Espa?a y Houellebecq
La ¨²ltima novela de Michel Houellebecq tiene 485 p¨¢ginas, pesa 460 gramos y se titula La possibilit¨¦ d'une ?le. Es una historia de clones ambientada en Espa?a, entre un pasado y un futuro que le sirven de coartada para explicar el presente. Su protagonista es un humorista de escenario, c¨ªnico profesional, que empieza atravesando una crisis de los 40 que le dura lo suficiente para descubrir la diferencia entre lo divertido y lo humor¨ªstico. La historia retrata un mundo de consumismo metrosexual descrito con un estilo que no evita las collejas islamof¨®bicas y mis¨®ginas ideadas para irritar a los que necesitan irritarse. Para escribirla, Houellebecq se instal¨® en San Jos¨¦, un pueblo de Almer¨ªa, en una casa con un jard¨ªn desde el que se ven extensiones de campos de olivos. Era el refugio ideal para olvidarse de los problemas judiciales, las amenazas de muerte y los esc¨¢ndalos que provocaron sus libros m¨¢s recientes.
Michel Houellebecq ha escrito su ¨²ltima novela en Espa?a. Retrata un pa¨ªs lleno de gr¨²as y que adora a David Bisbal
En una entrevista que le hizo Sylvain Bourmeau, Houellebecq confiesa haberse sentido muy c¨®modo en Espa?a. Le fascinan, dice, los pa¨ªses en los que se produce un espectacular hundimiento del catolicismo (Irlanda, por ejemplo). Quiz¨¢ por eso, la ¨²ltima vez que estuvo en Barcelona contribuy¨® a la decadencia del catolicismo visitando el Festival de Cine Er¨®tico. Tras comprar algunas prendas ¨ªntimas para una esposa de la que ya se ha separado, confes¨® que le hab¨ªa parecido mucho mejor que el festival de Par¨ªs (recientemente, su ex mujer Marie-Pierre declar¨® en una revista: "Me hizo muy feliz y muy infeliz. Pero la conclusi¨®n es que fui feliz"). Es, pues, un escritor que deja huella, moralista a su manera, aunque su moralidad incluya la pluriadicci¨®n a diversas actividades pecaminosas. Fumar, por ejemplo, unos puritos largos y feos que consume mientras escribe o se somete a entrevistas promocionales tan temidas por ¨¦l como por sus entrevistadores. No es que diga barbaridades ni que se ponga agresivo. Lo que ocurre es que para responder a una pregunta se puede tirar 10 minutos pensando lo que va a decir, y esto crea abismales silencios e interminables pausas.
La novela combina arrebatos de misticismo futurista y de pornograf¨ªa intelectualizada (sexualidad sin afecto, el signo de los tiempos). Los placeres de la carne, reconvertidos en ficci¨®n autobiogr¨¢fica, le sirven igual para las novelas como para los poemas, las canciones o ese cortometraje que dirigi¨® y en el que una serie de hermosas mujeres en pelotas se iban tocando y lamiendo mutuamente. De vez en cuando, tambi¨¦n soltaban frases de presunto contenido po¨¦tico-filos¨®fico, y el resultado sumaba inquietudes de cuarent¨®n lascivo y pretensiones de sensible amante de la poes¨ªa y de la filosof¨ªa. Pero estos excesos no deber¨ªan ocultar la precisi¨®n de un retrato generacional que, a trav¨¦s de un individuo angustiado, describe el dilema que supone tener que elegir entre que el amor te mate o que te mate la falta de amor.
Uno de los alicientes del libro es una visi¨®n de Espa?a alejada de la que suelen tener los hispan¨®filos, propensos a la seducci¨®n antropol¨®gica (luto, moscas, tricornios, cal, toros, fandangos). Aqu¨ª aparecen bares de camioneros en la autov¨ªa del Mediterr¨¢neo (salida Totana Sur), grandes y peque?as superficies prostibularias atendidas por se?oritas eslavas y un paisaje invadido por las gr¨²as y las excavadoras del boom inmobiliario almeriense. El protagonista bebe cerveza Mahou y se resigna a o¨ªr las canciones de David Bisbal por todas partes. Sus observaciones sobre los espa?oles tampoco tienen desperdicio. Elogia la espontaneidad hispana y escribe: "A los espa?oles no les gustan nada los programas culturales, es un ¨¢mbito que les es profundamente hostil, a veces, hablando de cultura, tienes la impresi¨®n de que les infliges una especie de ofensa personal".
Durante 18 meses, Houellebecq permaneci¨® encerrado en su refugio almeriense, concentrado en su novela, sin preocuparse de que se le fueran cayendo los dientes y posponiendo la visita al dentista.
El proceso fue intenso y, como cada novela requiere sus propios est¨ªmulos, para escribir ¨¦sta descubri¨® el amor por los perros y la afici¨®n por los coches fardones. Houellebecq considera que, a partir de cierta edad, la ¨²nica alegr¨ªa aut¨¦ntica de los hombres son los coches. Pero, adem¨¢s de un implacable realismo contempor¨¢neo, su novela incluye una dosis importante de ciencia-ficci¨®n. En plena crisis, el protagonista se acerca a una secta, con cuartel general en Lanzarote, que tiene la rara virtud de haber convertido la ciencia en religi¨®n. Sus adeptos y l¨ªderes aspiran a la clonaci¨®n y, entre ceremonias rid¨ªculas, estafas, idolatr¨ªas delirantes y progreso tecnol¨®gico, consiguen practicarla. As¨ª acceden a una inmortalidad que, siglos m¨¢s tarde, les permite recordar qu¨¦ le ocurri¨® a esta parte del planeta. Una sucesi¨®n de explosiones nucleares acab¨® con casi todo, aunque entre los restos sobreviven algunos indicios de vida humana. Uno de estos restos demuestra un sutil sentido de la iron¨ªa: un panel publicitario de David Bisbal medio carbonizado en medio de un cr¨¢ter at¨®mico.
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