La Castroenteritis aguda
Este texto in¨¦dito es el ¨²ltimo que escribi¨® su autor para EL PA?S d¨ªas antes de su muerte, ocurrida el lunes 21 de febrero.
Tuve de pronto en mi televisi¨®n una especie de visi¨®n de Cuba. Ocurri¨®, casi milagrosa, durante el pasaje del cicl¨®n Charlie, pero la visi¨®n del paso del hurac¨¢n me proporcion¨® lo que muchos no vieron en Cuba: los destrozos que ocasionaba Charlie mientras Fidel Castro se aparec¨ªa en los estudios de la televisi¨®n en uno de esos impromptus que tanto le gusta hacer. Alguien habl¨® de su cumplea?os, que era ese d¨ªa, y se extendi¨® para hacer un juego de palabras: "Por tanta charla me perd¨ª el paso de Charlie". Se rio y sus contertulios se rieron con ¨¦l: Charlie, charla. ?Comprenden? El M¨¢ximo L¨ªder hab¨ªa hecho un chiste.
Pero no era un chiste: el paso del hurac¨¢n Charlie hab¨ªa afectado de veras a Cuba, sobre todo a sus provincias occidentales. Despu¨¦s se vio c¨®mo "trabajadores voluntarios" recog¨ªan las ramas y los troncos ca¨ªdos de los ¨¢rboles, y c¨®mo reparaban los da?os hechos a las comunicaciones telef¨®nicas y los cables del tendido el¨¦ctrico tumbados por el suelo, causantes de las interrupciones de la electricidad en zonas de La Habana y todo Pinar del R¨ªo. Pude ver as¨ª c¨®mo era la vida en Cuba fuera de La Habana. Vi a gente desarrapada haciendo labores de limpieza de escombros vegetales, pero vi tambi¨¦n la extrema pobreza en que viven los cubanos del campo. Los vi arando con arados de madera tirados por bueyes fam¨¦licos. Tambi¨¦n vi a campesinos vistiendo harapos y llevando desvencijados sombreros de paja. Todos parec¨ªan consumidos por una enfermedad que los discursos de Castro y las ama?adas estad¨ªsticas oficiales no permit¨ªan ver. La visi¨®n que ofrec¨ªa el canal internacional cubano (es decir, la versi¨®n oficial) dejaba ver antes de emitir el noticiero otra Cuba secreta, pero mostrada ahora como si se tratara de una visi¨®n del para¨ªso. Se ve¨ªan ¨¢rboles frutales cuyos frutos iban a dar a las mesas de blanqu¨ªsimos manteles en restaurantes y hoteles, que permit¨ªan que el locutor hablara de sitios paradisiacos. S¨®lo que esta visi¨®n estaba vedada a los cubanos, como estaba prohibida la presencia de cubanos en hoteles y restaurantes. Los cubanos eran los sirvientes de los turistas extranjeros y parec¨ªan hacerse invisibles entre el boato de los buffets y los juegos de mar, en que hombres rubios remaban ociosos en kayaks y piraguas de lujo, mientras rubias espl¨¦ndidas se paseaban inocentes por la playa exhibiendo la ¨²ltima moda de bikinis c¨®mplices.
