El Se?or de Sark
Dos millonarios revolucionan el feudalismo de un para¨ªso fiscal en pleno canal de la Mancha
Todas las tardes, Michael Beaumont da un paseo por el camino de La Seigneurie. Los viejos que se cruzan con ¨¦l le saludan con un familiar "buenas tardes, Michael", y los j¨®venes, que s¨®lo le conocen de vista, optan por el "buenas tardes, mister Beaumont". Los chavales que salen de la escuela le gritan "?buenas tardes, se?or!". Beaumont dice que las tres f¨®rmulas le gustan, porque todos saben que ¨¦l es el se?or. El due?o de la tierra, el se?or de la isla. Estamos en la isla de Sark, un pedazo de tierra de apenas 12 kil¨®metros cuadrados (la s¨¦ptima parte de Formentera) en mitad del canal de la Mancha. Y Michael Beaumont es el se?or feudal de un territorio que ha mantenido durante los ¨²ltimos 400 a?os pr¨¢cticamente intactas sus instituciones. Beaumont, de 80 a?os, maneja los asuntos locales con un poder absoluto, ligeramente contrapesado por el Parlamento, en el que siempre se han sentado los 40 terratenientes de turno. Desde el siglo pasado se eligen cada tres a?os otros 12 diputados del pueblo.
La isla ha mantenido pr¨¢cticamente intactas sus instituciones durante los ¨²ltimos 400 a?os
A una hora de Londres no se pagan impuestos de sucesi¨®n ni de sociedades, ni IRPF o IVA
?Qui¨¦n va a querer ocuparse ahora del tribunal de justicia y de la atenci¨®n a los 15 pobres de la isla?
Los defensores del r¨¦gimen del pasado temen que m¨¢s democracia les cueste dinero
"Los terratenientes siempre han mirado por el bienestar de la gente", dice Jennifer Cochrane
Ser un peque?o pa¨ªs independiente, aunque dentro de la Commonwealth -es decir, sujeto al control de su graciosa majestad brit¨¢nica a trav¨¦s del gobernador de la isla de Guernsey-, ha permitido a Sark proteger su idiosincrasia. Hasta que llegaron los hermanos Barclay. Sir David y sir Frederick Barclay -due?os, entre otras cosas, de The Daily Telegraph, el diario m¨¢s influyente del Reino Unido- compraron en 1993 la diminuta isla de Brecqou, dependiente administrativamente de Sark, y desde entonces se han convertido en los grandes promotores de la democratizaci¨®n de este territorio, para irritaci¨®n de una parte de los exc¨¦ntricos habitantes de este exc¨¦ntrico lugar.
"Son gente agradable. No vaya a pensar que estamos ante el malo de las pel¨ªculas de James Bond, que sale acariciando un gato", explica Paul Armorgie, sentado en el sal¨®n de su hotel. Armorgie, de 50 a?os, que lleg¨® de Surrey (Inglaterra) con sus padres hace 30 a?os, ocupa su esca?o en el Chief Pleas (Parlamento) de Sark y es parte de las fuerzas vivas de esta peque?a comunidad de 600 personas.
Pese a que en invierno el viento barre la isla, la atm¨®sfera puede ser opresiva aqu¨ª. Es parte de la peculiaridad de Sark, donde conviven en perfecta armon¨ªa el esp¨ªritu de Robinson Crusoe y el de Rockefeller. Por las calles sin asfaltar no circulan coches, no hay alumbrado p¨²blico ni alcantarillado. Pero, ocultas entre el verdor, hay fabulosas residencias donde se esconden los magnates, aunque ninguna gana en dimensiones y exuberancia al castillo g¨®tico que los Barclay se han construido en la isla de Brecqou, separada de Sark por una estrecha ensenada.
