Brindis por Jim Morrison
"?Gilipollas! ?No sabes con qui¨¦n est¨¢s hablando!". El improperio rasga el exquisito susurro que gobierna el hall del hotel Mar¨ªa Cristina, sede de los invitados al Festival de Cine de San Sebasti¨¢n. La alterada autora del esc¨¢ndalo, ajena al evento cinematogr¨¢fico, la ha tomado con el director Tom DiCillo cuando ¨¦ste le ha preguntado cordialmente si la silla a su lado estaba libre. Mientras un empleado del hotel acompa?a a la alborotadora hacia la salida, las miradas convergen en el autor de Vivir rodando: "No se preocupen, ?era mi ex mujer!", bromea para romper la tensi¨®n. Todos r¨ªen, especialmente su esposa, Jane, y la calma cool vuelve a reinar.
Tom DiCillo (Carolina del Norte, 1953) presenta When youre strange, biograf¨ªa emocional de The Doors montada con im¨¢genes originales del grupo: "Ha sido un acercamiento m¨¢s narrativo que documental, la siento tan cercana como mis otras pel¨ªculas". El director, jurado de este festival en 2004 y triunfador dos a?os despu¨¦s con Delirious (mejor director y mejor gui¨®n), se ha librado del jet lag ba?¨¢ndose en el Cant¨¢brico. En lo que va de a?o ha presentado When youre strange en Sundance, Deauville o Berl¨ªn, y a¨²n lo har¨¢ en Londres. Nadie ha dicho que la vida de un director de cine independiente sea f¨¢cil.
Alg¨²n cr¨ªtico abandon¨® la proyecci¨®n creyendo que a Jim Morrison lo interpretaba un actor
La impecable organizaci¨®n le cita a las cuatro de la tarde. DiCillo, tambi¨¦n impecable en su traje negro con camisa blanca, deambula por el hall del hotel, un traj¨ªn de celebridades, periodistas y se?oras de las de toda la vida de San Sebasti¨¢n. Tom pide un caf¨¦ doble con hielo, que bebe pausado, m¨¢s expectante que nervioso, y saluda a varios amigos, entre los que destaca la blanca cabellera de Jim Jarmusch; cuando se funden en un abrazo, Carmen Machi (La mujer sin piano) pasa a su lado. El Mar¨ªa Cristina en hora punta.
Ya en el Kursaal, Mikel Olaciregui, director del festival, acompa?a al cineasta a una sala VIP, donde se les unen Jarmusch y su mujer, la directora Sara Driver, que tambi¨¦n asistir¨¢n a la proyecci¨®n. Tom comenta que ha empezado a practicar boxeo como ejercicio, y Jim cuenta lo que dijo Bob Dylan el d¨ªa que su entrenador le dio un buen golpe en la cabeza: "Cuidado, t¨ªo, ah¨ª est¨¢n mis canciones". Llegado el momento, DiCillo se sienta en la ¨²ltima fila del anfiteatro, una voz en off anuncia su presencia y un foco poderoso delata su ubicaci¨®n para que devuelva un gesto de gratitud ante la cerrada ovaci¨®n. La acci¨®n se repite 86 minutos m¨¢s tarde, finalizado el intenso viaje por la vida de The Doors. Mientras los espectadores evacuan la sala, el director accede a la terraza del Kursaal ante un batall¨®n de c¨¢maras. "?Estas olas son magn¨ªficas!", exclama se?alando el mar, pero los fot¨®grafos no hablan, s¨®lo quieren acribillarlo a retratos.
El protocolo del festival funciona firme y suave; Tom cumplimenta el libro de firmas y es conducido a la rueda de prensa. Ante el silencio inicial de los periodistas, el propio DiCillo lanza la pregunta clave: "?Se han dado cuenta de que todas las im¨¢genes en esta pel¨ªcula eran originales?". Por lo visto, alg¨²n cr¨ªtico listillo abandon¨® la proyecci¨®n en Sundance al creer que el Jim Morrison que aparece al inicio del documental era un actor: "Se trata de un largo in¨¦dito en 35 mm que el propio Morrison hab¨ªa escrito y rodado en 1969", explica orgulloso. Tras media hora de interrogatorio coral, cumplidos horarios y compromisos, el cineasta vuelve al hotel a pie, pide una cerveza y ruega a la azafata que se siente con ellos en vez de estar de pie. El brit¨¢nico John Madden, miembro del jurado este a?o, se acerca para saludarlo efusivamente. Cae otra cerveza.
La cena reunir¨¢ a DiCillo y Jarmusch con un viejo amigo com¨²n: Chema Prado, director de la Filmoteca Espa?ola. El local elegido es el Branka, restaurante con vistas a Ondarreta y jazz en directo. Una selecci¨®n de tomates de Guetaria levanta suspiros de admiraci¨®n entre los comensales indies, que acabar¨¢n decant¨¢ndose por un vegetariano arroz con verduras regado con albari?o. Tom alaba la libertad art¨ªstica de la que hizo gala Jim Morrison: "Creo que el mundo sigue ferozmente atra¨ªdo por ese esp¨ªritu".
Tras atender con budista paciencia a los cazadores de aut¨®grafos, el grupo tomar¨¢ la ¨²ltima copa en el bar del hotel, todo un cl¨¢sico. John Cusack, Terry Gilliam o Lluvia Rojo, por citar tres nombres muy distintos, tambi¨¦n se dejan ver en ese espacio. Tom alza su whisky sin hielo y propone un brindis: "Por el legado de Jim Morrison". Suenan las copas al chocar. Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.
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