Canad¨¢ de costa a costa
Un pa¨ªs que conduce a adjetivos '¨¢rticos', pero que es mucho m¨¢s que eso. Naturaleza exuberante, ciudades modernas y otras con el encanto del sabor de la tradici¨®n. Y lo m¨¢s fascinante, su vocaci¨®n multicultural. Puede alardear de una diversidad ¨¦tnica abrumadora exenta de tensiones sociales
Cuando pensamos en Canad¨¢ se nos llena la imaginaci¨®n de adjetivos ¨¢rticos, de hielo y tundras silvestres. Y as¨ª es, aunque Canad¨¢ tambi¨¦n es mucho m¨¢s que eso. En verano (la estaci¨®n m¨¢s propicia para visitar el pa¨ªs), la temperatura es sorprendentemente calurosa y resulta dif¨ªcil imaginar la gelidez de sus inviernos.
Los Apalaches de Estados Unidos se escurren hacia territorio canadiense, donde terminan en un ¨¢spero relieve trabado de fiordos y morrenas que seccionan las pen¨ªnsulas de Nueva Escocia, Gasp¨¦ y las islas Pr¨ªncipe Eduardo, cabo Bret¨®n y hasta Terranova. Entre todas dibujan el golfo de San Lorenzo, que es en realidad un mar continental, pero que se denomina as¨ª porque en ¨¦l desagua el r¨ªo San Lorenzo; una regi¨®n de fr¨ªo violento y penetrante que se supone habr¨ªa sido la puerta de Canad¨¢ para los europeos desde hace mil a?os, si es cierto que los vikingos o los normandos saltaron de Islandia a Groenlandia y de ¨¦sta hacia Labrador y Terranova. En cualquier caso, aquella primera colonizaci¨®n no debi¨® de salir bien, al contrario que la segunda, compuesta de franceses del oeste (normandos, bretones y gascones), que tuvo lugar entre los siglos XVII y XVIII. Acud¨ªan a los bancos de pesca con los ojos nublados por la misma fascinaci¨®n que podr¨ªan haber sentido los vikingos por estas tierras llenas de inmensos y misteriosos parajes helados envueltos en un conmovedor silencio blanco.
Si el este de Canad¨¢ supone una salida hacia el continente europeo, el centro es su coraz¨®n minero y forestal. Los Grandes Lagos (Superior, Hur¨®n, Erie y Ontario) se encuentran entrelazados por r¨ªos y canales. Vista desde el cielo, esta regi¨®n de Canad¨¢ parece una enorme pradera bordada de charcos de agua, peque?os lagos que no aparecen en los mapas, devorados por la escala. Hacia el flanco de las Monta?as Rocosas, la pradera se ensancha en magn¨ªficos bosques boreales cuyos ¨¢rboles van perdiendo reciedumbre hasta transformarse en una tundra de relieve estrangulado. Al norte del pa¨ªs, m¨¢s all¨¢ de la Columbia Brit¨¢nica, Alberta, Manitoba y la bah¨ªa de Hudson, se encuentran los territorios del noroeste, y Nunavut, la tierra de los inuit, que desde 1999 es un territorio semiaut¨®nomo situado en el ?rtico oriental. Nunavut significa "nuestra tierra" en lengua inuit, y es de dif¨ªcil acceso, por no decir casi imposible, para el turista. Las condiciones climatol¨®gicas son demasiado adversas, y las comunicaciones se hacen a trav¨¦s de peque?as avionetas, que realizan vuelos no regulares. All¨ª se est¨¢n recuperando t¨¦cnicas tradicionales inuit de caza y construcci¨®n de igl¨²es, aunque del mill¨®n largo de canadienses nativos que hay en la actualidad -conocidos como "primeras naciones"-, la mayor¨ªa vive lejos de las reservas, integrados con el resto de la poblaci¨®n, al contrario de lo que ocurre en EE UU. Lo fascinante de Canad¨¢ es su vocaci¨®n multicultural, que no aspira a asimilar, sino que acepta la distinta procedencia racial y cultural de sus gentes. Hay m¨¢s de sesenta grupos minoritarios importantes en el pa¨ªs, pero el grueso de la poblaci¨®n lo constituyen canadienses de ascendencia brit¨¢nica e irlandesa, por no hablar de los franc¨®fonos, que representan el 25% de la poblaci¨®n total. El modelo parece funcionar: pocos pa¨ªses pueden alardear de una diversidad ¨¦tnica tan abrumadora que, por otra parte, genere tan pocas (o ninguna) tensiones sociales. Salvo en lo que se refiere a Quebec y sus aspiraciones de independencia: cada diez a?os aproximadamente, los independentistas pierden un refer¨¦ndum y se disponen, plenos de entusiasmo, a preparar el siguiente.
