Pieles fin¨ªsimas
Parece que cada nueva generaci¨®n de j¨®venes tenga la piel m¨¢s fina y sea m¨¢s pusil¨¢nime, y que cada nueva de padres est¨¦ m¨¢s dispuesta a proteg¨¦rsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a adolescentes tir¨¢nicos que no soportan el menor contratiempo o frustraci¨®n; que a veces les pegan palizas (sobre todo a las madres, que son m¨¢s d¨¦biles); que zumban a polic¨ªas, queman coches e intentan asaltar comisar¨ªas (oye, qu¨¦ juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso botell¨®n m¨¢s all¨¢ de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarc¨®n; que, en el peor y m¨¢s extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o m¨¢s joven, como sucedi¨® en un par de ocasiones en Andaluc¨ªa hace unos meses; y que por supuesto abandonan tempranamente los estudios, cuando a¨²n no tienen conocimientos para trabajar en nada ni -con el galopante paro- oportunidad para ello. Esos adolescentes pusil¨¢nimes y desp¨®ticos no suelen provenir de familias marginales o pobres (aunque, como en todo, haya excepciones), sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, s¨ª econ¨®micamente.
Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge a¨²n pertenecen, en su mayor¨ªa, a estas clases m¨¢s o menos desahogadas, y su piel es fin¨ªsima a tenor de lo que han pedido y conseguido: nada menos que acabar con una tradici¨®n de doscientos a?os. Han decidido que la colocaci¨®n en tablones de las listas con los resultados de los ex¨¢menes finales (ex¨¢menes p¨²blicos, as¨ª se llaman) es algo "demasiado estresante" para ellos, que les provoca "angustia extra e innecesaria" y les supone una "humillaci¨®n", ya que permite a terceros enterarse de si han suspendido o aprobado, y adem¨¢s, si no se da uno prisa en ir a verlas, antes que los interesados. El protector profesorado ha atendido a su petici¨®n, as¨ª que a partir de ahora recibir¨¢n sus notas por e-mail o podr¨¢n consultarlas online (est¨¢ por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. No es dif¨ªcil pronosticar que a la siguiente generaci¨®n esto le parecer¨¢ insuficiente, y que exigir¨¢ que esas listas no se cuelguen en absoluto, aduciendo que esa informaci¨®n s¨®lo concierne a cada cual. Los adultos, al paso que vamos, no se atrever¨¢n a contrariarlos, con lo que se perder¨¢ otra de las motivaciones de los estudiantes para aplicarse, a saber: la verg¨¹enza de quedar ante sus colegas como burros, vagos o incompetentes.
Mientras los ni?os y j¨®venes se tornan cada vez m¨¢s caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres sol¨ªan dar a sus v¨¢stagos cuando hab¨ªa que ponerles l¨ªmites o ense?arles que ciertos actos acarrean consecuencias y castigos, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender m¨¢s pronto o m¨¢s tarde, pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza en toda regla por parte de un adulto a un ni?o, algo condenable y repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la c¨¢rcel a menores de edad si ¨¦stos cometen un delito de consideraci¨®n. Es el reino de la contradicci¨®n: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo ning¨²n concepto, aunque haga barbaridades y no entre en raz¨®n (su piel es fin¨ªsima), pero s¨ª se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida y que se acabe de malear. Nada es seguro, claro est¨¢, pero es posible que ni los violadores juveniles ni los fascistoides de Pozuelo hubieran llegado tan lejos si hubieran recibido, en anteriores fases, alguna que otra torta proporcional y hubieran aprendido a temer las consecuencias de sus actos incipientemente delictivos. El temor a las consecuencias sigue siendo -lo siento, ojal¨¢ no fuera as¨ª- uno de los mayores elementos disuasorios, tambi¨¦n para los adultos. Hay muchos, entre ¨¦stos, que no roban ni pegan ni matan tan s¨®lo porque saben que los pueden pillar y que les caer¨¢ un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o despu¨¦s, no veo por qu¨¦ dicho aprendizaje se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ?c¨®mo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho a?os se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldr¨ªa con la suya, de que a todo ten¨ªa derecho a cambio de ning¨²n deber, y de que sus acciones m¨¢s graves no acarrear¨ªan m¨¢s consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
Ya s¨¦ c¨®mo algunos leer¨¢n este art¨ªculo: como una mera reivindicaci¨®n de la bofetada. Miren, qu¨¦ se le va a hacer. Puestos a ser tan simplistas como esos posibles lectores, prefiero que un muchacho se lleve alguna de vez en cuando a que se lo arroje a una celda demasiado pronto, sin capacidad para entender de golpe por qu¨¦ diablos est¨¢ ah¨ª, o a que viole a una compa?era en manada y se vuelva a casa creyendo que eso no tiene mayor importancia que ponerse ciego de alcohol en las felices noches de botell¨®n.?
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