'Ni un duro para comer'
Santiago mete las manos en las bolsas de la chaqueta y se forma en la fila, junto con Teresa, su mujer. Lleva el decoro en la vestimenta, pero el desali?o en el rostro: barba a medio crecer, ojeras incrustadas y el cabello sin peinar. No es la primera vez que se queda sin trabajo, aunque s¨ª, la primera en toda su vida, que acude a un comedor social. Los dos son barceloneses y, a su edad madura, han perdido el empleo, ¨¦l en la construcci¨®n y ella como limpiadora. Desde hace cuatro meses, Santiago no cobra el paro y un amigo le presta una furgoneta para dormir. "Nunca hab¨ªa estado en la situaci¨®n de no tener para comer", me dice mientras espera su turno en el comedor de las misioneras de Teresa de Calcuta en Arc de Sant Agust¨ª en el Raval.
Todas las ma?anas las monjas alimentan a 300 personas y consiguen que nadie se vaya sin comer
-?Apurad que hay hambre!, grita uno.
-?No empujen!, grita otro.
A la entrada, uno de los voluntarios, Jos¨¦ Mar¨ªa, reparte los turnos desde las diez de la ma?ana y les calma con su aspecto bonach¨®n: "No os preocup¨¦is. Hay para todos". Abre la puerta y la marabunta se abalanza. "?Despacio! ?Despacio!", insiste con voz serena, dando una palmadita en la espalda a uno que intenta colarse; pero el hambre apremia y el fr¨ªo de diciembre reduplica la ansiedad. "?Me da un turno?", pide un jubilado andaluz que no falla al comedor desde hace dos a?os: "Sobrevivir con 400 euros al mes es dif¨ªcil, pero al menos tengo d¨®nde comer", le explica a Mar¨ªa, una gallega de 33 a?os que acude al sitio tan s¨®lo desde hace un mes, cuando la familia donde cuidaba a dos ancianos ya no pudo pagarle.
Todas las ma?anas, de lunes a domingo, con excepci¨®n de los jueves, las monjas alimentan a 300 personas diariamente, y aunque no alcancen turnos, las misioneras se las arreglan para que nadie se vaya sin comer; por ello concurren personas de toda Barcelona. "Puedes repetir varias veces y la comida es muy buena", comenta un joven uruguayo que se ha vuelto experto en localizar comedores sociales desde hace 15 d¨ªas cuando perdi¨® su trabajo de camarero: "Hasta ayer dorm¨ªa en un parque, pero ya consegu¨ª un albergue cerca del metro Liceu", me cuenta mientras la fila crece y crece. Los m¨¢s antiguos se?alan que se ven nuevos rostros: clase medieros con estudios universitarios, chinos y paquistan¨ªes, que, normalmente, al encontrarse en situaciones dif¨ªciles sus paisanos los cobijan.
-?Abran paso! ?Trae un cr¨ªo!, advierten al mirar a una mujer aproximarse con su beb¨¦.
-?Dejad pasar!, replica la gente.
Despejan la entrada entre yonquis tambale¨¢ndose, alcoh¨®licos con ojos entreabiertos e indigentes que empujan cochecitos con sus pertenencias. En la fila, donde se mezclan espa?oles con inmigrantes del resto de Europa, africanos, latinoamericanos y asi¨¢ticos, se intercambian consejos para sobrellevar la precariedad, y tambi¨¦n se comenta el caos mundial:
-??se va a cambiar el mundo!, le dice un camerun¨¦s a su compa?ero de fila mientras observa desde su m¨®vil a Obama en las noticias de CNN.
-?Qu¨¦ va! Es un chocolate con coraz¨®n de merengue, le contesta otro joven.
Dentro, las mesas est¨¢n llenas. "Prueba el mel¨®n, est¨¢ muy bueno", me ofrece un franc¨¦s reci¨¦n llegado de Alicante, quien al separarse de su mujer se qued¨® sin casa. "Usted, para all¨¢". "Usted, para ac¨¢", distribuyen los voluntarios, pero uno de los jubilados me previene "All¨¢ no. ?sos son maleantes. Aqu¨ª viene de todo. No suelte ning¨²n dato personal. Hay delincuentes y hasta asesinos. ?Ve aqu¨¦l de all¨¢?, ¨¦se mat¨® a sus padres. ?Ve aqu¨¦lla con la mirada extraviada?, ¨¦sa vio como se calcin¨® su familia y no pudo hacer nada".
Finalmente, las monjas sirven la comida y bendicen los alimentos, pero las almas que ah¨ª se encuentran no miran al cielo, sino ese abundante plato de lentejas.
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