Virtudes liberales
El escenario de crisis que padecen las sociedades abiertas exige no s¨®lo altas dosis de responsabilidad en las decisiones pol¨ªticas que se aborden sino, tambi¨¦n, mucha prudencia a la hora de criticar el relato te¨®rico que soportan nuestras instituciones democr¨¢ticas, y que no es otro que el pensamiento liberal surgido de la lucha contra la crueldad que, seg¨²n Judith N. Shklar, est¨¢ detr¨¢s del nacimiento de la Modernidad pol¨ªtica que inspir¨® las revoluciones transatl¨¢nticas. En este sentido, resulta muy grave el empe?o de algunos por aprovechar el impacto social de la crisis para demonizar al liberalismo culp¨¢ndole de la misma. Con esta maniobra se ha desempolvado una ret¨®rica antiliberal que parec¨ªa felizmente superada.
La crisis ha desempolvado una ret¨®rica antiliberal que parec¨ªa superada
Obama no ha dudado en asumir un discurso liberal igualitario
Resulta sorprendente ver c¨®mo se ha puesto en circulaci¨®n un argumentario que no oculta su voluntad de minar el cr¨¦dito pol¨ªtico del liberalismo. As¨ª, se ha vuelto a cargar las tintas sobre su presunto car¨¢cter antisocial y, de paso, se ha querido establecer una torticera correspondencia entre la "mano invisible" de Adam Smith y la sinvergonzoner¨ªa delictiva de los Madoff y compa?¨ªa. Arropados por esta estrategia de descalificaci¨®n ideol¨®gica, ciertos sectores de la izquierda han cre¨ªdo ver en la crisis una oportunidad pol¨ªtica para revisitar los consensos te¨®ricos alcanzados en las democracias liberales despu¨¦s de la experiencia de la guerra fr¨ªa y la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Incluso han propugnado que era necesaria una reformulaci¨®n del capitalismo -asumiendo este concepto en una clave estructuralmente posmarxista-, y han reivindicado para ello los valores de cohesi¨®n e ingenier¨ªa social defendidos desde la socialdemocracia.
Quienes han defendido esta posici¨®n no han dudado en establecer una correspondencia inaceptable entre los principios liberales y las tesis esgrimidas por los profetas de la desregulaci¨®n agresiva y antiestatista del neoliberalismo. Al hacerlo faltan a la verdad. Ni es la hora de la socialdemocracia ni del furor neoliberal que siguen esgrimiendo algunos; por cierto, m¨¢s obsesionados por hacerse perdonar sus pecados de juventud mao¨ªsta o trotskista que por reclamar un mercado de competencia suficiente en el que el Estado, como dec¨ªa John Stuart Mill, sea social para combinar la mayor libertad posible con la justa distribuci¨®n de los frutos del trabajo. Esto es, un Estado cuyo fin principal no puede ser "la subversi¨®n del sistema de propiedad individual, sino su mejoramiento y la completa participaci¨®n de todos los miembros de la comunidad en las ganancias que del mismo se deriven". En este sentido, la gesti¨®n correcta de la crisis exige en estos momentos moderaci¨®n y reformismo o, si se prefiere, una justa combinaci¨®n de equilibrios econ¨®micos y sociales que s¨®lo la centralidad del liberalismo igualitario es capaz de abordar desde la legitimidad que ofrece su exitosa experiencia de la crisis del 29 y de los a?os setenta.
Ya no se trata de ofrecer m¨¢s o menos Estado, sino de hacer que ¨¦ste aborde con instrumentos eficaces la merma de bienestar al que se ven abocados importantes sectores de la sociedad, ofreciendo para ello seguridad al mayor n¨²mero posible deciudadanos pero sin asfixiar el libre funcionamiento de un orden de mercado espont¨¢neo. Algo que Raymond Aron destac¨® con acierto en su Ensayo sobre las libertades cuando insisti¨® en que una sociedad libre debe garantizar la libertad mediante un haz de reglas procedimentales que, adem¨¢s, tienen que ser efectivas y estar al alcance de todos sin excepci¨®n. Afortunadamente el presidente Obama no ha dudado en asumir un discurso liberal igualitario como sustento de su lucha contra la crisis. Por un lado, se ha rodeado de un equipo econ¨®mico que no oculta su confianza en el mercado y que forman economistas como Tim Geithner, Lawrence Summers o Paul Volcker; no en balde, los dos primeros estuvieron estrechamente ligados a la Administraci¨®n Clinton de la mano de Robert Rumin, y el ¨²ltimo al propio Reagan ya que fue su director de la Reserva Federal. Y por otro lado, los gestos centristas de Obama han sido constantes. Primero, desmarc¨¢ndose de izquierdistas como Howard Dean, al que ha forzado a dimitir como presidente del Comit¨¦ Nacional Dem¨®crata. Segundo, manifestando expresamente el pasado 8 de marzo en The New York Times que ni era socialista ni su pol¨ªtica econ¨®mica y social pod¨ªa ser etiquetada como de izquierdas, pues, seg¨²n sus propias palabras: es "plenamente coherente con los principios del libre mercado".
