Marabunta
Hay zonas de la ciudad de Castell¨®n donde las farolas se encienden cada noche y cada ma?ana se apagan para iluminar el trazado de unas calles sin edificaciones ni vecinos. Son tierra conquistada por la prepotencia de los agentes urbanizadores a golpe de programas de actuaci¨®n integrada (PAI). En otros tiempos, se constru¨ªan casas donde no hab¨ªa ni calles, ni alumbrado, ni alcantarillado. Ahora, se urbanizan miles de metros cuadrados donde todav¨ªa no hay edificios, con una avasalladora ocupaci¨®n del territorio de aspecto fantasmal. La Ley Reguladora de la Actividad Urban¨ªstica (LRAU) ha dado el instrumento m¨¢s poderoso a los promotores para su insaciable conquista de suelo sin que nadie, desde un Consell completamente autista, se sienta obligado a hacer algo, aunque s¨®lo sea en nombre de la decencia y el decoro. Las facilidades para la depredaci¨®n son tales que se pierden hasta los contornos del sentido com¨²n. El s¨¢bado pasado, por ejemplo, la junta de accionistas del Valencia aprob¨® sin pesta?ear una operaci¨®n consistente en comprar terrenos a precio de campos y venderlos para urbanizar con un 60% de ganancia (cien millones de euros de beneficio, m¨¢s o menos) gracias a que el presidente del club de f¨²tbol, el constructor Juan Soler, negoci¨® con el alcalde de Riba-roja, Francisco Tarazona, la reclasificaci¨®n del paraje de Porxinos. Ya resulta escandaloso que la LRAU facilite con tanta contundencia y tan poco esfuerzo a los grandes promotores el mordisco urban¨ªstico en ¨¢reas previamente destinadas por el planeamiento a esos usos. Pero que lo haga tambi¨¦n con terrenos cuyo destino hay que cambiar mediante una decisi¨®n pol¨ªtica supera lo asombroso. Dicho de otro modo, si la maniobra de ese pelotazo es legal, urge modificar las leyes, por lo menos para preservar las decisiones pol¨ªticas de los municipios de una corrupci¨®n que, encima, se jalea en los medios como un negocio "brillante". La marabunta urbanizadora, a todo lo largo y ancho de la geograf¨ªa valenciana, levanta un rugido pavoroso que s¨®lo se niegan a o¨ªr los c¨ªnicos y los gobernantes mientras las farolas se encienden cada noche y se apagan cada ma?ana sobre calles fantasmas en Castell¨®n.
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