Si estas estatuas hablaran...
Varias esculturas de figuras humanas se integran en el paisaje del centro
Est¨¢n siempre muy quietos. Son distintos de los que recorren fren¨¦ticos las calles. Otros ciudadanos: indiferentes al espacio y al tiempo, al tr¨¢fico, a las condiciones meteorol¨®gicas, al continuo sucederse de los d¨ªas. Son estatuas de Madrid. No las de los reyes a caballo o los dioses mitol¨®gicos en las fuentes, sino esas otras estatuas sin pedestal, de tama?o humano, que, a pie de calle, comparten la vida cotidiana de la ciudad.
La plaza de San Ildefonso re¨²ne la esencia de Malasa?a. En sus alrededores florecen bares nocturnos, tiendas de segunda mano y talleres de tatuajes. En medio de todo ello est¨¢ la Joven caminando, una estatua de bronce apodada La Grunge, en referencia a aquel movimiento musical y est¨¦tico que en los a?os noventa del pasado siglo impeli¨® a la juventud a estar triste y vestir mal. Pelo enmara?ado, jersey ancho, botas de monta?a, una mochila y una gran carpeta de dibujo: as¨ª lleva vestida La Grunge, obra de Rafael Gonz¨¢lez, desde 1996, cuando el Ayuntamiento y la Comunidad aprobaron un plan de rehabilitaci¨®n que trajo muchos habitantes nuevos y silenciosos al Centro. "Aqu¨ª hay gente todo el d¨ªa y toda la noche, as¨ª que no me aburro", podr¨ªa contar La Grunge. "Cuando oscurece la gente llena las terrazas, otros se sientan en el suelo en corros a charlar y a beber latas de cerveza que venden a euro los ambulantes chinos: las chinobirras. Luego llega la poli y con s¨®lo pasearse consigue que todo el mundo se levante y se vaya. Menos yo, claro, que llevo aqu¨ª muchos a?os tratando de irme a casa a estudiar".
'El vecino curioso' est¨¢ siempre asomado a una barandilla
No muy lejos, en la calle de la Palma, 46, est¨¢ la Escuela de Arte La Palma, que convoc¨® el concurso, en acuerdo con el Ayuntamiento, mediante el cual se eligieron las estatuas instaladas. Delante, precisamente, se encuentra una prima de La Grunge. Se llama La paseante, de Roberto Manzano. Lleva ropa floja y tiene curvas rotundas que realza en una postura indudablemente er¨®tica. "Hacen de todo con ella", dice la conserje de la escuela, "la pintan, la ponen sombreros y cigarros o cuelgan las mochilas". La estatua se encuentra en un lado de la calle, entre los coches aparcados, por lo que no luce como deber¨ªa. "Una vez un coche se me llev¨® por delante. El Ayuntamiento tuvo que trasladarme al taller para que me repararan. Y hace poco un bachiller me arranc¨® el brazo y se lo llev¨® a casa; no gano para sustos", a?adir¨ªa La paseante, a¨²n sin brazo. Los vecinos ya han denunciado la mutilaci¨®n y esperan soluciones porque, como concluye la conserje, "la estatua es muy querida en el barrio".
Unas calles m¨¢s abajo, en la del Pez, est¨¢ Julia, la tercera en discordia, apoyada en una pared desde 2003. Obra de Antonio Sant¨ªn, representa a una joven del siglo XIX que se disfraz¨® de chico para asistir a la Universidad que estaba en la calle de San Bernardo, lugar donde ahora se apoya. En aquella ¨¦poca s¨®lo los varones ten¨ªan acceso a los estudios superiores.
El hombre sentado, creado por Fernando G., es un se?or calvo que lleva 11 a?os en un banco de granito de la plaza de La Paja leyendo un peri¨®dico que parece no caducar nunca. En ¨¦l se lee: "Entre todos rehabilitamos Madrid".
El barrendero madrile?o, obra de F¨¦lix Hernando Garc¨ªa, lleva ocho a?os, desde que se remodel¨® la plaza de Jacinto Benavente, barriendo mani¨¢ticamente un trozo de acera. "Aqu¨ª hay mucho jaleo: gente que va de compras, que va al cine, que va a los musicales, al teatro... Est¨¢n siempre ensuciando", parece mascullar el barrendero de bronce sin levantar la vista del suelo. "Ahora que llega el buen tiempo organizan mercadillos de artesan¨ªa o de productos regionales y me rodean de casetas, dej¨¢ndome encerrado como a un preso. ?No hay derecho! Y ahora disc¨²lpame, que tengo que seguir barriendo, ?umpf!".
El vecino curioso est¨¢ siempre asomado a una barandilla, en la calle de la Almudena, tras una esquina al final de la calle Mayor. Lo que observa son las ruinas de la antigua iglesia de la Almudena, que permanecen bajo el nivel del suelo, cubiertas por un cristal que permite observarlas. Esta estatua de Salvador Fern¨¢ndez Oliva da algo de respeto, sobre todo cuando uno dobla la esquina de Mayor por la noche y, de pronto, se la encuentra ah¨ª, de espaldas, en silencio. Es un hombre de edad madura y cuerpo compacto, con boina, que mira con absoluta gravedad. Algunos turistas juegan a sacarse fotos coloc¨¢ndose a ambos lados, en la misma postura, apoyados en la barandilla. Pero el Vecino curioso tiene cara de pocos amigos, as¨ª que mejor le dejamos ah¨ª tranquilo, observando lo que hace con las ruinas el paso del tiempo.
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