Los robos remotos
No voy a fingir estar libre de pecado. Hace treinta y tantos a?os, durante una estancia de un mes en Par¨ªs que coincidi¨® con una de las ¨¦pocas m¨¢s desdichadas y desesperadas de mi vida, rob¨¦ algunos libros y discos -de vinilo, claro, es decir, de gran tama?o, incluidas una o dos cajas o coffrets-. La verdad es que a d¨ªa de hoy no comprendo c¨®mo lo hac¨ªa, qu¨¦ rara habilidad desarroll¨¦. La mayor¨ªa de las sustracciones, adem¨¢s, las llev¨¦ a cabo en unos grandes almacenes culturales, con mejores sistemas de seguridad que las tiendas de m¨²sica y las librer¨ªas. A veces pienso que fue consecuencia de mi estado de ¨¢nimo, tirando a autodestructivo por aquel entonces; que todo me daba lo mismo y que buscaba empeorar las cosas, crearme m¨¢s problemas y arriesgarme a ser detenido. De perdidos al r¨ªo, se llama eso en espa?ol. Bien es cierto que lo que rob¨¦ -poco por fuerza- me interesaba de veras, no iba a jug¨¢rmela por tonter¨ªas. Que aun as¨ª me daba cuenta de que aquello estaba mal lo prueba mi reacci¨®n la ¨²nica vez que me pillaron, en una tienda de discos del Boulevard St Michel. El due?o me dijo: "Si usted se hubiera salido con la suya, yo me habr¨ªa quedado sin este LP y adem¨¢s habr¨ªa perdido los X francos que me habr¨ªa reportado su venta. As¨ª que no s¨®lo conservo el disco, sino que me tiene que pagar esos X francos adem¨¢s, a cambio de nada. Ha jugado usted, ha perdido, lo l¨®gico es que asuma el mismo perjuicio que, de haber tenido ¨¦xito, me habr¨ªa ocasionado a m¨ª". "C'est juste, vous avez raison", le respond¨ª, y as¨ª lo ve¨ªa (supongo que tambi¨¦n ayud¨® que la alternativa era que el hombre llamara a un gendarme, no lo voy a negar). "El problema es que no llevo encima la cantidad entera". Me acept¨® lo que ten¨ªa en el bolsillo y qued¨¦ en pasarme otro d¨ªa para saldar el resto. Podr¨ªa no haber vuelto a aparecer por all¨ª y el comerciante no habr¨ªa tenido manera de encontrarme. Pero a la ma?ana siguiente me present¨¦ y le pagu¨¦ religiosamente lo que faltaba, qued¨¢ndome a la vez sin disco y con X vitales francos menos. Las deudas de juego son sagradas.
"Ten¨ªamos en cuenta tres factores que hoy no observan quienes roban canciones y pel¨ªculas"
No era esta una pr¨¢ctica que los j¨®venes izquierdistas de mi generaci¨®n vi¨¦ramos como muy condenable. Educados en el antifranquismo, consider¨¢bamos justificado robarle a un sistema explotador e injusto, el capitalismo. Y ten¨ªamos en cuenta tres factores que hoy no observan, en modo alguno, quienes roban canciones y pel¨ªculas -y pronto libros- desde sus c¨®modos ordenadores: a) sab¨ªamos que perjudic¨¢bamos a la tienda y a la editorial o casa discogr¨¢fica, pero nunca al escritor, compositor o int¨¦rprete, ya que, al menos en la teor¨ªa, ¨¦stos percib¨ªan su peque?o porcentaje lo mismo por un ejemplar hurtado que por uno vendido; b) sab¨ªamos que, por mucho que rob¨¢ramos, siempre era muy poco, y que esas sustracciones no arruinaban a nadie; es m¨¢s, las p¨¦rdidas derivadas de esa pr¨¢ctica estaban ya presupuestadas por los comerciantes, luego "contaban" con ellas como gaje del negocio; c) sab¨ªamos que nos arriesg¨¢bamos a un buen disgusto, que nos la jug¨¢bamos y que nuestro delito pod¨ªa tener consecuencias; no actu¨¢bamos con garant¨ªa de impunidad.
No hace falta que diga que todas estas semijustificaciones no me sirven hoy, y que lamento aquellos pecados m¨ªos de hace treinta y tantos a?os. El da?o al librero no tiene perd¨®n, ni siquiera a los grandes almacenes culturales (con posterioridad les he comprado tantos libros, DVDs y CDs que creo haberles compensado con creces, y tambi¨¦n con las ventas que han hecho de mis propios libros). El da?o a la editorial o a la casa discogr¨¢fica es menos grave, ya que no han sido pocas las que han estafado y sisado a los creadores que las hac¨ªan ricas, ni las que lo siguen haciendo. Me doy cuenta de que, inveros¨ªmilmente, son much¨ªsimas las personas que a¨²n ignoran que los escritores, por ejemplo, llevamos s¨®lo un 10% del precio de venta. Esto es, de los veinte euros que el comprador paga por un libro, a nosotros nos llega la ridiculez de dos, y el porcentaje es a¨²n menor en las ediciones de bolsillo y de club. El editor que encima enga?a al autor, y le esquilma sus exiguas ganancias, ese s¨ª que no tiene perd¨®n de Dios.
Al confesar mis ya remotos delitos quiero decir que entiendo -c¨®mo no- la tentaci¨®n que supone para los internautas descargarse gratis -es decir, robar- m¨²sica, pel¨ªculas, series de televisi¨®n enteras y dentro de poco libros. No puedo jurar que yo no hubiera ca¨ªdo en ella en mi juventud, de haber existido entonces Internet, de hab¨¦rseme brindado la oportunidad de hurtar f¨¢cilmente, sin complicaciones ni riesgo alguno, sin pasar un mal rato, sin desarrollar ninguna habilidad y -lo que es tan importante como lo anterior- sin tener la menor conciencia de estar obrando mal y de estar estafando a un mont¨®n de gente, incluidos los creadores que nos dan tanto placer, y que siempre han sido, como acabo de explicar, la parte d¨¦bil de la cadena, la m¨¢s expuesta y explotada y la que obtiene menos beneficios de su invenci¨®n, sin la cual nada existir¨ªa: ni m¨²sica ni cine ni series de televisi¨®n ni literatura, nada.
(Continuar¨¢)
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