A pesar de las cr¨ªticas que algunos francotiradores de la izquierda hacen sobre la idoneidad de defender el mercado y la libertad econ¨®mica, parece claro que la sensatez liberal seguir¨¢ imponi¨¦ndose. Y es que como se?ala Eamonn Butler en The Best Book on the Market: las "desigualdades son siempre mayores cuando lo que cuenta es el poder, no el dinero", de manera que las "econom¨ªas de mercado son m¨¢s democr¨¢ticas porque son capaces de progresar gracias a los millones de peque?as decisiones que se toman a diario". Circunstancia ¨¦sta que se relaciona ¨ªntimamente con la esencia y el origen hist¨®rico del pensamiento liberal, que no fue otro -seg¨²n la tesis de Shklar- que dar una respuesta ¨¦tica frente al mal y el terror causado por la sinraz¨®n de los absolutos estatales, econ¨®micos, religiosos o morales, conform¨¢ndose desde el siglo XVII en un dise?o pol¨ªtico que ha buscado siempre contener la violencia y limitar la arbitrariedad del poder mediante un consenso racional sobre los ideales colectivos que posibilitan la vida buena.
Las manifestaciones del esp¨ªritu liberal siempre han sido fieles a estos or¨ªgenes y han cultivado una serie de virtudes que han sido el soporte de la fortaleza moral de las democracias. Algo que, por cierto, hizo de los liberales -entrado el siglo XX- los principales destinatarios de la presi¨®n de acero de los totalitarismos. Lo explica muy bien Ralf Dahrendorf en un ensayo reciente que ha titulado La libertad a prueba y en el que analiza las virtudes que han presidido la biograf¨ªa de pensadores liberales como Aron, Berlin, Patocka, Bobbio o Popper.
En todos ellos, el patr¨®n virtuoso ha sido siempre el mismo: la valent¨ªa de luchar individualmente en pos de una verdad interpretada como un horizonte de conocimiento cr¨ªtico; la justicia material que se desprende de la capacidad de dar o quitar razones en el seno de situaciones conflictivas que exigen equilibrios contradictorios; la moderaci¨®n del observador comprometido que no renuncia a la objetividad; y, por ¨²ltimo, la sabidur¨ªa de una prudencia apasionada que asume que sus defensores nunca renunciar¨¢n a alzar la "voz cuando las pasiones irracionales amenacen con conquistar el campo del debate p¨²blico". Quiz¨¢ por eso no se entiende la torpe estrategia de quienes disparan indiscriminadamente contra el relato te¨®rico que sustenta la decencia de las sociedades abiertas, pues, los liberales llegaron a la defensa de la libertad econ¨®mica y del mercado despu¨¦s de iniciar una lucha contra el despotismo pol¨ªtico y moral, y no al rev¨¦s. Esto hizo que blandieran, junto a la defensa de la tolerancia, la dignidad de la persona y sus derechos como cortafuegos frente al miedo que hab¨ªa esgrimido la arbitrariedad del absolutismo.
De ah¨ª que el oportunismo demag¨®gico de algunos puede contribuir torpemente a desactivar la fortaleza de un pensamiento que tiene sus ra¨ªces m¨¢s originarias en la lucha de la civilizaci¨®n moderna contra el miedo, que es -no lo olvidemos- la fisonom¨ªa que siempre recubre todos los rostros que ofrece la tiran¨ªa, pues, como advirti¨® Montaigne: "Aquello a lo que m¨¢s temo es al temor porque supera en poder a todo lo dem¨¢s".
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estudios del PP y diputado por Cantabria.
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