La extinci¨®n de los peripat¨¦ticos
La err¨®nea creencia seg¨²n la cual la ley cambia las cosas hace que las autoridades municipales est¨¦n felicit¨¢ndose por el hecho de haber aprobado la reforma de las ordenanzas que deber¨ªan regir el uso de las aceras, y que en realidad son de una inutilidad perfecta. Con el optimismo que caracteriza al Ayuntamiento de Barcelona, su bolet¨ªn o folleto de autobombo ensalza en su ¨²ltima edici¨®n el hecho de que "la ordenanza ya camina". La nueva reforma "garantiza la convivencia en el espacio p¨²blico" y "asegura el respeto mutuo entre los diferentes sistemas de transporte... en especial el m¨¢s b¨¢sico: el de los que van a pie". La verdad es que le ha quedado bonito al redactor. ?Premio! Todo indica, no obstante, que esta ordenanza est¨¢ condenada al mismo destino que la que obliga a llevar el cintur¨®n de seguridad en los asientos traseros de los coches: a ser de obligado incumplimiento.
De hecho el peat¨®n barcelon¨¦s hace decenios que sabe que ni siquiera puede cruzar tranquilo las calzadas porque no existe por parte de los veh¨ªculos a motor la cultura del respeto a los pasos de cebra ni a los sem¨¢foros para los peatones.
La reforma de las ordenanzas viene forzada por la multiplicaci¨®n de motos y bicicletas. Pues bien, los desdichados peatones andan en retirada porque tienen que compartir las aceras con una competencia cada vez m¨¢s abundante y poderosa. De entrada, los motoristas se suben al antiguo territorio de los paseantes montados en su caballo de hierro y con el motor en marcha. Tanto da que se trate de ligeros vespinos u honditas como de gigantescas burgman y dem¨¢s motos de tipo urbano, carenadas y con motores de 500 y m¨¢s cent¨ªmetros c¨²bicos. En las aceras aparcan incluso los quads, o sea, artilugios de cuatro ruedas y m¨¢s de un metro de anchura y un metro y medio de longitud.
Es m¨¢s. Los badenes creados por el Ayuntamiento para uso de sillas de ruedas son utilizados por esas mismas motos y motocicletas para subirse a las aceras sin detener el motor. Simp¨¢tica paradoja. Una vez aparcadas, las motos ocupan cerca de una tercera parte de la acera, cuando se trata de las aceras generosas del Eixample. Sus pilotos, disfrazados de abejorro con su casco inhumano, distan mucho de tener en cuenta que la acera es un espacio peatonal, y rechazan con actitud chulesca toda clase de palabra o mirada cr¨ªtica por parte de los peatones.
Pero eso no es todo porque ahora el peat¨®n debe, adem¨¢s, compartir su espacio con los ciclistas. La invenci¨®n de la bicicleta p¨²blica es muy saludable, sin duda, y nadie debe discutir sus aspectos positivos. Sin embargo, son demasiados los ciclistas que parecen hijos de Indur¨¢in. Pues a menudo circulan las bicicletas a velocidades muy superiores a los 10 kil¨®metros por hora, que es el l¨ªmite establecido por la ordenanza reformada. El uso de retrovisores por parte de los peatones ser¨¢ el siguiente paso del Ayuntamiento en su generoso esfuerzo de adaptaci¨®n de las ordenanzas. Y dentro de un par de a?os el casco y la armadura acabar¨¢n imponi¨¦ndose entre los viandantes.
No es de extra?ar que el otro d¨ªa, en una de esas discusiones de parada de autob¨²s con las que los peatones entretienen su espera, un pensionista aliviara los sosos t¨®picos de siempre con una observaci¨®n original: "?s que ja no es pot badar". En efecto, pasear, caminar por las aceras lentamente y, sobre todo, distra¨ªdamente, ensimismadamente, se ha convertido en cosa del pasado. La vieja filosof¨ªa mediterr¨¢nea, la que heredamos de los griegos y que nos indicaba que no hay mejor manera de pensar que paseando, est¨¢ a punto de morir si es que no ha fenecido ya.
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