Los m¨¢s premiados
Esta noche, 20? edici¨®n de los Goya, en la que han competido 137 pel¨ªculas. Para celebrarlo, hacemos un repaso por los 20 profesionales que m¨¢s premios han logrado en cada especialidad, desde directores y productores hasta encargados de m¨²sica, fotograf¨ªa y vestuario. En total, ?112 'goyas'! Abrimos con dos grandes, Fernando Fern¨¢n-G¨®mez y Javier Bardem. Adem¨¢s, los guionistas de tres galas inolvidables, las que present¨® Rosa Mar¨ªa Sard¨¢, cuentan 'c¨®mo se hizo', y entrevistamos a Isabel Coixet, candidata hoy como directora y guionista.
Se?ores, acabamos de subir 10 puntos de audiencia!". El entusiasmo de Wyoming se contagi¨® detr¨¢s del escenario, donde actores, productores, representantes, maquilladores, periodistas, t¨¦cnicos, azafatas, guionistas? acab¨¢bamos de ver por televisi¨®n (primera paradoja: detr¨¢s del escenario, la gala se ve por televisi¨®n) c¨®mo Paz Vega se levantaba de su asiento para subir a recoger el premio a la mejor interpretaci¨®n de aquel a?o por su papel en Carmen. Y al incorporarse, a la actriz se le descolg¨® el vestido del hombro hasta mostrar un pecho bail¨®n, imagen que se repiti¨® a lo largo de la semana siguiente en todas las cadenas, hacia atr¨¢s y hacia delante, a varias velocidades, con pausa y ampliaci¨®n de detalle. Wyoming tuvo raz¨®n, y de aquel ¨¦xito medi¨¢tico, que no pudimos atribuir a las bondades del gui¨®n, cabe extraer, al menos, dos conclusiones: la primera, que la moda de Espa?a trabaja a favor de los gustos del p¨²blico; la segunda, que la gala de los premios Goya es un acontecimiento imprevisible, cuyo ¨¦xito depende tanto del reparto de premios como del comportamiento de un tirante.
La gala, que cada vez tiene m¨¢s repercusi¨®n, es la radiograf¨ªa en directo de un a?o de trabajo
Antonio Resines siempre est¨¢ dispuesto. Wyoming perdi¨® el sobre con el nombre del ganador
?sa es, sin duda, su mayor virtud, la excusa para vivirla en directo: nadie sabe nada de lo que va a pasar, cr¨¦annos, nada salvo qui¨¦n abrir¨¢ el sobre con el nombre del ganador o ganadora, y hasta hubo quien lo perdi¨® justo cuando le lleg¨® el momento de abrirlo. Los responsables de la Academia conocen por experiencia que esa noche cualquier cosa puede suceder, que incluso hay muchos deseando que suceda algo, de ah¨ª la mala cara con la que suelen pasar el trago midiendo a pasitos cortos los pasillos de la trastienda.
Se ven muchas malas caras esa noche, s¨ª, tambi¨¦n en el patio de butacas. Tengan en cuenta (la reflexi¨®n no es nuestra, sino de Rosa Mar¨ªa Sard¨¤, con la que hemos compartido como guionistas las ceremonias de 1993, 1998 y 2002) que hacia el final de la noche las tres cuartas partes del patio de butacas han perdido un Goya, y que para entonces llevan sin probar bocado m¨¢s de seis horas. Desde la comodidad de la velada hogare?a, la gala puede que parezca anodina o falta de sustancia, pero imag¨ªnense c¨®mo se vive la cosa sin poder moverse de la butaca, con ropa prestada, alquilada o reci¨¦n estrenada, rodeado de c¨¢maras y cables, contempl¨¢ndote a ti mismo en un monitor y pendiente del instante decisivo: hasta que oyes tu nombre entre los candidatos, todo se te hace largo, moroso, innecesario; si encima resulta que pierdes el premio, el resto de la gala ser¨¢ espantoso, pat¨¦tico y provinciano; pero si ganas, ah, si ganas, todo cambia de color y de repente la gala derrocha ingenio, chispa y creatividad. No le pregunten a ninguno de los afectados c¨®mo ha sido la ceremonia: est¨¢n a lo suyo, no puede ser de otra manera.
