Lecturas subterr¨¢neas
Estaba escuchando un programa de radio en el que un escritor dec¨ªa que lo bueno de los cuentos es que, al ser breves, se pueden leer en un viaje de metro. Es un t¨®pico al que se recurre en periodo de promoci¨®n y que no responde a una verdad cient¨ªfica. Para aportar mi granito de arena al A?o del Libro y de la Lectura, ejemplo de lo que deber¨ªa ser una pol¨ªtica de promoci¨®n del libro sin fecha de caducidad, baj¨¦ al metro a comprobar qu¨¦ leen los pasajeros. Es algo que conviene hacer de vez en cuando para certificar las mutaciones del canon de lectura subterr¨¢nea. Eleg¨ª una hora punta, entre las siete de la tarde y las nueve de la noche de un d¨ªa laborable, y recorr¨ª varios metros de las l¨ªneas 5 y 4. Para pasar m¨¢s inadvertido, me disfrac¨¦ de lector y me llev¨¦ un libro que contiene, en 234 p¨¢ginas, poemas, cuentos, ensayos, pr¨®logos, reflexiones y cr¨ªticas literarias: sin hero¨ªsmos, por favor, de Raymond Carver.
Los lectores de metro leen en las posiciones m¨¢s inveros¨ªmiles, sin que parezcan afectarles ni la falta de espacio ni las estampidas
Resumen del informe que desarrollar¨¦ m¨¢s adelante: no vi a nadie leyendo un libro de cuentos. Por el contrario, entre los elegidos que todav¨ªa tienen energ¨ªa para gozar del bendito placer de la lectura, observ¨¦ que la mayor¨ªa se inclinaba por novelas largas, esas que coloquialmente denominamos tochos. Hace tiempo, uno de esos lectores de metro me coment¨® que le encantaba leer novelas largas elegidas exclusivamente para sus viajes. Era, me dijo, una manera de sentirse acompa?ado durante semanas por una historia y unos personajes con los que se reencontraba dos veces al d¨ªa: a la ida y a la vuelta. Pese a que la competencia de otras adicciones es potente (MP3, sue?o atrasado), los lectores de metro leen en las posiciones m¨¢s inveros¨ªmiles: con la cabeza apoyada en una barra met¨¢lica, de pie, arrinconados por un gigante dormil¨®n, sin que parezcan afectarles ni la falta de espacio ni las estampidas. Los hay que leen con un auricular en la oreja, lo que induce a pensar que son capaces de hacer dos cosas al mismo tiempo. Se suele decir que los perros se parecen a sus amos (o viceversa). A veces los lectores se parecen a los libros que leen, quiz¨¢ porque, como dijo Jaume Cabr¨¦ en la presentaci¨®n de su reflexi¨®n La mat¨¨ria de l'esperit: "Somos lo que leemos y lo que estamos dispuestos a leer" (su editor dijo que se trata de un ensayo que "se lee como una novela", otro t¨®pico peligroso teniendo en cuenta la cantidad de novelas que se leen como si fueran sopor¨ªferos ensayos).
Entre los libros vistos en esta encuesta no vinculante observo que los best-sellers tienen una presencia destacada: tres t¨ªtulos de Dan Brown, uno de Carlos Ruiz Zaf¨®n y dos Harry Potter. Si me acerco mucho al lector para identificar el libro, levanto sospechas y me miran como si fuera a) un carterista o b) un viejo verde que se dedica a meter mano al personal. Durante parte del recorrido, la estad¨ªstica se repite: tres lectores por vag¨®n. Uno de los vagones tiene un gusto admirable: Vicios ancestrales, de Tom Sharpe; El mito de S¨ªsifo, de Albert Camus, y No ficci¨®n, de Chuck Palaniuk. Cuando est¨¢n a punto de pedirme explicaciones por mi acoso visual, disimulo y me sumerjo en las p¨¢ginas del libro de Carver. La lectura me atrapa tanto que me cuesta regresar a la superficie: "En la verdadera literatura, el significado de una acci¨®n se traslada a la vida del lector. En las mejores novelas y en los mejores relatos, los valores se reconocen como tales. La lealtad, el amor, la fortaleza de ¨¢nimo, el coraje, la integridad puede que no sean recompensadas, pero se reconocen como buenas acciones o cualidades positivas; las conductas negativas o simplemente est¨²pidas se perciben como lo que son: conductas negativas o est¨²pidas".
Afortunadamente, los libros subterr¨¢neos no se preocupan tanto de la aut¨¦ntica literatura como de la aut¨¦ntica lectura. La concentraci¨®n con la que una chica lee un libro que no aprobar¨ªa el examen de literatura aut¨¦ntica -La princesa que cre¨ªa en los cuentos de hadas- es tan necesaria como la lucidez de Carver. Todo suma. Me apeo en Diagonal y recorro un largo pasillo en el que un peruano interpreta We are the world con una flauta andina. A su lado, unos vendedores de ropa pirata permanecen atentos a cualquier movimiento y, desde distancias incre¨ªbles, son capaces de advertir la presencia de cualquier autoridad uniformada. Aqu¨ª, en esta parte subterr¨¢nea del mundo, s¨®lo los virus y los pensamientos son invisibles. Los rostros de los lectores tampoco expresan nada. Supongo que, en el futuro, se fabricar¨¢n humanos provistos de una pantalla l¨ªquida en la frente en la que se podr¨¢n leer los pensamientos que producen los libros, las canciones, los paisajes o las resacas. Me subo a un metro muy moderno, en forma de gusano. Puedes cruzarlo desde la cola hasta la cabeza en un largo y serpenteante paseo durante el cual descubro a una lectora de Anna Gavald¨¤, otra de Pearl S. Buck y otra, misteriosa, que lee un tocho envuelto en un papel de Bazar el Regalo. "En todas partes hay islas de gente lectora", dice Cabr¨¦. Tiene raz¨®n. Y algunas de estas islas se mueven bajo tierra, como una esperanzadora corriente.
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