Los fantasmas de la libertad
A fin de cuentas, los resultados del refer¨¦ndum catal¨¢n han sido positivos para todos. El nivel de participaci¨®n refleja el escaso entusiasmo de los sectores de la poblaci¨®n no politizados y el desgaste provocado por el tono agrio de la campa?a; la amplia mayor¨ªa de votos afirmativos, por encima de la suma de las clientelas electorales de los partidos del no, el sentimiento de que tanto un eventual rechazo como una d¨¦bil aprobaci¨®n constituir¨ªan un grave obst¨¢culo para la consolidaci¨®n de los intereses catalanes en la nueva era que se abre. Despu¨¦s de tantos desgarramientos, y cualquiera que sea la valoraci¨®n del Estatut, es bueno que ¨¦ste aparezca respaldado por un nivel suficientemente alto de cohesi¨®n social.
Llega el momento tambi¨¦n de reflexionar sobre esos desgarramientos y fracturas, que afectan tanto al espacio catal¨¢n como al conjunto de la pol¨ªtica espa?ola. Un periodo constituyente siempre conlleva una discusi¨®n pol¨ªtica acerada, por entrar en colisi¨®n distintas concepciones del Estado, debiendo alcanzarse una salida, bien por consenso, bien por mayor¨ªas cualificadas. En el caso que nos ocupa, las cosas se han complicado por tratarse de un proceso constituyente para Catalu?a, no de simple reforma estatutaria, dentro de un espacio pol¨ªtico que a su vez se encontraba integrado en un ordenamiento constitucional preexistente. Dado el alcance del cambio inducido por la propuesta del Parlament, resultaba inevitable que la propia estructura constitucional se viera afectada, lo cual de entrada encerraba una contradicci¨®n: una norma de rango inferior no debe modificar la de rango superior. De ah¨ª que todos los esfuerzos en el tira y afloja entre Gobierno y catalanistas se centraran en evitar punto por punto que los enunciados del Estatut entrasen en conflicto abierto con la Constituci¨®n. La relaci¨®n era asim¨¦trica, pues uno propon¨ªa y el otro filtraba, y aqu¨ª reside probablemente el punto d¨¦bil, con una clara responsabilidad de Zapatero, ya que el PSOE dispon¨ªa de un instrumento muy preciso para poner sobre la mesa y tratar de encajar en ¨¦l las demandas nacionalistas, de manera que no se desvaneciera la perspectiva de federalizaci¨®n apuntada en el documento de Santillana. Hoy ya s¨®lo desde la nebulosa de las ideas en que se encuentra instalado un Llamazares puede decirse que el Estatut representa "una locomotora federal". Tal y como ha recordado entre nosotros Josep Ramoneda, la bilateralidad, tipo de articulaci¨®n entre Catalu?a y Espa?a dominante en el Estatut, es incompatible con la organizaci¨®n federal del Estado. La experiencia dir¨¢ si es compatible con un funcionamiento eficaz de las pol¨ªticas p¨²blicas.
Vamos hacia un Estado dual, y si en Euskadi se repite agudizado el episodio catal¨¢n, hacia una confederaci¨®n asim¨¦trica, con previsible reconocimiento velado para los vascos del "derecho a decidir", l¨¦ase futura autodeterminaci¨®n. Sin esa concesi¨®n no habr¨¢ acuerdo pol¨ªtico, y ZP necesita como sea el acuerdo para ver confirmada su imagen de pacificador. Se ha visto la reacci¨®n del Gobierno en cuanto ETA insinu¨® su disposici¨®n a romper la baraja. En la tramitaci¨®n del Estatut, Zapatero ha demostrado su espl¨¦ndida capacidad como negociador y art¨ªfice de maniobras pol¨ªticas, eso s¨ª a costa de exhibir un vac¨ªo preocupante en cuanto a la concepci¨®n del Estado. La cerril actitud del PP le ha servido de front¨®n para dirigir la pelota all¨ª donde lo deseaba en cada jugada.
Queda confirmado asimismo un estilo de direcci¨®n autoritario por parte de ZP, al modo del centralismo democr¨¢tico de feliz memoria, donde los discrepantes, ejemplo Bono, se van en silencio como si tuvieran delante una terrible amenaza. Un silencio que afecta a prestigiosos juristas e in-telectuales situados en las cercan¨ªas del poder. Como afirm¨® la hija de Rubial en Telemadrid hablando de Rosa D¨ªez, las diferencias, dentro del partido; hacia el exterior del mismo, silencio o dimisi¨®n. La consecuencia es obvia: todo aquel que exprese cr¨ªticas resulta excluido del c¨ªrculo invisible de los progresistas y se encuentra objetivamente al servicio del PP. Pensando en qui¨¦nes son y qu¨¦ dicen Acebes o Zaplana, los de Libertad Digital o Alcaraz, el lector admitir¨¢ que quien opte por la libertad de cr¨ªtica se ve afectado por un complejo de emparedamiento.
La libertad pol¨ªtica no se beneficia nada de semejante escenario, que adem¨¢s provoca un inevitable raquitismo en el debate institucional. ?Qu¨¦ queda para el Parlamento si todo se ha resuelto previamente en reuniones informales? Con todo decidido, el duelo a distancia entre Rajoy y Rubalcaba en el Congreso fue toda una exhibici¨®n de miseria ideol¨®gica. Rajoy mencion¨® los temas de la bilateralidad y de la confederaci¨®n, sin desarrollar para nada el significado de los mismos. Rubalcaba fue todav¨ªa m¨¢s profundo: usted dice eso, pues yo digo que no. Y basta. Lo ¨²nico original en el discurso del hoy ministro fue la referencia a su propia condici¨®n de qu¨ªmico, que le permiti¨® afirmar que el agua caliente da agua templada al mezclarse con agua fr¨ªa. No debe extra?ar que los puntos calientes del Estatut, por seguir con el s¨ªmil hidr¨¢ulico, quedaran in¨¦ditos en cuanto al an¨¢lisis, y que los alineamientos recordaran los de las hinchadas de f¨²tbol.
