Cuando la amenaza es un pa?uelo
El caso de la peque?a Shaima pone de relieve lo irracional en que a menudo se convierten algunos debates p¨²blicos. En nuestra sociedad parece que hay quienes esperan casos como los de Shaima para discursearnos. No nos deber¨ªa dejar indiferentes que personas influyentes y que saben que su opini¨®n es escuhada en sectores de la opini¨®n p¨²blica, conviertan el caso de una ni?a de ocho a?os que lleva un hiyab (pa?uelo que cubre la cabeza) en una oportunidad para confrontar civilizaciones, siguiendo las doctrinas del conservador Hungtinton. No s¨®lo no es evidente como algunos pretenden, sino que es exagerado pensar que un trozo de tela cubriendo la cabeza y las espaldas de una ni?a es desestabilizador para nuestros valores liberales.
La respuesta dada desde algunas tribunas medi¨¢ticas al caso Shaima no responde a la necesaria ponderaci¨®n y moderaci¨®n que los que construimos opini¨®n p¨²blica deber¨ªamos tener. Mucha pasi¨®n, mucho verbo f¨¢cil, muchos apriorismos y, sobre todo, muchas ganas de confrontaci¨®n contra el "nuevo enemigo que nos amenaza".
Vayamos a analizar esta supuesta amenaza. Que en el mundo isl¨¢mico existe una corriente totalitaria, absorbente y con derivas al terrorismo es evidente. Eso, sin embargo, no convierte a todos los isl¨¢micos ni a sus se?as de identidad en portadores de esos males. Eso ser¨ªa tanto como creer que cualquier vasco con txapela es terrorista. Tomar una parte de cualquier comunidad por el todo de la misma es una extrapolaci¨®n injusta para las personas de esa comunidad y sus s¨ªmbolos, e impropia de personas que se reivindican liberales. Es, a su vez, la mejor manera de sobredimensionar y fortalecer la parte que se dice combatir, en este caso el fundamentalismo, al atribuirle un peso socials que en verdad no tiene.
Que en una mayor¨ªa del mundo musulm¨¢n la mujer vive con su libertad recortada y sin el reconocimiento de muchos de los derechos que en nuestro entorno son indiscutibles, nadie lo puede negar. Ahora bien, que a partir de esta constataci¨®n se asuma que todas las mujeres y ni?as que usan un pa?uelo tipo hiyab para cubrirse la cabeza, lo hagan por una exigencia (expl¨ªcita o impl¨ªcita) es toda una barbaridad. Seguro que hay casos que es as¨ª, pero hay otros muchos donde el uso del pa?uelo no s¨®lo no es una imposici¨®, sino que es un acto de autoafirmaci¨®n, de identidad, ejercido desde la m¨¢s absoluta libertad. El pa?uelo o hiyab no es necesariamente discriminatorio contra la mujer (hablamos de un pa?uelo que cubre el pelo, no de un velo que cubre el rostro ni de una burka que secuestra a la mujer). ?En algunos casos el hiyab puede ser un acto de dominio sobre la mujer? Seguro que s¨ª, como lo son tambi¨¦n algunas relaciones de pareja en nuestra sociedad con resultados de violencia. No por ello prohibiremos el matrimonio ni las relaciones entre sexos. Hay que encontrar una proporcionalidad entre las propuestas pol¨ªticas y el problema que existe. Antes de legislar contra el hiyab habr¨ªa que saber cu¨¢l es el problema real -no el te¨®rico-, qu¨¦ es lo que nos proponemos, c¨®mo haremos cumplir la ley y qu¨¦ consecuencias intuimos que va a generar la misma. S¨®lo despu¨¦s de todo ello y de valorar costes y beneficios sociales estaremos en condiciones de saber si una ley del hiyab a la catalana tiene sentido.
Volviendo al caso de Shaima no me creo, como sus padres han dicho, que la decisi¨®n de llevar el hiyab sea de la ni?a. A esa edad los padres imponemos a¨²n los criterios a los hijos. El debate en una ni?a de ocho a?os no es el de su libertad de elecci¨®n. De acuerdo con nuestra tradici¨®n, hasta la mayor¨ªa de edad los padres asumen la tutela de sus hijos. Eso comporta que los padres, siempre que cumplan la ley y no inflijan da?o al menor son los ¨²nicos que pueden decidir qu¨¦ hace, c¨®mo viste y en qu¨¦ creencias o descreencias lo socializan.
El reto que tenemos es que la capacidad de discrepar que los hijos tienen a partir de cierta edad de los criterios que los padres imponemos tambi¨¦n pueda ser utilizado por todas las Shaimas de nuestro pa¨ªs. Pero eso comporta una socializaci¨®n de Shaima y de sus padres de acuerdo con nuestra tradici¨®n liberal. El reto es que todas las Shaimas puedan ejercer su adolescencia con la misma conflictividad familiar con que la viven las Annas, las Claras y las Laias de su generaci¨®n.
Pero para que eso ocurra nunca deber¨ªamos buscar soluciones excluyentes. Para construir una sociedad liberal e inclusiva, s¨®lo en contadas ocasiones est¨¢ justificado y es eficaz excluir y negar la libertad a otros. Pero es evidente que en el caso de un pa?uelo esta posibilidad no tiene sentido. Impedir que una ni?a asista a la escuela con un hiyab es negarle a esa ni?a la posibilidad de una aproximaci¨®n a nuestra cultura, a nuestros valores y a sus conciudadanos -hoy compa?eros de clase- de manera no traum¨¢tica con lo que ella y su familia son, con aquello con lo que se identifica y que le da seguridad a fecha de hoy.
Desconocemos c¨®mo ha digerido el incidente Shaima. Ante la evidencia del conflicto y las consecuencias que su amplia difusi¨®n en los medios de comunicaci¨®n tendr¨¢ en las relaciones con sus compa?eros de escuela, las posibilidades de que Shaima se aferre a su identidad y tradici¨®n familiar y las contraponga a las pautas y los valores mayoritarios en nuestra sociedad son elevadas.
Con determinadas actuaciones convertimos en irreconciliables tradiciones y pr¨¢cticas de culturas distintas que hoy viven en Catalu?a. Si no hay m¨¢s opci¨®n que elegir entre lo que uno considera propio, normal, lo que ha vivido en casa desde siempre, y lo que ve en su entorno social, no siempre la elecci¨®n favorece a la hegemon¨ªa de los valores liberales. Si la alternativa es hiyab o escuela, vamos directos al precipicio.
Jordi S¨¢nchez es polit¨®logo. jspicanyol@hotmail.com
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