Canad¨¢ es un pa¨ªs tan inmenso que, cuando pensamos en viajar hasta ¨¦l, ni siquiera se nos ocurre por d¨®nde comenzar. Yo lo hice por Toronto, la ciudad m¨¢s grande y rica de la provincia de Ontario, que es a su vez la regi¨®n m¨¢s pr¨®spera del pa¨ªs. All¨ª conviven apaciblemente m¨¢s de cien grupos ¨¦tnicos. Es una ciudad din¨¢mica, que transmite sensaci¨®n de movimiento y laboriosidad. Situada a orillas del lago Ontario, fue un asentamiento de indios nativos en el siglo XVII y m¨¢s tarde un puesto franc¨¦s de comercio de pieles. Despu¨¦s de la II Guerra Mundial recibi¨® m¨¢s de 500.000 inmigrantes, sobre todo italianos, y m¨¢s tarde chinos. Con su CN Tower, la "estructura independiente" m¨¢s alta del mundo, que tiene en la c¨²pula un suelo de cristal que pone los pelos de punta de puro v¨¦rtigo, pero que hace las delicias de los ni?os; con sus rascacielos y su colorido Chinatown -donde puede saborearse verdadera comida china; esto es, no adaptada al gusto occidental-, Toronto es una ciudad que parece sacada del sue?o futurista de un dibujante de c¨®mics. Limpia, amable, ordenada, eficiente?
Toronto es un buen lugar para residir, lleno de museos, tranquilas universidades y gentes acostumbradas a convivir civilizadamente. O al menos, ¨¦sa es la sensaci¨®n que transmite al visitante. Adem¨¢s cuenta con la ventaja de su cercan¨ªa a las famosas cataratas del Ni¨¢gara. Probablemente todos tenemos en la cabeza la escena de la pel¨ªcula del mismo nombre, Ni¨¢gara, de Henry Hathaway, en la que una joven, sensual y empapada Marilyn Monroe se encuentra con Joseph Cotten cuando se supone que ¨¦l ha muerto, o la de Cotten y Jean Peters descendiendo en barco por el r¨ªo? El ambiente que transpira aquel viejo filme resulta opresivo, h¨²medo e inquietante, todo lo contrario de lo que es en realidad Niagara Falls: un lugar que podr¨ªa pasar por un peque?o pastiche, chill¨®n y fr¨ªvolo, de Las Vegas. Eso s¨ª: tiene un delicado y precioso invernadero de mariposas, muy popular, el Niagara Parks Botanical Gardens and Butterfly Conservatory. La localidad de Niagara Falls est¨¢ adosada con prudencia, aunque asomada descaradamente, hacia el panorama impresionante de las cataratas, una imponente columna de aguas furiosas que se lanzan sobre un acantilado de casi sesenta metros de altura, capaces de erosionar un metro de tierra al a?o (un metro de ancho por casi sesenta de alto, claro), actualmente controlada por un sistema de esclusas r¨ªo arriba.
Las cataratas del Ni¨¢gara en realidad son dos, separadas por la isla Goat -que aguanta como puede el empuje vehemente e imparable y el desgaste que produce la fuerza del agua-: una de 260 metros de ancho y la otra de 670. Destino t¨ªpico para los reci¨¦n casados en viaje de luna de miel, las cataratas tienen un lado norteamericano y uno canadiense, unidos por el Rainbow Bridge, un puente desde el que se divisan ambos pa¨ªses, a menudo con el trasfondo de un arco iris forjado entre las chispeantes gotas de agua molida de los saltos. Es posible tomar un barco que se aproxima temerariamente al pie de las cataratas, lleno de turistas excitados provistos de chubasqueros y c¨¢maras acu¨¢ticas.