Y sin embargo, esas malas caras, que reflejan una ansiedad afilada por el hambre que est¨¢n pasando, son el escaparate del cine espa?ol. Para bien o para mal, la gala de entrega de los premios Goya es la fiesta de nuestro cine, la radiograf¨ªa en directo de un a?o de trabajo. Una gala que cada vez tiene mayor repercusi¨®n, por eso ya resulta habitual que el palmar¨¦s se transmita de forma directa a las taquillas: pel¨ªculas que parec¨ªan condenadas al estante m¨¢s escondido del videoclub resucitan gracias al premio o doblan sus recaudaciones despu¨¦s de exhibir en las portadas de los peri¨®dicos los frutos recogidos en la noche m¨¢s larga del cine nacional. Los productores, los que m¨¢s ganan o pierden seg¨²n les vaya la noche, planifican estrenos y promociones en funci¨®n de la fecha de los premios. Se juegan todo a una carta. Mejor dicho, a un sobre. En los titulares de agencias, diarios, radios y televisiones cabe una pel¨ªcula, dos a lo sumo. Y en ese resumen comprimido de la noche se ha decidido el futuro de muchos.
Algunos a?os, casi nunca, la propia gala se ha convertido en noticia incluso por encima de los t¨ªtulos premiados. As¨ª sucedi¨® un par de ediciones atr¨¢s, cuando Alberto San Juan y Guillermo Toledo, y todo Animalario detr¨¢s, encabezaron una suma de declaraciones antib¨¦licas m¨¢s o menos improvisadas en la ceremonia m¨¢s sonada de todas las que se recuerdan, si es que alguien recuerda todav¨ªa alguna de las 19 galas de entrega que hasta hoy se han celebrado. Porque por muchos momentos memorables que contengan, las galas son espuma de una noche, una traca que sirve para lo que sirve y de la que no queda ni rastro una vez disipado el humo. Y eso ahora que los premios Goya, sean como sean, tanto si la gala aburre como si no, siempre obtienen resonancia. Pero en las primeras ediciones, con todo por hacer, con mucha gente a la que convencer, sin la televisi¨®n en directo y con la asistencia a los cines bajo m¨ªnimos, el empe?o en una fiesta ef¨ªmera y sin espect¨¢culo constitu¨ªa un sacrificio de escasa rentabilidad. Aquellas primeras entregas de premios, en el miniescenario del cine Lope de Vega de Madrid, con guionistas de tanto prestigio como Lola Salvador y Manolo Matj¨ª, eran como una especie de voluntariado en pro de una causa por la que pocos apostaban y cuyo futuro casi nadie se cre¨ªa.
Hablemos de lo que conocemos: nosotros entramos por primera vez en la Academia de Cine hace casi 12 a?os; llamamos a una puerta con una plaquita y media docena de personas nos atendieron en el sal¨®n de un peque?o piso de alquiler; cinco minutos despu¨¦s conocimos a Rosa Mar¨ªa Sard¨¤ y de inmediato nos reunimos en torno a una mesa para repasar la escaleta. Ella la ley¨® en voz alta y s¨®lo con eso empezamos a re¨ªrnos. Nos habr¨ªamos re¨ªdo igual si lo que le hubi¨¦semos puesto delante fueran las p¨¢ginas amarillas, porque ella recitaba con la misma iron¨ªa una acotaci¨®n que una abreviatura; por eso, desde entonces, ella pas¨® a llamarse por las iniciales con las que figuraba en la escaleta: RMS (as¨ª lo indic¨¢bamos, RMS en atril, o RMS sale, o RMS presenta; lenguaje de escaleta, que ella le¨ªa como si fueran textos de un autor consagrado). No sabemos c¨®mo habr¨¢n sido los preparativos de las dem¨¢s ceremonias, pero para nosotros escribir con RMS supuso, en las tres ocasiones citadas, horas incontables de lectura y revisi¨®n, noches en vela, miles de llamadas telef¨®nicas, docenas de cartones de tabaco y litros de caf¨¦, croquis, ensayos y, sobre todo, risas, muchas risas. La mayor parte del trabajo consist¨ªa en que RMS ensayara su texto con todo el mundo -amigos, visitantes, camareros de hotel, taxistas- hasta conseguir que pareciese improvisado. Y finalmente, sobre el escenario, llegada la noche de autos, RMS hablaba y todo sonaba como si se le acabara de ocurrir.