Pero Castro era bien visible en este noticiero. Hab¨ªa unas reuniones que llamaban mesas redondas, que eran tambi¨¦n pretextos para que Castro apareciera iluminando a los reunidos y a los temas con su verbo que a veces se convert¨ªa en verborrea. En una ocasi¨®n, una de las mesas redondas era sobre los ciclones del Caribe. Hab¨ªan tra¨ªdo ahora al flamante director del observatorio nacional para que hablara de una teor¨ªa cicl¨®nica. No bien hab¨ªa comenzado a dar su lecci¨®n el eminente meteor¨®logo cuando Castro lo interrumpi¨® para revelar cu¨¢nto sab¨ªa de, entre otras cosas, ciclones y huracanes. Ya no volvi¨® a hablar el eminente experto porque Castro comenz¨® a darle lecciones a ¨¦l y a los otros concurrentes. Sab¨ªa no s¨®lo de la atm¨®sfera y sus fen¨®menos, sino que ten¨ªa su teor¨ªa acerca de c¨®mo se forman los ciclones. Recordaba uno de los chistes oficiales que me hab¨ªa contado Juan Marinello, el dirigente comunista. Hablaba Castro para los carboneros de la ci¨¦naga y hasta hab¨ªan instalado un televisor para captar sus palabras y transmitirlas. Castro habl¨®, como siempre, del carb¨®n vegetal, de su fabricaci¨®n y hasta de su venta en los mercados populares. Cuando termin¨® su relato todos los congregados aplaudieron. El responsable de la reuni¨®n vino a conversar sobre su tema favorito: Fidel Castro. Se dirigi¨® a un carbonero ya mayor para preguntarle qu¨¦ le hab¨ªa parecido la intervenci¨®n del M¨¢ximo L¨ªder: "Oh", dijo el carbonero, "ese hombre sabe de todo", pero se detuvo para agregar: "Ahora, que de carb¨®n no sabe". Como tampoco sab¨ªa de huracanes y ciclones y se embarc¨® en una risible teor¨ªa, evidentemente, de su propiedad, y se enfrasc¨® en su teor¨ªa de ciclones y contraciclones y su efecto devastador. Pero, para los que est¨¢bamos reunidos para ver c¨®mo su versi¨®n en la mesa redonda se convert¨ªa en una digresi¨®n de la que no pod¨ªa salir y que nadie se atrev¨ªa a interrumpir porque el M¨¢ximo L¨ªder sab¨ªa todo lo que hab¨ªa que saber de huracanes y su paso por la isla. Falt¨® que uno de los concurrentes se atreviera a decir: "Este hombre sabe de todo, ahora que de ciclones no sabe".
Esa noche Fidel Castro hizo una digresi¨®n dentro de sus digresiones para decir con un tono casi de l¨¢grimas: "A ver, ?por qu¨¦ no dejan que sus familias en el extranjero les manden a sus parientes una remesa familiar?"
En otra ocasi¨®n vino a ver un espect¨¢culo inusitado: un gran paquebote venezolano -que era de un fastuoso state of the arts: lo ¨²ltimo en navegaci¨®n-, que ven¨ªa a traer madera y planchas de cinc para ayudar a la hermana naci¨®n cubana a reparar los da?os hechos por el hurac¨¢n Iv¨¢n a su paso. Cuando se reuni¨® con el capit¨¢n del barco y su tripulaci¨®n, Fidel Castro se vio obligado a darles a los visitantes de la democracia bolivariana de Venezuela su bienvenida con un discurso. ?Y de qu¨¦ habl¨® Castro? Hizo una sesuda lecci¨®n acerca del paso de Bol¨ªvar por Sudam¨¦rica y se demor¨® en ella un rato que les pareci¨® eterno. Pero Castro hizo un alto en su periplo bolivariano para preguntarse, sin que nadie le respondiera, ?por qu¨¦ no dejaban que los emigrados (la palabra exiliado no aparece en su extenso vocabulario) les mandaran remesas a sus familiares de Cuba? (Esta monoman¨ªa se detendr¨¢ en medio de su discurso de otra mesa redonda).