All¨ª se instalaron hace una d¨¦cada, dispuestos a disfrutar de su para¨ªso privado. Sin impuestos de sucesi¨®n, sin IRPF, sin IVA, sin impuesto de sociedades. Un para¨ªso fiscal a una hora de Londres gracias al helipuerto que se instalaron y a la cercan¨ªa del aeropuerto de la isla de Guernsey (a unos diez kil¨®metros). Pero enseguida comprendieron que no todo era paradisiaco. Primero tuvieron que pagar una peque?a fortuna (270.000 euros) al se?or de Sark al convertirse en terratenientes de la isla (con esca?o parlamentario). Luego quisieron repartir la propiedad entre sus cuatro hijos, y se toparon con que las leyes feudales lo imped¨ªan. "En Sark, la tierra no se divide, y la propiedad pasa siempre al hijo mayor", les dijeron.
As¨ª que los Barclay, irritados y at¨®nitos, echaron mano de un equipo de abogados y gastaron cerca de dos millones de libras (unos tres millones de euros) en impugnar esas leyes. En 1999 tuvieron su primer ¨¦xito. La ley hereditaria tuvo que amoldarse a los tiempos y aceptar la igualdad de derechos de hombres y mujeres. "Pero s¨®lo ganaron en parte. Quer¨ªan tener derecho a designar libremente sus herederos, y no lo lograron", precisa Reginald Guille, de 64 a?os, juez de la isla. Los Barclay reanudaron su ofensiva, esta vez contra el gobierno local, acus¨¢ndolo de no responder a las exigencias de la Convenci¨®n Europea de Derechos Humanos.
Como las cosas se pon¨ªan feas, el Parlamento de Sark decidi¨® tomar algunas medidas para frenar el terremoto que se avecinaba. "Se nombr¨® un comit¨¦ especial para evitar que nos llevaran otra vez a los tribunales", dice el juez. Pero el comit¨¦ ha tardado siete a?os en elaborar una propuesta de nuevo Parlamento, que constar¨¢ de 28 diputados elegidos por sufragio universal.
En septiembre pasado, la mayor¨ªa de la poblaci¨®n (234 votos a favor frente a 184 en contra) aprob¨® en refer¨¦ndum la reforma, que ahora necesita el visto bueno del consejo de reino de Isabel II. Se impuso la corriente renovadora, pese a que una cuarta parte de los habitantes de Sark sobrepasa los 65 a?os. "Pero hay muchas familias j¨®venes, y de casi 60 ni?os de menos de 15 a?os, 49 estudian en la escuela del pueblo", dice Guille.
El juez de Sark no parece desbordado de trabajo. Pasa un par de horas al d¨ªa en su oficina. All¨ª estudia los casos, ayudado por un secretario. Y tiene a sus ¨®rdenes a un alguacil y un par de polic¨ªas. En 50 a?os se recuerdan s¨®lo un par de robos.
Phillis y Werner Rang, de 80 y 79 a?os, respectivamente, tienen la sensaci¨®n, sin embargo, de que la seguridad tambi¨¦n flaquea. Antes, cuentan, era normal dejar las casas abiertas; ahora, ni lo sue?an. Como heredera de una familia terrateniente, Phillis ha ocupado casi siempre un sitio en el Parlamento. Primero, en nombre de su madre; ahora, por derecho propio. Phillis fue la m¨¢s ardiente defensora del no en la campa?a del refer¨¦ndum. Pero no triunf¨®. Parece que en la isla hay un deseo de mayor democracia. "?Mayor democracia? Tonter¨ªas", dice Phillis. "Aqu¨ª hemos tenido siempre democracia. Lo que va a ocurrir es un error. Es muy triste. Cualquier extra?o podr¨¢ ser elegido parlamentario. Estar¨¢n los tres a?os obligados y luego se ir¨¢n, y vendr¨¢n otros. As¨ª se pierde la continuidad. La gente que viene s¨®lo piensa en el dinero; los que descendemos de las viejas familias de la isla conservamos las propiedades".
