidades de tr¨¢nsito, y en relatos de gran maestr¨ªa, como El jorobado, el jud¨ªo, el superintendente y el cristiano (noches 25 a 32), los representantes de las tres religiones monote¨ªstas nos son presentados en pie de igualdad. La cultura literaria mitiga y unifica la dureza de los credos. Algunos elementos matriarcales pal¨ªan los efectos perdurables del G¨¦nesis b¨ªblico y sus secuelas cristianas e isl¨¢micas tocante al pecado original de la mujer. La homosexualidad, condenada de forma inapelable en Sodoma, es vista con indulgencia y humor en las historias protagonizadas por el poeta Abu Nuwas. El amor a la palabra y el arte del cuentista borran las diferencias y aglutinan a los oyentes ansiosos de cuentos e historias. El auditorio cambia al hilo del relato y los protagonistas se suceden en ¨¦l. Una pluralidad de voces nos crea y proyecta a infinidad de mundos. En los zocos ¨¢rabes, en los mercados de la ¨¦poca de Bocaccio, Chaucer y el Arcipreste, en los espacios que acogen las tradiciones orales de Asia, ?frica y Mesoam¨¦rica, vemos reproducirse de una forma u otra los diagramas trazados en la arena de Vanuatu: todos somos autores, personajes y espectadores del discurso ef¨ªmero dibujado simb¨®licamente en el polvo en el que un d¨ªa nos convertiremos, no sin transmitir antes a nuestros hijos el saber acumulado en los mil y un a?os del cuento de Sahrazad.
Juan Goytisolo es escritor
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