Ahora, taimado como siempre, habl¨® del dinero que le hab¨ªan ya enviado a sus parientes y sus amigos en Cuba. De pronto sac¨® un fajo de billetes que ten¨ªan el aspecto de ser recientemente emitidos -y lo eran-. Como el mago que es, habl¨® del dinero (nunca dijo la palabra sagrada: d¨®lares) que ten¨ªan los cubanos guardado y que ahora se ve¨ªa en la ocasi¨®n de hablarles de que "esos dineritos" ser¨ªan cambiados por el Estado, por la Revoluci¨®n y por ¨¦l mismo. Se ve¨ªa obligado a pedirles a los que tuvieran dinero, es decir, d¨®lares, que los sacaran para ser canjeados por pesos cubanos "no convertibles" y aqu¨ª el tema le proporcion¨® la ocasi¨®n de hablar de canjes y de patriotismo. Estos cubanos que ten¨ªan remisiones de sus parientes en Estados Unidos estar¨ªan obligados a hacer el cambio. Como la Revoluci¨®n es generosa les permit¨ªa hasta el pr¨®ximo d¨ªa 10 del mes siguiente para hacer el cambio, y el tono se volvi¨® amenazante: el dinero cubano se volver¨ªa de curso obligatorio. Es decir, el dinero canjeado ser¨ªa de curso forzoso y los d¨®lares (de pronto hubo d¨®lares en su discurso) no ser¨ªan, como hasta ahora, moneda de curso legal. Los d¨®lares se volv¨ªan ilegales en su palabra que era un mandato. Fue, como ocurri¨® con el cambio de la moneda en 1962, un golpe de Estado financiero. Fin de la digresi¨®n y sus prop¨®sitos. No hab¨ªa que hablar m¨¢s del asunto. Como por arte, efectivamente, de magia totalitaria, aparecieron los d¨®lares ocultos en casas privadas y dentro de estas casas salidos de debajo de colchones y colchonetas y de catres de cuatro patas.
Ahora dej¨® de hacer su papel de dictador ben¨¦volo pero levemente siniestro, para concentrarse en clausurar los cursos de los j¨®venes graduados de arte. Antes se acerc¨® a las graduadas para acariciarles las cabezas obedientes, para completar la misi¨®n de los que apenas ser¨ªan los maestros de las escuelas cubanas por
que los verdaderos maestros hab¨ªan sido enviados a catequizar a Venezuela, a la Am¨¦rica Central. La educaci¨®n de los adolescentes para formar las filas de la Revoluci¨®n, recordaba a Hitler y la educaci¨®n de j¨®venes nazis que terminaron en las trincheras de Stalingrado y sembrando de cad¨¢veres las estepas rusas.
Castro estaba preparado para su funci¨®n, la barba recortada y bien acicalado con su pelo bien peinado al descubierto y la cara maquillada. Estaba en una tribuna erigida al frente del monumento al Che Guevara en Santa Clara, ahora bautizada Villa Clara, en que se guardaban los despojos del guerrillero heroico, utilizado por Castro como un ap¨®stol conveniente por su silencio. Terminaba el M¨¢ximo L¨ªder su discurso alumbrado por potentes reflectores para destacar su perfil y tocaba levemente el micr¨®fono para garantizar su uso como punto final. Entre los atronadores aplausos hizo una pausa antes de su lema terminal. No era el atroz "Patria o muerte", sino una frase prestada tambi¨¦n del Che Guevara: "Hasta la victoria siempre", exclam¨®. Pero esta victoria le iba a quedar m¨¢s lejos de lo que pretend¨ªa. Despu¨¦s de sorber un trago de agua luminosa y cuando se dispon¨ªa a abandonar la tribuna, ocurri¨® el accidente. Puso un pie decisivo y de pronto estaba tendido a todo lo largo de la plataforma para rodar hasta las primeras filas de sillas, donde qued¨® su cabeza. Esta ca¨ªda, que dio lugar a tantos chistes pol¨ªticos, fue una cosa muy seria para Fidel Castro, m¨¢s maltratado su ego que su cuerpo. La televisi¨®n para el extranjero capt¨® el momento hist¨®rico, pero la ca¨ªda fue cuidadosamente ocultada a los cubanos. Pronto estuvo rodeado de guardaespaldas ineficaces y qued¨® entre los miembros de su grupo de mi?ones. Aqu¨ª la emisi¨®n fue cortada para la televisi¨®n local haciendo desaparecer al M¨¢ximo L¨ªder convertido ahora en un m¨ªnimo accidentado. Cuando lograron devolver la imagen a las televisiones locales, que hab¨ªan recobrado imagen y sonido, apareci¨® estropeado, pero consigui¨® hacerse el vivo. Hab¨ªa interpretado el papel de Humpty Dumpty, el presuntuoso tirano verbal de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas, que cay¨® desde la considerable altura de su arrogancia. Cuando devolvieron a Castro a su conciencia, su cara lavada de sangre ya sab¨ªa m¨¢s que su radiograf¨ªa: se hab¨ªa destrozado una rodilla y partido un brazo, pero consigui¨® decir: "Estoy entero". Humpty Dumpty recobr¨® el conocimiento y nosotros su imagen reconstruida, y fue para pedir su otra monoman¨ªa: el Jeep que lo devolviera a palacio. Era evidente que quer¨ªa recobrar su imagen de M¨¢ximo L¨ªder: tullido, pero todav¨ªa al mando de su tropa.