El camino de La Seigneurie est¨¢ embarrado, pero a nadie le importa. Despu¨¦s de unos meses de sequ¨ªa, la lluvia cae intermitente desde hace d¨ªas, y los vecinos pueden por fin llenar los pozos y las cisternas de las que dependen para su abastecimiento todos los habitantes de la isla. Adem¨¢s, la lluvia y el barro no paralizan la ¨²nica actividad social que se desarrolla en Sark, cuando la oscuridad absoluta cae, cada tarde. Todo el mundo abandona sus tareas y se da una vuelta por alguno de los pubs que permanecen abiertos en invierno. El Bel Air, por ejemplo, el m¨¢s cercano al puerto; all¨ª se juntan, sobre todo, los j¨®venes. La camarera se llama Natalie. Lleg¨® hace 11 a?os desde Liverpool. Ella -y como ella, muchos otros j¨®venes que vinieron con trabajos temporales a Sark y han acabado por quedarse- es partidaria de que algo cambie. "As¨ª no podemos seguir. Los alquileres son car¨ªsimos". A simple vista, la reforma constitucional no tocar¨¢ aspectos tan concretos, pero Natalie espera secretamente que un cambio lleve a otro hasta que todo el actual sistema se desmantele.
En el nuevo sal¨®n de actos del Ayuntamiento se juega a los dardos y se discuten los problemas locales frente a una cerveza. "Es una pena que todo lo que hemos tenido hasta ahora se pierda. Es muy triste. Pero hay que reconocer que ha durado mucho; podr¨ªa haberse acabado hace 20 a?os", dice Alan, fontanero en Sark desde hace algo m¨¢s de una d¨¦cada. Es mi¨¦rcoles, y en la planta baja ha empezado ya la sesi¨®n de euchre, un juego de cartas t¨ªpico de las islas del canal. Hay risas y voces. Jennifer Cochrane, la cronista local, es la m¨¢s ruidosa. "Me ocupo de la p¨¢gina web, del peri¨®dico mensual y del semanal, y hago hasta las fotos". Jennifer, pese a declararse profundamente inglesa, hace una vehemente defensa de Sark.
"Aqu¨ª siempre ha habido democracia. Los terratenientes siempre han mirado por el bienestar de la gente. El se?or ha hecho todo el bien que ha podido a la isla. Hablan de dinero. F¨ªjese que dos familias de se?ores se arruinaron por completo". Aunque eso fue hace bastantes a?os. Desde mediados del siglo pasado, la mitad de las propiedades de Sark ha cambiado de manos, y el se?or se ha embolsado su famosa treceava parte en cada transacci¨®n. "Tiene muchos gastos de representaci¨®n. Cuando ha venido la reina o el pr¨ªncipe Carlos, en La Seigneurie se han celebrado recepciones", explica Cochrane con vehemencia. En Sark, una ecologista pionera como ella y algo exc¨¦ntrica encontr¨® su sitio hace m¨¢s de treinta a?os y est¨¢ dispuesta a dar la batalla por el estilo de vida que la cautiv¨®.
Jennifer es una de las pocas personas que hablan abiertamente -y despectivamente- de los multimillonarios Barclay.
Su vecino, Michael Beaumont, se?or de Sark, es mucho m¨¢s discreto al abordar el tema. "No tengo nada que decir de esas personas", responde a una pregunta concreta sobre sus rebeldes s¨²bditos. Y eso que la andanada de los Barclay iba directamente contra ¨¦l, contra su papel de fact¨®tum en la isla. Y es m¨¢s que probable que la reforma constitucional lo reduzca a mero cargo representativo.
