'Annus horribilis Cataloniae?'
Con toda seguridad, las ¨²ltimas semanas han sido las m¨¢s intensas en lo que al debate sobre educaci¨®n y pol¨ªtica educativa se refiere. Han sido centenares de p¨¢ginas y decenas de horas en programas radiof¨®nicos y televisivos los que se han dedicado a comentar y analizar los informes, primero, de la Fundaci¨® Jaume Bofill y, despu¨¦s, de PISA. Lo m¨¢s sorprendente de todo ello es que ni unos datos ni los otros eran un novedad. Hace a?os que los indicadores educativos apuntan en la misma direcci¨®n que estos ¨²ltimos. Sin ir m¨¢s lejos, el informe del a?o pasado de la Fundaci¨® Jaume Bofill indicaba las mismas tendencias que en el informe actual, y los datos de PISA del a?o 2003 anunciaban ya unas din¨¢micas muy claras que ahora, con los datos de 2006, se han visto confirmadas nuevamente. Siendo as¨ª las cosas, una primera pregunta obligada es: ?por qu¨¦ ahora hay tanto revuelo cuando con anterioridad los datos, pese a conocerse y ocupar portadas y tambi¨¦n algunos editoriales, no hab¨ªan generado un debate tan intenso como el de las ¨²ltimas semanas?
Quiz¨¢ estamos en las primeras manifestaciones de una decadencia colectiva
Probablemente, la generosidad del debate educativo durante estas ¨²ltimas semanas se explica por la peculiar situaci¨®n que Catalu?a est¨¢ viviendo este ¨²ltimo a?o. Comienza a penetrar en nuestra conciencia colectiva que no todo lo que nos est¨¢ sucediendo, y que poco a poco merma nuestra autoconfianza como pa¨ªs y tambi¨¦n como sociedad, puede ser ¨²nicamente fruto del azar. No creo en una determinada conjugaci¨®n de los astros en el sentido de que nos haya condenado irremediablemente a una mala temporada para explicar la retah¨ªla de incidentes y situaciones a las que nos hemos visto en la necesidad de hacer frente. El resultado de la suma de todos ellos, y los que probablemente vendr¨¢n en las pr¨®ximas semanas, es que ya no podemos clasificar ninguno de estos fen¨®menos en el apartado de an¨¦cdotas. Un corte de luz en una gran ciudad o, si se prefiere, un gran apag¨®n puede ser sin duda una an¨¦cdota. Un socav¨®n ferroviario evidentemente tambi¨¦n. Unas colas de 70 kil¨®metros en nuestra red vi¨¢ria, lo mismo. Un d¨¦ficit en algunos servicios p¨²blicos incluso podr¨ªan asumirse dentro de la imperfecci¨®n que todo sistema institucional tiene. Pero cuando todos estos factores, y otros, se producen consecutivamente en unas semanas, la an¨¦cdota como respuesta explicativa a cada uno de ellos debe ser desterrada.
Seguro que el factor casualidad puede haber intervenido en algunos de ¨¦stos, pero en la lista incompleta de todos los factores de lo que en principio podemos asumir como annus horribilis Cataloniae no deber¨ªamos dejar de mirar si en la explicaci¨®n de cada uno de ellos deber¨ªan buscarse deficiencias estructurales que en cada uno de esos ¨¢mbitos se pueden estar dando. Si a ello le sumamos la incapacidad de anticipaci¨®n colectiva para evitar esas deficiencias, la p¨¦rdida de capacidad pol¨ªtica de Catalu?a en el resto del Estado, y ligado con ello la falta de credibilidad y de respeto que hoy merecemos a ojos de la mayor¨ªa de las instituciones espa?olas y la impotencia o incapacidad en plantear retos y obtener resultados en la reformulaci¨®n de unas relaciones pol¨ªticas hist¨®ricamente imperfectas con Espa?a, deber¨ªamos admitir, aunque s¨®lo sea una hip¨®tesis, que quiz¨¢ estamos en las primeras manifestaciones de una decadencia colectiva.
Alguien puede pensar, y seguro que muchos lo har¨¢n, que ¨¦sta afirmaci¨®n es la constataci¨®n de ese pesimismo o fatalismo que nos caracteriza. Seguro que hay muchos que creyendo que existe efectivamente un problema, est¨¢n convencidos de que la capacidad de reacci¨®n es notoria y que la sociedad catalana dispone de recursos para superar estas circunstancias de manera notable. Es bueno no caer en el derrotismo, pero es mucho mejor reconocer nuestras debilidades y nuestras dificultades para vencer determinados problemas colectivos, no fuera el caso de caer en el s¨ªndrome de seguir enamorados de nosotros mismos de tal manera que culpabiliz¨¢ramos al espejo ante el cual nos reflejamos por tantos surcos y arrugas, y nos olvid¨¢semos de pensar en los escasos cuidados autoimpuestos.
La incapacidad -o quiz¨¢ es m¨¢s justo decir imposibilidad- de ser plenamente nacionales nos ha llevado al escenario de atribuir a los que pol¨ªticamente nos limitan la responsabilidad de todos nuestros males. Y es evidente que tienen la mayor parte de responsabilidad, aunque s¨®lo sea indirecta por una insatisfactoria, injusta y empobrecedora financiaci¨®n auton¨®mica. Pero, dicho esto, es urgente plantearnos qu¨¦ nos est¨¢ pasando y asumir que con o sin el concurso de Espa?a, los problemas que se dan en Catalu?a deben ser planteados para su resoluci¨®n. Nadie lo har¨¢ por nosotros, y para reaccionar debemos ser concientes de entrada de la gravedad de la situaci¨®n. Al Gobierno espa?ol hay que exigirle un trato rec¨ªproco m¨¢s justo y al conjunto de Espa?a un reconocimiento que hasta la fecha no nos ha dado. Pero la responsabilidad ¨²ltima de la superaci¨®n de todos los problemas depende de nuestra capacidad, empezando por las instituciones p¨²blicas que deben fijar prioridades y no desviarse de rumbo para satisfacerlas, y siguiendo por la tan apelada sociedad civil. Una sociedad que deber¨ªa demostrar en estos momentos dif¨ªciles que detr¨¢s de tanta pompa sem¨¢ntica hay chicha suficiente e inteligencia visionaria y estrat¨¦gica para dar un viraje y modificar el rumbo.
Y esta apelaci¨®n tanto sirve a sindicatos y profesionales como a empresarios y directivos. Los pol¨ªticos tienen l¨®gicamente responsabilidad, pero la suya no exime tampoco a los que somos ciudadanos de a pie de nuestra incapacidad de anticiparnos activamente en la denuncia de la situaci¨®n y la b¨²squeda de alternativas. Este c¨²mulo de renuncias a ejercer un papel activo como reacci¨®n a tanto factor negativo que nos invade es lo que me plantea si no estamos en el inicio de una dulce decadencia como pa¨ªs. Ojal¨¢ s¨®lo sea el annus horribilis Cataloniae.
jspicanyol@hotmail.com
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