Una vez en Niagara Falls es muy recomendable visitar un peque?o y absolutamente delicioso pueblo cercano: Niagara-on-the-Lake. Sus encantadoras casas georgianas trenzan calles propias de un ensue?o civilizador, y en verano resplandecen adornadas de flores. Adem¨¢s cuenta con Fort George, un fort¨ªn brit¨¢nico del siglo XVIII primorosamente recuperado, con su polvor¨ªn y una cuidadosa reconstrucci¨®n ambiental de la vida de los colonos del XIX.
Junto al r¨ªo del mismo nombre se encuentra la capital de Canad¨¢: Ottawa. Fue escogida como tal para zanjar la tradicional rivalidad entre la poblaci¨®n inglesa y la francesa, entre Toronto y Montreal. Los canadienses, siempre conciliadores y diplom¨¢ticos, prefieren tirar por la v¨ªa de en medio. Ottawa, peque?a y humilde en principio, tiene, sin embargo, una acusada personalidad. Atravesada por el canal Rideau -navegable en verano, patinable en invierno-, est¨¢ llena de museos y es aficionada a los festivales. Los edificios neog¨®ticos de piedra arenisca del Parlamento son su estampa m¨¢s caracter¨ªstica, y le dan un aire de amable presunci¨®n aderezada con el toque de gracia de sus puntiagudos tejados de cobre verde.
Desde Ottawa se puede hacer una escapada hasta Algonquin Provincial Park, que, con sus teatrales bosques de arces y abetos, por los que campan alces que hocican los charcos salinos al borde de las carreteras, es todo un s¨ªmbolo de Canad¨¢. La riqueza de su fauna es famosa -y muy populares los numerosos castores y colimbos-, tanto como la excelencia de su pesca (truchas, percas?), y la belleza de los atardeceres mientras el viajero da un paseo en canoa rodeado por el escalofriante se?or¨ªo sigiloso de los bosques que rodean los lagos.
Quebec es la provincia m¨¢s grande de Canad¨¢ -y tambi¨¦n el mayor territorio franc¨®fono del mundo-, atrapada con gusto en su herencia cultural y ling¨¹¨ªstica francesa. El r¨ªo San Lorenzo -una de las corrientes fluviales m¨¢s importantes del planeta- posee una fauna marina fascinante, desde ballenas francas hasta rorcuales, y atraviesa el coraz¨®n de Quebec tal que una arteria adornada de bosques boreales en sus riberas. Las espesuras de arces ofrecen un hermoso concierto de colores a lo largo de todo el a?o, y en oto?o ti?en el horizonte de colores carmes¨ª y naranjas impetuosos. Los productos que se obtienen del arce van desde el sirope hasta la mantequilla y el caramelo, y se utilizan tanto para preparar platos dulces como salados.
Montreal, situada en la confluencia de los r¨ªos San Lorenzo y Ottawa, fue fundada por un grupo de franceses cat¨®licos y, todav¨ªa hoy, la mayor¨ªa de su poblaci¨®n es franc¨®fona (un 70% frente a un 15% de origen brit¨¢nico, y el resto perteneciente a distintas etnias). Es una ciudad moderna, bulliciosa, con un Vieux-Montreal (o ciudad antigua) lleno de bistrots, comercios y boutiques de moda. Una ciudad que no es que sea afrancesada, es que es francesa hasta la m¨¦dula. Y tan llena de iglesias que, como dec¨ªa Mark Twain, es dif¨ªcil lanzar una piedra y no darle a una.
Pero el centro motor del nacionalismo francocanadiense es Quebec City, una de las ciudades m¨¢s antiguas de Norteam¨¦rica. Paseando por sus calles se tiene la sensaci¨®n de estar en una villa radicalmente francesa, europea. La impresi¨®n no deja de ser curiosa y desconcertante. La parte vieja se sit¨²a al pie de los acantilados de Cap Diamant, con La Citadelle elev¨¢ndose majestuosamente sobre ellos, y la ciudad amurallada (o Haute Ville), con su imponente Ch?teau Frontenac vigilando sin tregua las casitas extendidas al borde del r¨ªo San Lorenzo. La belleza de Quebec City es sorprendente porque no resulta demasiado conocida en el resto del mundo, siendo como es, sin duda, una de las poblaciones m¨¢s hermosas, elegantes y mejor conservadas de Norteam¨¦rica.