Oy¨¦ndola parece siempre f¨¢cil, pero conseguir que parezca f¨¢cil es lo m¨¢s dif¨ªcil de ese trabajo. Se puede ser actor, presentador o monologuista, pero la categor¨ªa de conductor de ceremonia de entrega de premios no est¨¢ al alcance de muchos. Lo m¨¢s normal es que te estrelles contra un espect¨¢culo de mec¨¢nica repetitiva, un p¨²blico que no est¨¢ para bromas y una necesidad de ser gracioso que puede resultar exasperante. RMS torea el asunto con esa naturalidad que seguramente es un don pero que lleva detr¨¢s, somos testigos de ello, horas y horas de entrenamiento. Y eso que en dos de las galas adem¨¢s estaba propuesta como actriz de reparto, circunstancia que oblig¨® a desdoblar el gui¨®n en previsi¨®n de ambas posibilidades, que ganara la estatuilla o que la perdiera. Puede que lo recuerden, nosotros, desde luego, no lo olvidamos: RMS llorando cubierta por un velo de luto despu¨¦s de haber perdido su premio; o, unos a?os antes, recibiendo el Goya con un breve discurso que rezumaba iron¨ªa: "En estos ¨²ltimos a?os, en este pa¨ªs se ha avanzado mucho en materia de derechos y libertades. Ya era hora de que se hiciera justicia con los premios. Muchas gracias".
Claro que no todos los discursos son as¨ª de concisos. Lo habitual es lo contrario, ejemplos abundan un a?o tras otro. Los parlamentos -a veces arengas, o casi conferencias- son los momentos m¨¢s temidos si andas metido en el tinglado. El a?o pasado se quiso dominar el tiempo con un micr¨®fono de sube y baja que dejaba al premiado, literalmente, sin habla. Pero al primer Goya se acab¨® el invento: vuelto hacia bambalinas, el protagonista reclam¨® su minuto irrepetible de gloria y primer plano. Y as¨ª, entre reclamaciones, se perdi¨® m¨¢s tiempo todav¨ªa.
Es su momento, qu¨¦ le vamos a hacer, sobre todo para los que quiz¨¢ no vuelvan a ganar otro, que es lo que todo el mundo piensa en ese instante, as¨ª que? que me quiten lo premiao. Miroslav Taborsky recibi¨® el primer Goya de la velada por La ni?a de tus ojos y se solt¨® un discurso de m¨¢s de 10 minutos que destroz¨® todas las previsiones horarias. A Marieta Orozco, sin embargo, no le sali¨® palabra alguna cuando quiso agradecer el premio por Barrio, y Juan Luis Galiardo tuvo que retirarla cari?osa y paternalmente del escenario, muda, colapsada. Casos extremos, porque la normalidad incluye agradecer a los padres, a los hijos, a los representantes, a los compa?eros, al director, a los novios y novias, todo el mundo tiene hueco en la salutaci¨®n. Sean comprensivos: si ustedes subieran a ese p¨²lpito, ?ser¨ªan tan inhumanos como para no agradec¨¦rselo a todo el mundo? Algunos, como Alejandro Amen¨¢bar, han repetido discurso en la misma noche, lo que requiere un esfuerzo extra de concentraci¨®n para recordar en cu¨¢l de todos los bolsillos guard¨® la lista de agradecimientos que corresponde a cada premio. El a?o pasado, Amen¨¢bar tuvo que comprarse varias chaquetas con muchos, muchos bolsillos?
El d¨ªa anterior a la gala, en el ensayo -y decimos el ensayo porque ¨¦ste es un espect¨¢culo que s¨®lo se ensaya una vez-, azafatas y figurantes imitan los hipot¨¦ticos gestos y discursos de los futuros premiados para entrenamiento de las c¨¢maras. Algunos de los parlamentos m¨¢s absurdos y brillantes de la historia de los premios se han o¨ªdo en esa noche previa, ficticia, todav¨ªa m¨¢s interminable que la real.