?Razones para rechazar el Estatut por parte del PP? Elaboradas, ninguna. ?Para aprobarlo por parte de los socialistas? Que el PP dice no, y que el PP es el enemigo de Catalu?a. Luego nos extra?aremos de la deriva fascista registrada en los ¨²ltimos d¨ªas con el fin de reventar los actos del PP, al modo abertzale, tras el pr¨®logo de la agresi¨®n a Arcadi Espada. Y no han sido los voceros de Esquerra, sino Montilla por el PSC y Joan Saura por Iniciativa quienes se han cubierto de gloria justificando tales comportamientos que sirven de advertencia para los dem¨®cratas de lo que se avecina. Maragall pone buenas palabras, pero sin desautorizar a su lugarteniente. Zapatero calla. En definitiva, el social-catalanismo naciente parece pensar que una propaganda "popular" en Catalu?a constituye una provocaci¨®n. Como lo es ya defender la aplicaci¨®n efectiva del reconocimiento del espa?ol como idioma oficial. L¨®gico: si Catalu?a es una naci¨®n exenta y homog¨¦nea, todo cuerpo intruso ha de ser eliminado. Es un postulado que preside desde hace tiempo la vida pol¨ªtica en las zonas rurales de Euskadi con notable ¨¦xito. Y que cuenta con numerosos antecedentes en la historia tr¨¢gica del pasado siglo
Entre tanto, crece la exasperaci¨®n en los medios pr¨®ximos al Partido Popular. Tal y como cab¨ªa temer, la concentraci¨®n de las v¨ªctimas del terrorismo sirvi¨® para todo menos para formular ante el Gobierno unas reivindicaciones precisas y atendibles. La primac¨ªa fue otorgada a una puesta en tela de juicio de la investigaci¨®n sobre el 11-M, con una insistencia que recuerda aquella triste explotaci¨®n del asesinato de unas ni?as por un programa de televisi¨®n sensacionalista. Y para terminar, numantinismo a tope: "Espa?a no se rinde", grit¨® Alcaraz. Balance: los dirigentes del PP muy satisfechos; las v¨ªctimas, aisladas y sin posibilidad de desplegar su principal aportaci¨®n, consistente en recordar -no en tratar de imponer- a la sociedad cu¨¢les son las exigencias que debe reunir un proceso de normalizaci¨®n en tierra vasca.
Por el momento, y en espera de lo que pueda deparar la negociaci¨®n con esa ETA que sigue so?ando con la conquista de Bayona, en aplicaci¨®n del principio nazi de que all¨ª donde hay un alem¨¢n o se habl¨® alem¨¢n debe haber soberan¨ªa alemana, los resultados del episodio catal¨¢n y de los preliminares del llamado "proceso de paz" vasco ofrecen aspectos nada halag¨¹e?os. Primera necesidad: recomponer el juego normal de Gobierno y oposici¨®n. Pero las relaciones del PSOE y el PP no van a arreglarse filtrando desde "fuentes de la Moncloa" una semana antes y con comillas lo que Zapatero le propondr¨¢ a Rajoy para resolver una crisis que ya es est¨²pida y va haci¨¦ndose peligrosa. Ni con exabruptos cada vez que habla un portavoz "popular".
Las fracturas son subsanables, pero han de ser tenidas en cuenta. Catalanes y espa?oles se han distanciado por efecto del di¨¢logo de sordos sobre el Estatut y una "reconciliaci¨®n nacional" es aqu¨ª m¨¢s necesaria que nunca. En cuanto a Euskadi, la alegr¨ªa del "alto el fuego" se ve ensombrecida por el protagonismo que van logrando quienes fueron vencidos por el Estado de derecho, y la voluntad de negociar a toda costa desde el Gobierno abre una brecha cada vez mayor respecto de la acci¨®n judicial y las leyes vigentes. Proponer que los jueces han de aplicar la ley a la baja por razones pol¨ªticas en tiempo de bonanza lleva al absurdo de que tambi¨¦n puedan actuar al alza, cerrando por ejemplo los ojos ante la tortura, en tiempo de terror. Y ni el partido de Gobierno ni el Ejecutivo vasco deben negociar p¨²blicamente con una formaci¨®n ilegal, m¨¢s a¨²n cuando bastar¨ªa que Batasuna condenara "la violencia" para regresar a la legalidad o que persistieran los contactos informales. Ahora bien, si el objetivo era considerar derogada la Ley de Partidos, bien hecho por el PSE y por Ibarretxe. S¨®lo que un partido y unas instituciones que vulneran abiertamente el marco jur¨ªdico pierden toda legitimidad para intentar m¨¢s tarde recurrir a ¨¦l. Nada en la situaci¨®n actual de Espa?a, favorecida por los aspectos positivos de la pol¨ªtica del Gobierno, justifica tal acumulaci¨®n de riesgos innecesarios. Si ETA y Batasuna s¨®lo aceptan "la paz" desbordando el marco normativo vigente, habr¨¢ que asumirlo y actuar en consecuencia desde el Estado de derecho. Otra opci¨®n puede resultar suicida a medio plazo.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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