"No. Seguir¨¦ siendo el se?or de la isla, y el t¨ªtulo lo podr¨¢n heredar mis hijos. ?El derecho de veto? Era s¨®lo temporal y nunca lo he ejercido". ?Y las otras prerrogativas? ?Acaso no es el ¨²nico habitante de Sark autorizado a tener palomas y una perra? "Lo de la perra tiene que ver con los reba?os de ovejas que hab¨ªa antiguamente en la isla. Resultaba peligroso que hubiera demasiados perros. Se podr¨ªa decir que era una forma de control de la natalidad canina", explica Beaumont, se?or de Sark desde 1974. "La gente me apoya", dice. ?Por qu¨¦ vot¨® mayoritariamente, entonces, a favor de los cambios? "Tampoco fue un resultado abrumador", responde. "Por otra parte, estaban hartos, porque la comisi¨®n parlamentaria tard¨® siete a?os en redactar una ley de reforma".
El se?or de Sark duda de que sea posible aplicarla. Y lo mismo opina Paul Armorgie, el ¨²nico vecino de Sark que ha llegado a reunirse con los hermanos Barclay, all¨¢ en su castillo fortificado. "Creo que ellos se empiezan a dar cuenta de que hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban". ?Qui¨¦n va a querer trabajar en los comit¨¦s de gobierno gratis? ?Qui¨¦n va a querer ocuparse del tribunal de justicia, y del comit¨¦ de atenci¨®n a los 15 pobres de la isla? "Tendremos que recurrir a funcionarios pagados y habr¨¢ que subir los impuestos. Entonces", dice Armorgie con una mirada maliciosa, "cuando la gente vea que la democracia cuesta dinero, veremos a ver lo que pasa". Quiz¨¢ el feudalismo tenga a¨²n otra oportunidad.
Chal¨¦s a tres millones de euros
LOS PRECIOS DE SARK son tan prohibitivos como los de Londres. La oficina inmobiliaria, situada en la calle principal, junto a las dos sucursales bancarias del pueblo, ofrece una casa con cinco habitaciones, gimnasio y sala de proyecci¨®n por la m¨®dica cifra de 2,5 millones de libras (unos 3,7 millones de euros). La mayor parte de la decena de casitas en alquiler no bajan de las 1.000 libras mensuales (1.500 euros). Una peque?a propiedad se vende por 275.000 libras (425.000 euros) en leasing para 22 a?os. Wendy y Charlie Mairland han tenido m¨¢s suerte. Han encontrado una casita a buen precio que ser¨¢ suya por 30 a?os. La Rade Cottage se llama la propiedad. Los dos se han embarcado esta ma?ana fr¨ªa en el transbordador que une Guernsey con Sark, para instalarse definitivamente en la nueva casa. "Los gastos de papeleo han sido m¨ªnimos, aqu¨ª no hay impuestos y es un sitio tranquilo y agradable", dice ¨¦l. "Estuvimos a punto de comprar una en Alhaur¨ªn, en Espa?a, pero el trato fracas¨®", cuenta ella. La pareja ha hecho c¨¢lculos y pocas opciones parec¨ªan tan buenas como Sark con vistas a la jubilaci¨®n.
Pero a Sandra Williams, que lleg¨® a la isla con s¨®lo cinco a?os procedente de Kent (Gran Breta?a) y ha cumplido 42, le parece que este nuevo flujo inmigrante ha trastocado el equilibrio de Sark. Y teme que acabe por alterar su delicado anclaje en un limbo temporal cuando cambie la composici¨®n del Parlamento. "No ser¨¢ f¨¢cil encontrar gente que quiera ocuparse gratuitamente de las tareas que han asumido hasta ahora los terratenientes y los diputados como yo. Estoy en el comit¨¦ de salud p¨²blica y en el de desarrollo. En estos momentos ya es dif¨ªcil encontrar 12 personas que se presenten a las elecciones. ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ cuando haya que elegir a 28?".
Sandra Williams cree que habr¨¢ que recurrir a funcionarios p¨²blicos, que no trabajar¨¢n gratis. "Pero entonces", apunta, "la vida ser¨¢ m¨¢s cara. Aqu¨ª no todos somos millonarios".
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