Ahora bien, antes de plantarse ante el micro hay que llegar al escenario. Uno de los grandes dilemas t¨¢cticos de la ceremonia es precisamente c¨®mo llegar¨¢n al escenario los premiados: rampas o escaleras, por la izquierda o por la derecha, desde las primeras filas o mejor desde las ¨²ltimas para que haya pase¨ªllo ante las c¨¢maras. Un recorrido que se repetir¨¢ casi treinta veces a lo largo de la noche y cuya duraci¨®n tambi¨¦n es imprevisible: hay quien se abraza a toda la fila antes de levantarse, quien despu¨¦s saluda a los que encuentra a su paso y quien, como Tony Leblanc cuando gan¨® por Torrente, detiene los relojes para ascender por la rampa saboreando el aplauso.
Y es que si sumas los minutos que se emplean en leer los candidatos, abrir el sobre, el pase¨ªllo, la rampa, el aplauso y el discurso de agradecimiento, todo ello multiplicado por 28 premios (m¨¢s, atenci¨®n, el premio de honor: emociones, l¨¢grimas y ovaci¨®n en pie lo m¨¢s larga posible, como debe ser), el gui¨®n se queda reducido a poco m¨¢s de media hora de magro. As¨ª que una vez m¨¢s el trabajo del guionista consiste en quitar en lugar de a?adir, en decidir qu¨¦ no se hace para ahorrar tiempo, en ir a lo seguro: no pasarse de gracioso, pero hacer re¨ªr; no arreglar el mundo, pero s¨ª llamar la atenci¨®n; no se?alar con el dedo, pero tampoco escurrir el bulto. Y todo ello con elegancia y correcci¨®n, aqu¨ª est¨¢ mal visto el estilo hollywoodiense, esos dardos que Billy Crystal o Whoopi Goldberg lanzan contra pol¨ªticos, productores o sus propios compa?eros, a los que toquetean verbalmente dudando de sus capacidades interpretativas, de la cantidad de silicona que alberga el escote o el n¨²mero de mansiones que mantienen abiertas.
Aqu¨ª no. Aqu¨ª, para empezar, resulta dif¨ªcil hasta reunir una lista convincente de presentadores que den la cara? conocida. Es natural: los que no han sido seleccionados prefieren no asistir a la ceremonia, y los candidatos bastante tienen con sus nervios y casi siempre se niegan a presentar o a entregar otros premios. As¨ª que las listas de presentadores son revisadas constantemente, al final hay m¨¢s versiones de listas que del gui¨®n, y si no fuera por profesionales como Maj¨®s Mart¨ªnez o Ram¨®n Pilac¨¦s, jam¨¢s habr¨ªamos conseguido el reparto exacto, despu¨¦s de hacer y deshacer parejas y tr¨ªos como en el p¨®quer.
Claro est¨¢ que con algunos siempre se puede contar. Antonio Resines, por ejemplo. Es alguien muy ocupado, pero siempre dispuesto. Hace cuatro a?os, RMS y nosotros le recibimos en una habitaci¨®n de hotel habilitada como cuartel general de la ceremonia para preparar su intervenci¨®n. Lleg¨® con un malet¨ªn, un tel¨¦fono m¨®vil, una agenda y un casco de moto. Mientras esperaba su turno para recoger el texto, se sent¨® en un sof¨¢ y pact¨® dos pel¨ªculas, una serie y un anuncio. Sin moverse del sitio. Luego pregunt¨®: "?Qu¨¦ es lo que hay que hacer?", mir¨® el papel que le entregamos y coment¨®: "Vale, yo hago de cacho de carne, ?no?". Hizo mucho m¨¢s, claro, y lo bord¨®, como seguramente lo bordar¨¢ este a?o, que presenta la gala junto a Concha Velasco. Con ellos es f¨¢cil apostar.
