El 'caso Figo'
Por ah¨ª viene Figo, escupiendo perdigones de mercurio. Se mueve entre las dos orillas de la fama con el paso cambiado: o camina por el filo de la banda con el gesto sombr¨ªo de un alma en pena o devuelve el peto de suplente con la mirada huidiza del lobo dominante que ha perdido su puesto en la manada.
Su entrenador lo ha enviado a la reserva despu¨¦s de darle durante semanas el destino so?ado: nada menos que el limbo de la media punta. Con su nueva misi¨®n le conced¨ªa, de hecho, indulgencia plenaria. En el ¨²ltimo cuarto de la cancha pod¨ªa hacer su voluntad; estaba autorizado a pedir la pelota al claro o al pie, a qued¨¢rsela o a devolverla, a entrar o salir por cualquier callej¨®n y, en resumen, a jugar a su manera.
En otros tiempos, sin salir de su ce?o portugu¨¦s, Luis gestionaba el peligro con una sencillez abrumadora. Recib¨ªa, armaba el comp¨¢s y eleg¨ªa entre dos opciones: o dejaba tirado al lateral con un ¨²nico golpe de ri?¨®n o, en la duda, le miraba a los ojos, se daba un pase hacia el bander¨ªn m¨¢s pr¨®ximo y desde all¨ª met¨ªa un centro sesgado cuyo secreto estaba en su exacta conexi¨®n con la velocidad del despliegue; sorprend¨ªa a la defensa retrocediendo y a la delantera llegando.
Por si fuera poco, aquel muchacho que mov¨ªa un inquieto flequillo mosquitero y llevaba una ¨²lcera de est¨®mago escrita en la cara exhib¨ªa las dos formas de tenacidad m¨¢s apreciadas en el gremio de los galgos y los toros: su resistencia s¨®lo era comparable a su persistencia.
Hace cinco a?os precipitaba el juego como un torbellino.
Hoy, sin embargo, su musculatura ha perdido electricidad y sus jugadas suelen tener un formato recurrente: pide la pelota con el empecinamiento de un recaudador, engancha media docena de amagos que no valen ni medio metro de ventaja; el equipo reduce la marcha y se le queda mirando; ¨¦l recorta hacia el interior y repite los seis amagos ante el siguiente defensa; el equipo se inmoviliza; ¨¦l vuelve a recortar y, as¨ª, con el equipo definitivamente paralizado, decide que no hay m¨¢s salida para el embrollo que buscar una falta en la l¨ªnea frontal. Dicho y hecho: carga la cadera, se lanza al piso y reclama. A veces consigue la falta, a veces consigue tarjeta y a veces provoca un contraataque de consecuencias imprevisibles.
Desde que su perseverancia se ha vuelto testarudez, ya no es una soluci¨®n; es un problema.
Vista su evoluci¨®n profesional, discutirle el pasado ser¨ªa tan impropio como confiarle el futuro. A quienes le hemos admirado por lo que fue no nos gustar¨ªa recordarlo por lo que es.
Preferimos valorar al que se iba y olvidar al que se queda.
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