El resultado de la ca¨ªda habr¨ªa sido visiblemente malo para otro mortal cualquiera pero no para el M¨¢ximo L¨ªder. Anestesiado pudo lamentar en tono jocoso c¨®mo se aprovechar¨ªa el enemigo de su ca¨ªda: "Aparecer¨¦ en todas las primeras planas de los peri¨®dicos del mundo". Pero no result¨® un buen heraldo. El peri¨®dico The Times hab¨ªa relegado la noticia a la p¨¢gina 20 sin darle excesiva importancia excepto por el t¨ªtulo. Dec¨ªa ¨¦ste: Cay¨® Castro, y era m¨¢s jocoso que veraz. Castro no hab¨ªa ca¨ªdo, se hab¨ªa ca¨ªdo, que no es lo mismo. Otros peri¨®dicos del mundo daban la noticia sin concederle importancia. Pero s¨ª se la hab¨ªa dado Castro, al escribir (mejor ser¨ªa decir dictar) una carta en que relataba de modo heroico su petici¨®n de no darle anestesia y casi parec¨ªa que ¨¦l hab¨ªa dictado, no s¨®lo la carta, sino tambi¨¦n la ejecuci¨®n de la operaci¨®n. Pero para el narcisismo y la arrogancia de Castro debi¨® haber sido un resultado peor. Apareci¨®, s¨ª, en la televisi¨®n para completar su ¨²kase del cambio de pesos por d¨®lares. Su obsesi¨®n hab¨ªa sido como una premonici¨®n, aunque la hac¨ªa con las barajas marcadas.
Fidel Castro permaneci¨® oculto entre las sombras pero emit¨ªa comunicados que le¨ªa por televisi¨®n un locutor que parece nieto de Batista, cuya voz engolada tiene un efecto que apenas sugiere la autoridad de lo le¨ªdo. Ra¨²l Castro hered¨® el mando con un cuidado extremo de no parecer decir ahora mando yo. Pero al hacer las labores del otro Castro, este Castro aparece r¨ªgido, r¨ªspido y dice chistes que ¨¦l s¨®lo r¨ªe. No es que Ra¨²l no tenga el carisma de su hermano, es que aparece ejerciendo su autoridad m¨¢s que nada como un general no bolivariano sino boliviano. Gordo, con una cara abofada como si acabara de salir de la cama. ?Y qui¨¦n no dice que su autoridad es un sue?o que para otros es una pesadilla? ?O es una versi¨®n de lo que ocurrir¨¢ cuando Fidel Castro desaparezca para siempre? La pregunta no es un mero ejercicio de ret¨®rica: Fidel Castro bien pudo haberse matado en una ca¨ªda que es otra muestra de su debilidad f¨ªsica, aunque goza de buena suerte todav¨ªa, y bien podr¨ªa haberse hecho a?icos la cabeza y no s¨®lo romperse una rodilla. Para algunos se trata de una zancadilla que le hizo desde el otro mundo el Che Guevara. Para otros no es m¨¢s que la realizaci¨®n de un refr¨¢n a que aluden los cubanos: no hay mal que dure cien a?os ni cuerpo que lo resista, y su cuerpo ha comenzado ya a no resistirlo a sus 78 a?os cumplidos.
? G. Cabrera Infante 2005. Este texto in¨¦dito es el ¨²ltimo que escribi¨® su autor para EL PA?S d¨ªas antes de su muerte, ocurrida el lunes 21 de febrero.
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