Pero no todo el mundo es tan sencillo de captar. Hubo que deslizarse, por ejemplo, hasta la cama de Victoria Abril, en un hotel recoleto del centro de Madrid, y ganarla para la causa. All¨ª mismo sacamos el ordenador y la escaleta, sobre las s¨¢banas, para decidir entre todos el texto de su presentaci¨®n, que luego, la verdad, se qued¨® en nada, porque Victoria entreg¨® el premio exquisitamente, pero a su manera, justo al contrario de lo hablado. Y otro a?o hubo que esconder a Pedro Almod¨®var en un camerino hasta que le tocara salir al escenario. Volv¨ªa a la Academia, entregaba un premio, hab¨ªa que camuflar la sorpresa, evitarle encuentros no previstos.
Sean, pues, comprensivos y agradecidos con quienes este a?o presenten un premio o sonr¨ªan desde la grada. Ya est¨¢ dicho: ir a los Goya supone pasar hambre y sufrir nervios durante muchas horas y delante de toda Espa?a. Es su trabajo, dir¨¢n algunos. S¨ª, es verdad, pero ninguno cobra. Y luego est¨¢n los intermedios, obligados por la retransmisi¨®n televisiva, pero una aut¨¦ntica pesadilla repetida cada media hora: con lo que ha costado sentarlos a todos a tiempo, con las batallas que se han librado durante meses para conseguir una entrada (batalla que todos los a?os le tocaba a Mar¨ªa Vara, recientemente desaparecida, uno de esos nombres del equipo que nadie conoce, pero sin los cuales nada ser¨ªa posible), y en cuanto llega el intermedio se produce la desbandada, todo el mundo al pasillo, al ba?o, a estirar las piernas, a fumar -este a?o, a hacer sudokus, como mucho-, as¨ª cada media hora. Y cuando la televisi¨®n vuelve a conectar, la sala est¨¢ medio vac¨ªa. Algunos aprovechan para pasarse por la trastienda, que en ocasiones re¨²ne m¨¢s famosos que el patio de butacas: los que ya han presentado y se quedan, los que recibieron su premio y vuelven, los que hacen la visita, los que organizan, los que merodean? Con todos se cruza el que acaba de ganar, que traspasa el decorado entre la euforia y el despiste. Y en su camino se cruza con el notario, el ¨²nico que sab¨ªa que iba a ganar?
Porque hay un notario. Para ¨¦l se habilita una mesa cerca del escenario sobre la que se depositan los 28 goyas de la noche y los 28 sobres cerrados. Ah¨ª est¨¢, en esa especie de despacho after hours, impert¨¦rrito y eficaz, el tipo menos glamouroso de la noche. En una gala, RMS quiso invitarle a bailar sobre el escenario. Quer¨ªa preguntarle c¨®mo se entrena un notario, d¨®nde aprendi¨® a firmar, cualquier cosa. Se neg¨®, claro. Porque un notario es un notario, y ¨¦ste jam¨¢s ha faltado al secreto, jam¨¢s ha extraviado un sobre. En aquella misma gala, por cierto, a punto estuvo de perderse uno. Wyoming, ten¨ªa que ser ¨¦l, se dispon¨ªa a leer el nombre de un ganador ante el p¨²blico expectante y el sobre no aparec¨ªa. Ech¨® mano de sus largos reflejos y se limit¨® a reclamarlo en voz alta. En el patio de butacas pensaron que todo estaba preparado, ya est¨¢ el Wyoming con sus cosas, pero tras el decorado nadie le ve¨ªa gracia al asunto, mucho menos el notario.
A estas alturas, el notario ya sabe qui¨¦n ganar¨¢ este a?o las votaciones. La estad¨ªstica indica que la Academia suele apostar por la pel¨ªcula peque?a, d¨¦bil, y si aborda alg¨²n asunto de conciencia social, mejor: El Bola, Solas o Barrio sirven como ejemplos. ?Qu¨¦ t¨ªtulo ser¨¢ la apuesta acad¨¦mica de este a?o? De antemano, el pron¨®stico no es f¨¢cil, porque algunos d¨¦biles se han transformado en fuertes produciendo sus propios trabajos (Princesas, Obaba), o con notables resultados de taquilla (Siete v¨ªrgenes), o un reparto de ¨®rdago (La vida secreta de las palabras).
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