La costa de Charlevoix, por su parte, al noreste de Quebec City y en direcci¨®n a la pen¨ªnsula de Gasp¨¦, ha sido declarada reserva biosf¨¦rica de la humanidad por la Unesco: posee unos extraordinarios bosques boreales enredados entre valles que acogen en sus curvas de verdor a viejos pueblos protegidos por los acantilados. Toda una fiesta para el viajero.
Dando un gran salto en avi¨®n llegamos hasta Calgary. Y digo lo del avi¨®n porque existe un tren, un rocky mountaineer, el m¨ªtico Canadian Pacific, que atraviesa Canad¨¢ de este a oeste y conecta el oc¨¦ano Atl¨¢ntico con el Pac¨ªfico, pero que no recomiendo a nadie a no ser que se trate de salvar un trayecto muy corto. Es irritantemente lento, no resulta tan c¨®modo como parece (y aparece) en los folletos publicitarios, y deja los ri?ones molidos (por lo menos en clase turista). Resulta chocante c¨®mo toda Norteam¨¦rica, que le debe al tren la articulaci¨®n de sus sociedades, ha abandonado a su suerte el ferrocarril para apostar por las carreteras y el transporte privado; por la gasolina, en definitiva. En Canad¨¢, igual que en EE UU, conviene alquilar un coche (las autopistas son estupendas y atraviesan parajes impresionantes) y olvidarse de los transportes p¨²blicos, como, por otra parte, han hecho las autoridades competentes.
Calgary, conocida por sus Juegos de Invierno en 1988, es una ciudad alpina, de rascacielos y galer¨ªas de arte, asentada en las estribaciones de las Rocosas, con un curioso aire fronterizo, un sabor de viejo Oeste que se concreta una vez al a?o en el espect¨¢culo de La Estampida, celebrado en julio. Lo que fuera una tranquila feria agraria ha ido derivando hasta convertirse en un emocionante encuentro multitudinario en el que se pueden contemplar desde carreras de caravanas y carreras hasta domas, montas de toros y rodeos.
Banff National Park es el m¨¢s c¨¦lebre y celebrado de los parques nacionales canadienses. Con raz¨®n. Sus parajes, recorridos anta?o por indios stoney, kootenay y pies negros, hoy son visitados por millones de turistas que hacen senderismo, pirag¨¹ismo o esqu¨ª. Su belleza es imperiosa: saltos de agua que manan detr¨¢s de cada recodo; las cumbres nevadas de los picachos de las Rocosas; los lagos de aguas tan cristalinas que parecen mentira; los glaciares solemnes, relucientes y graves bajo el implacable sol del verano?
El lago Louise es una de las muchas joyas del parque: una lengua de hielo procedente del glaciar Victoria se hunde en las entra?as del lago y lo mantiene a una temperatura incre¨ªblemente baja incluso en el sofocante verano. Las aguas turquesas forman un contraste de cegadora suntuosidad contra el blanco virtuoso del glaciar del fondo y el color de los bosques de la ribera. Resulta abrumadora tanta perfecci¨®n en la naturaleza, pero, desde luego, no cansa.
Icefields Parkway es una carretera que serpentea entre glaciares a lo largo de 230 kil¨®metros. Entre flores alpinas y gigantes de hielo, que han disminuido con el siglo XX, conduce hasta el arisco Jasper National Park, con sus lagos hura?os y turbadores (Maligne Lake, Medicine, Pyramid?), sus cataratas salvajes (como Athabasca Falls), sus prados, ca?ones y profundas gargantas escarbadas en la roca caliza. S¨®lo por recorrer Banff y Jasper ya hubiera merecido la pena el viaje.
Un viaje que puede finalizar en Vancouver, ciudad enclavada en uno de los lugares m¨¢s privilegiados del mundo, a un paso de la isla de Vancouver (observatorio de ballenas), rodeada de aguas que surcan suavemente los catamaranes de transporte de pasajeros, repleta de edificios decimon¨®nicos y tambi¨¦n modernos, con un barrio chino m¨¢s antiguo que la propia ciudad que acoge el Jard¨ªn Cl¨¢sico Chino del doctor Sun Yat-sen: una primorosa recreaci¨®n a tama?o natural de un jard¨ªn Ming de hace 800 a?os? Entre otras maravillas.
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