Tradiciones
En una de sus interesantes cr¨®nicas para el diario Avui, el jugador de la selecci¨®n espa?ola de balonmano Xavi O'Callaghan se quejaba de que Atenas no est¨¢ tratando a los atletas como lo hizo Sidney. Cuenta que en Australia llevar una acreditaci¨®n merec¨ªa toda clase de atenciones mientras que en Grecia te tratan como a un guiri cualquiera. "Tienes la sensaci¨®n de que siempre est¨¢n intentando venderte algo", dice el jugador, y habla de c¨®mo hay que pactar el precio de los taxis para no ser enga?ado o regatear con los vendedores de souvenirs situados en los alrededores de la Acr¨®polis. "Te ven m¨¢s como una oportunidad de negocio que como alguien con quien compartir unos instantes desinteresada y amigablemente", concluye.
Los protagonistas de unos Juegos deber¨ªan ser siempre los deportistas y sus privilegios deber¨ªan prevalecer sobre los de los dem¨¢s. El problema es que, desde hace tiempo, los Juegos se nos venden no s¨®lo como un encuentro de alta simbolog¨ªa, sino como la oportunidad para la prosperidad de una ciudad. Adem¨¢s de la competici¨®n, se justifican terremotos urban¨ªsticos y las fuerzas vivas de la econom¨ªa local se movilizan para llevarse su parte del pollo. En ocasiones, tanto movimiento se debe a que la organizaci¨®n de unos Juegos dispara los precios y expande la euforia inflacionista m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites deportivos. El pastel, pues, se reparte as¨ª: los deportistas se llevan la gloria, y los taxistas, comerciantes y otras formas de vida respetable, las migajas. En resumen: el desinter¨¦s para los atletas, el inter¨¦s para los dem¨¢s.
Que en Atenas intenten regatear y haya que pactar las carreras de los taxis es, adem¨¢s, una tradici¨®n tan arraigada como pretende serlo esa horterada de la laureada corona que les ponen a los ganadores y que constituye uno de los momentos de verg¨¹enza ajena de las ceremonias de entrega de medallas. Para justificarse, los organizadores han manoseado la historia y han repetido que la corona es el premio que distingu¨ªa a los ganadores de la Antig¨¹edad, como ya contaba con acierto Ast¨¦rix en Los Juegos Ol¨ªmpicos. Es un argumento tramposo, ya que tambi¨¦n podr¨ªa haberse recuperado la tradici¨®n de competir en pelota picada. En el Museo Ol¨ªmpico de Atenas pueden verse multitud de obras en las que los deportistas aparecen en cueros, corriendo, lanzando el disco o la jabalina. Incluso se untaban el cuerpo en aceite de oliva, algo que hoy seria inmediatamente condenado por El Vaticano, El Gremio de Fabricantes de Aceite y las diferentes organizaciones que dicen proteger al telespectador. Como disidente audiovisual, yo preferir¨ªa que se hubiera recuperado esa lubrificante costumbre a ver a todo un ganador subiendo al podio con una ensalada sobre la cabeza. Adem¨¢s: de haber recuperado la tradici¨®n de competir en pelotas, la audiencia se habr¨ªa multiplicado.
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