Afrancesadas o petimetras
La Revoluci¨®n de mayo de 1808, con el pueblo de Madrid pidiendo la venida de Fernando VII, al grito de "Vivan las caenas" -grito que reivindicaba lo m¨¢s rancio de las esencias espa?olas-, fue una falsa Revoluci¨®n. Pues la consecuencia de la misma, consisti¨® en la presencia de un rey absolutista, que trajo "la d¨¦cada ominosa", uno de los periodos m¨¢s oscuros de la historia espa?ola, y cort¨® de ra¨ªz lo poco que la Ilustraci¨®n hab¨ªa calado en Espa?a.
Esta contrarrevoluci¨®n hizo desaparecer la incipiente liberalizaci¨®n femenina, impulsada por los ilustrados y tambi¨¦n por la llegada de los primeros Borbones, que con sus costumbres afrancesadas, m¨¢s abiertas y modernas que las espa?olas, propiciaron la participaci¨®n de las f¨¦minas en la vida p¨²blica.
La 'contrarrevoluci¨®n' de 1808 hizo perder a las mujeres un siglo de modernidad
Con la nueva monarqu¨ªa y el movimiento ilustrado, un af¨¢n incontrolado de modernidad se registr¨® en ciertos sectores minoritarios de la alta sociedad. Sobre todo con Carlos III, y la acci¨®n pol¨ªtica e intelectual de su ministro ilustrado Campomanes, que transform¨®, en m¨¢s de 50 a?os de febril actividad, un pa¨ªs atrasado en esperanza de otro m¨¢s cercano a la Europa de la Ilustraci¨®n.
Todo ello propiciar¨ªa el nacimiento de la mujer moderna, una mujer que sale de su encierro de siglos, deja atr¨¢s la verg¨¹enza y el decir modoso ante el otro sexo -influenciada por siglos de adoctrinamiento cat¨®lico-, y comienza a ser consciente de su propio cuerpo como sujeto de seducci¨®n y no como "templo del Esp¨ªritu Santo", ni motivo de pecado, que era lo que le inculcaba constantemente su "director espiritual".
Por tanto, cuando las petimetras ilustradas se echan a la calle, prescinden de las mantillas y velos con los que semiocultaban el rostro sus antepasadas, as¨ª como de las "due?as", eternas vigilantes de la decencia femenina fuera de casa. En los paseos con sus cortejos -una especie de amantes que impon¨ªa la moda francesa-, dejan atr¨¢s la rigidez y modestia secular y exhiben su coqueter¨ªa en movimientos y gracejos corporales: "?De qu¨¦ sirve un vestido bueno -dec¨ªan- si no se trata con marcial manejo? El desenfado en ropa y conversaci¨®n es lo que nos hace bien vistas".
Era, pues, moda "hablar con desenfado, tratar a todos con libertad y desechar los melindres de lo honesto, que eso de tender la ropa hasta el suelo y ocultar los semblantes de la gente con el tapado, exprimir las palabras con el rojo pudor de la verg¨¹enza y no presentarse a todas horas y tiempos en los paseos p¨²blicos con cuatro o cinco cortejantes, s¨®lo se usaba en las antiguas damas espa?olas: all¨¢ cuando Espa?a estaba cerrada a todo comercio extranjero, en tiempo de las golillas". Son, pues, conscientes de que viven un nuevo tiempo abierto a Europa -y sobre todo a Francia- que exige unas nuevas formas de comportamiento m¨¢s moderno.
Estas petimetras tan desinhibidas, daban normas a sus "amantes", y lo hac¨ªan seguras de s¨ª mismas, y muy lejos de la mojigater¨ªa de siglos pasados, cuando se encontraban cara a cara con el otro sexo. As¨ª le informa una de ellas a su futuro cortejo: "Aun cuando yo no est¨¦ presente, usted ha de venir por las ma?anas a tomar conmigo el chocolate y tal vez a abrocharme la cotilla, lo mismo por las tardes para sacarme a los paseos...". Una apertura en la complicidad de hombre y mujer inconcebible, un siglo atr¨¢s.
Nuestras afrancesadas dieron otro gran paso hacia la liberalizaci¨®n femenina, de puertas para dentro. Lo primero que hicieron fue salir de los estrados, en donde secularmente estaban encerradas, con sus criadas e instrumentos de labor: bordados, calados, encajes, etc¨¦tera. Y se desplazaron a los salones, cambiando a las criadas por cortejos y petimetres. All¨ª se hac¨ªan las tertulias donde mostraban su "sabidur¨ªa" de la cosa p¨²blica, dejando atr¨¢s los problemas y conversaciones sobre el manejo de casa, hijos y familia. La mujer es la reina de muchas de las tertulias dieciochescas, y decide los temas literarios o menos literarios, con los que van a pasar la tarde en agradable trato.
Y cuando el eclesi¨¢stico de turno, critica su forma de actuar, ella responde que su vida social "no se opone" a ser una mujer decente. El "no se opone" ser¨ªa una frase a la que acudir¨ªan nuestras petimetras cuando los sacerdotes tronaban desde los p¨²lpitos contra los cortejos y sus modas fatuas. Y es que las afrancesadas no gustaban del eclesi¨¢stico espa?ol "de siete suelas". Ellas hac¨ªan buenas migas con los abates italianos que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, eran otros petimetres y acompa?antes m¨¢s, algo por lo que muchos de ellos sufrieron expulsi¨®n de la Iglesia.
Esta apertura y modernidad ganadas por las f¨¦minas espa?olas, al amparo de las costumbres parisinas, y del t¨ªmido movimiento ilustrado, las seccionar¨ªa el absolutismo del "Vivan las caenas". Tambi¨¦n terminar¨ªa con la incipiente modernizaci¨®n de nuestro pa¨ªs y la igualdad en la educaci¨®n propiciada por Campomanes, en su proyecto "ut¨®pico" de una sola escuela para los dos sexos, donde aprendieran lo mismo el hombre que la mujer.
Todo esto se fue al garete, hace ahora 200 a?os. Y una, que teme las involuciones enmascaradas, so pretexto de defensa de la patria, recuerda con preocupaci¨®n la contrarrevoluci¨®n de mayo de 1808, que hizo perder a las mujeres un siglo en el camino hacia la modernidad, y que festej¨® la Comunidad de Madrid por todo lo alto el pasado mes de mayo.
Juana V¨¢zquez es catedr¨¢tica de Lengua y Literatura, periodista y escritora.
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