Conciencia y calidad de la democracia
Hace unos meses, la propaganda de la pel¨ªcula Valkiria llevaba una leyenda bien impactante. Dec¨ªa algo as¨ª como "mientras otros obedec¨ªan, ¨¦l escuch¨® a su conciencia". "?l" era el coronel Von Stauffenberg, el l¨ªder del ¨²ltimo atentado contra Hitler, alguien que no se dobleg¨® ante lo "pol¨ªticamente correcto", cuando no doblegarse implicaba exponerse a la tortura y la muerte. No s¨®lo a no recibir el aplauso de la mayor¨ªa o a ser mal considerado, sino a perder la vida, como realmente sucedi¨®. Gentes as¨ª despiertan admiraci¨®n, o deber¨ªan hacerlo.
Como Shtrum, el personaje de Vasili Grossman en Vida y destino, el cient¨ªfico ca¨ªdo en desgracia durante el r¨¦gimen de Stalin, que se niega a reconocerse culpable -porque no lo es-, aunque sus amigos le aconsejan hacerlo para evitarse males mayores. Socialista convencido, confiesa a su hija: "Creo que nos precipitamos al hablar de socialismo; ¨¦ste no consiste s¨®lo en la industria pesada. Antes de todo est¨¢ el derecho a la conciencia. Privar a un hombre de este derecho es horrible. Y si un hombre encuentra en s¨ª la fuerza para obrar con conciencia, siente una alegr¨ªa inmensa".
Los miembros de los partidos deben ejercer su libertad de conciencia y no ceder ante el monolitismo
La Inquisici¨®n tuvo siglos para modelar el alma de un pa¨ªs atemorizado
La conciencia personal frente al totalitarismo, nacionalsocialista, sovi¨¦tico o de cualquier otro g¨¦nero. La persona art¨ªfice de su propia vida, como dir¨ªa S¨¦neca, responsable de su propio destino.
Justamente, la estrategia de los totalitarismos consiste en anularla con distintas coartadas, como la tan conocida de la "obediencia debida" al F¨¹hrer, al Estado sovi¨¦tico, al mando militar. Una coartada inadmisible en sociedades democr¨¢ticas, que se caracterizan por hacer de la igual autonom¨ªa de los ciudadanos la clave de la vida social y, por lo tanto, no pueden permitirse anular las conciencias que es la forma de anular a las personas.
En estas sociedades existe la objeci¨®n de conciencia; claro est¨¢, que cualquier ciudadano puede presentarla cuando considera que una ley viola sus convicciones m¨¢s profundas, aunque s¨®lo se reconocer¨¢ el derecho a ejercerla en los casos tipificados a tal efecto, y lo que pase de ah¨ª es desobediencia civil. Pero en esta vida no todo se agota en los reconocimientos legales ni queda asegurada la supervivencia de la conciencia personal porque exista el derecho a objetar en determinados casos. ?Qu¨¦ sucede -por ejemplo- cuando los partidos pol¨ªticos se niegan a dejar libertad de conciencia a sus miembros a la hora de votar en situaciones especialmente conflictivas para ellos? ?No es entonces la disciplina de voto una versi¨®n suave de la obediencia debida para est¨®magos democr¨¢ticos?
Sin duda, las sociedades abiertas se enfrentan a un buen n¨²mero de contradicciones, pero, precisamente por su car¨¢cter abierto, se ven obligadas a sacar a la luz los problemas, a reconocerlos como tales y a tratar sobre ellos para tratar de enfrentarlos con altura humana. ?sa es la grandeza y la responsabilidad de los mundos abiertos.
Es verdad que los partidos pol¨ªticos, sean muchos o pocos, han de presentar propuestas unitarias a los ciudadanos dentro de sus programas, porque en caso contrario pierden eficacia y sentido. Parece entonces que no puede haber pluralismo interno, porque ?c¨®mo sabr¨¢n los electores a qui¨¦n votar si hay disensiones internas? Pero tampoco se puede eludir la otra cara de la moneda: ?qu¨¦ hace un militante que est¨¢ de acuerdo con su partido en la mayor parte de las propuestas pero se siente incapaz de apoyar algunas porque se lo impide su conciencia?
La calidad de una democracia representativa exige que los ciudadanos puedan esperar de los partidos que cumplan sus programas, a los que deber¨ªa haberse llegado por debate interno y externo. En este cumplimiento mostrar¨ªan su operatividad y ese valor tan preciado por nuestras sociedades que se llama "eficiencia". Pero esa misma calidad de la democracia reclama que los miembros de los partidos ejerzan su libertad de conciencia, porque mal pueden contagiar pluralismo instituciones monol¨ªticas.
El monolitismo no es un valor positivo, que atrae, sino un valor negativo, que repele, y resulta m¨¢s convincente un partido -o cualquier otra instituci¨®n- cuyos miembros pueden poner en duda propuestas del aparato. Recuerdo en este sentido las declaraciones de un miembro del PSOE, alcalde en un pueblo de Alicante, que aseguraba haber probado durante a?os el agua de las desalinizadoras y haber llegado por experiencia a la conclusi¨®n de que era mejor un sistema mixto, porque el agua que es buena para las personas no lo es tanto para la agricultura. Ante la pregunta del periodista "?c¨®mo dice eso siendo del partido que es?", la respuesta era extraordinaria: "No me sentir¨ªa a gusto en mi partido si no dijera lo que he comprobado por experiencia".
Por supuesto que el que expresa su libre conciencia se puede equivocar, por supuesto que existen los iluminados peligrosos. Pero bien puede ocurrir que una persona, a pesar de intentar aceptar al m¨¢ximo lo que le une a la mayor¨ªa, de un partido o de una sociedad, acabe pronunciando la famosa frase de Lutero: "No puedo m¨¢s, aqu¨ª me detengo". En un sentido o en otro. Anular esa posibilidad es apostar por la Raza, por el Estado o por el Partido, por lo contrario de la sociedad abierta.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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