Espa?oles todos
Uno de los momentos m¨¢s bochornosos de la crisis del 11-M -una crisis, con su insospechado ep¨ªlogo electoral, plet¨®rica de momentos bochornosos- fue cuando el presidente Aznar, a las pocas horas del atentado, se puso delante de un micr¨®fono para afirmar: "Los han matado s¨®lo porque eran espa?oles". Al d¨ªa siguiente, con el estupor todav¨ªa en las retinas, muchos pudimos leer en este mismo peri¨®dico un art¨ªculo de Antonio Mu?oz Molina en que ven¨ªa a afirmar, con gran desparpajo sint¨¢ctico, que la masacre ferroviaria era una consecuencia de largos a?os de propaganda perif¨¦rica contra "Madrid" y lo que estas comillas representaban.
La primera convulsi¨®n pas¨®, y con ella la estupefacci¨®n de todos. Casi enseguida se supo que muchas de las v¨ªctimas se llamaban Neil, Osama, Danuta, John Jairo, Kalina, Petrika, Stefan, Tinka, Alexandru, Sanaa, Oleksandr o Wieslaw. Tambi¨¦n intuimos muchos enseguida que detr¨¢s del luto de Zaplana en sus comparecencias como portavoz del Gobierno o de la seriedad apretada de Acebes junto a la bandera espa?ola estaba la sombra implacable del integrismo isl¨¢mico como autor del salvaje atentado, y no la sanguinaria banda vasca, como se nos quiso hacer creer. Ni Aznar ni Mu?oz Molina (y no digo ya Zaplana o Acebes), hasta la fecha, se han disculpado por lo que dijeron o por lo que escribieron, aunque los hechos est¨¢n ah¨ª. Aznar, eso s¨ª, ech¨® mano raudamente del consejo de ministros, puesto que no estaba dispuesto a tolerar que la realidad le malograra una buena frase: todos los emigrantes damnificados por las bombas fueron ipso facto convertidos en espa?oles. El papel de Mu?oz Molina en la tragedia es un poco m¨¢s equ¨ªvoco. Al fin y al cabo, suya es la teor¨ªa -aunque en su favor hay que decir que formulada en caliente- de que fueron las veleidades nacionalistas de la periferia las culpables morales de esos doscientos cad¨¢veres. S¨®lo le faltaba haber citado por su nombre a Carod Rovira o a Arzallus (o quiz¨¢, qui¨¦n sabe, a Maragall o a Od¨®n Elorza).
Todo esto, por supuesto, tiene el significado que ustedes le quieran otorgar. Se trata de hechos, sin duda, como tambi¨¦n es un hecho que un se?or llamado Rodr¨ªguez Zapatero gan¨® las elecciones del 14-M porque, adem¨¢s de tener unas notorias ganas de cambio, al electorado no le gusta que le tomen por tonto. Da un poco de miedo, por otro lado, la cantidad de buenos deseos (e incluyo tambi¨¦n los m¨ªos) que ha sintonizado este hombre en unos pocos d¨ªas de marzo. Si cumple lo que ha prometido (y, a lo que parece con la cuesti¨®n iraqu¨ª, lo est¨¢ haciendo), habr¨ªa que augurarle un futuro m¨¢s que prometedor.
La cuesti¨®n, si ustedes me lo permiten, es por qu¨¦ un presidente del gobierno de pasado falangista puede coincidir en una obtusa visi¨®n nacionalista con un afamado escritor autocalificado de izquierdas. Quiz¨¢ la respuesta a este enigma se pueda husmear en un panfleto que la editorial Bromera acaba de traducir. El volumen se titula Espanyols tots, y su autor es el escritor gallego Suso de Toro. Vaya por delante mi opini¨®n de que este op¨²sculo est¨¢ fabulosamente mal escrito. Su origen fragmentario -casi se huele un aroma a discurso en la calle, o a art¨ªculo de combate para la prensa- lo convierte en enervante para los amantes de la prosa ordenada, pulcra, documentada y redonda, entre los cuales me gusta contarme. Pero es imposible ignorar, por otro lado, la tremenda raz¨®n que asiste a este gallego -este perif¨¦rico- a decir la mayor¨ªa de las cosas que dice.
Para empezar, ya sorprende que un tipo que se autodefine como nacionalmente gallego no tenga ning¨²n empacho en reconocerse tambi¨¦n como ciudadano espa?ol. Va a ser dif¨ªcil descalificar a un autor que se maneja tan a gusto con las evidencias. Dicho eso, sin embargo, Suso de Toro contin¨²a con las obviedades -¨¦ste es un libro muy obvio- y as¨ª nos recuerda, por ejemplo, su frustraci¨®n por no ser considerado un escritor tan espa?ol como cualquier otro por el hecho de escribir en gallego. O se pregunta qu¨¦ clase de ideolog¨ªa es esa del "constitucionalismo" en boca de tipejos que se estrenaron en p¨²blico haciendo campa?a contra la Constituci¨®n. O reconviene a los que buscan convertir el Quijote -ese gran libro donde se reconoce al otro y a las lenguas del otro- en una especie de tronado catecismo espa?olista. O concluye, con un dejo de amargura, que los a?os de democracia no han servido para que Espa?a conceda la espa?olidad a las culturas gallega, vasca y catalana (la valenciana, supongo, es diferente, puesto que, con la andaluza, sirve para vestir folcl¨®ricamente los peque?os atisbos de diferencia tolerados).
Hay que leer libros como ¨¦ste para recordar de tanto en tanto que no vivimos en Disneylandia. Este es un estado plural -plurinacional- pero mientras "Madrid" se obstine en considerar ajenas las lenguas y las naciones no castellanas no hay futuro posible para una convivencia pac¨ªfica entre iguales. Hay un Madrid entre comillas y otro sin comillas. Con Aznar por suerte ya no hay nada que dialogar, pero a Mu?oz Molina se le podr¨ªa recordar que vivir en un pa¨ªs con cuatro lenguas y cuatro culturas no es una tragedia. La tragedia -sus proleg¨®menos- es actuar como si esa parte de la realidad no existiera o, caso de vernos obligados a concederle el beneficio de lo tangible, lo hici¨¦ramos s¨®lo para dibujarla como caricatura. Espa?oles todos, bueno, pero no unos m¨¢s que otros. El se?or Rodr¨ªguez Zapatero, el deseado, tiene la palabra.
Joan Gar¨ª es escritor.
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