C¨¢rcel por trabajar en una colonia
El Gobierno de Mahmud Abbas castigar¨¢ con penas de reclusi¨®n a los palestinos que colaboren en la construcci¨®n de los asentamientos israel¨ªes
Faltan cuatro horas para que amanezca en Sika, una aldea palestina al sur de Hebr¨®n, pero buena parte de sus habitantes ya est¨¢n en pie. Se preparan para una larga jornada de trabajo en la construcci¨®n de los asentamientos israel¨ªes. Como cada d¨ªa, cruzar¨¢n media Cisjordania, esperar¨¢n largas colas en los checkpoints y, si todo va bien, cuatro o cinco horas m¨¢s tarde llegar¨¢n al tajo. All¨ª, ladrillo a ladrillo, torpedear¨¢n las aspiraciones palestinas de tener alg¨²n d¨ªa un Estado. No tienen muchas otras opciones estos obreros. El desigual crecimiento de la econom¨ªa palestina no da para ofrecerles un empleo medianamente bien pagado. Ni a ellos, ni al resto de los 25.000 palestinos que trabajan en los asentamientos.
Los colonos emplean a 25.000 palestinos en Cisjordania
Israel teme los efectos econ¨®micos y dice que el di¨¢logo puede resentirse
Ahmad, vecino de Sika, es uno de ellos. "Claro que estoy en contra de las colonias, pero tengo cuatro hijos, uno de ellos enfermo, y necesito trabajar". Ahmad tiene desde esta semana una preocupaci¨®n a?adida desde que se ha enterado de que su empleo peligra. No es que Israel haya sucumbido a la presi¨®n internacional y haya decidido frenar la expansi¨®n de los asentamientos. Peligra porque la Autoridad Palestina ha decidido castigar con penas de hasta cinco a?os de c¨¢rcel y multas de m¨¢s de 11.000 euros a los palestinos que colaboren en la construcci¨®n de las colonias, ilegales a ojos de la legislaci¨®n internacional.
La normativa entrar¨¢ en vigor a partir del a?o pr¨®ximo y forma parte de la renovada asertividad del Gobierno palestino, la llamada Intifada blanca. Con ella, Ramala pretende infundir a los palestinos un esp¨ªritu proactivo, quiere que se impliquen en la creaci¨®n de un Estado palestino al margen de los vaivenes de las negociaciones de paz y al margen de lo que haga o diga Israel. Por eso, piensa emplear mano dura contra los que trabajen en los asentamientos o consuman productos que all¨ª se producen.
El nuevo esp¨ªritu incomoda a Israel, quien adem¨¢s teme por las consecuencias econ¨®micas de estas medidas. Desde el Ministerio de Exteriores israel¨ª advierten de que el boicoteo da?ar¨¢ las neonatas negociaciones de proximidad. Pero los palestinos dicen estar dispuestos a librar esta batalla. Eso asegura Hassan Abu Libdeh, ministro palestino de Econom¨ªa, padre de la campa?a de boicoteo a los asentamientos. "Esto es una cuesti¨®n interna palestina. No tienen por qu¨¦ inmiscuirse los israel¨ªes. Los asentamientos son un peligro para el proceso de paz y ning¨²n palestino deber¨ªa trabajar all¨ª", dice en entrevista telef¨®nica. Preguntado por si la Autoridad Palestina ofrecer¨¢ alternativas laborales a los trabajadores, Abu Libdeh dice que a¨²n es temprano para hablar de eso.
Ahmad, el trabajador de Sika, dice que entiende que su Gobierno pretenda presionar a Israel con vistas a la creaci¨®n de un Estado palestino en el futuro. El problema es que lo que a ¨¦l le preocupa es el presente. Y de momento es consciente de que es uno de los afortunados que dispone de un permiso de trabajo legal para trabajar en Israel. No obstante, a veces a?ora su pasado de trabajador clandestino, de carreras y saltos de valla en medio de la noche. Lo a?ora porque sus d¨ªas de trabajador legal son a menudo incluso m¨¢s duros. Ahora se levanta cada d¨ªa a las tres de la ma?ana para llegar a tiempo al cuello de botella que se forma en el checkpoint de Bel¨¦n. All¨ª, al alba, cientos de trabajadores se hacinan en los corredores cercados. Duermen primero unas horas sobre cartones en el suelo, hasta que se acerca la hora del trabajo y empieza a cundir el nerviosismo. Se empujan, se aplastan, se pelean, gritan. Casi todo, con tal de no perder un puesto en la cola que les permita llegar a tiempo al andamio. Hay m¨¢s oferta que demanda y saben que unos trabajadores son f¨¢cilmente reemplazables por otros.
Ahmed Abu Ruken es el militar israel¨ª al frente de este checkpoint. Observa c¨®mo los obreros salen de la terminal tras horas de espera, coloc¨¢ndose el cintur¨®n, los zapatos y todo lo que han tenido que quitarse para que las m¨¢quinas no piten. Cuando se le pregunta si no hay mejor forma de organizarlo, si por ejemplo no se pueden abrir todas las ventanillas para agilizar las colas, reconoce que hay problemas, pero asegura que son puntuales. "En general, el sistema funciona bien".
Los trabajadores no piensan lo mismo, pero prefieren no gastar fuerzas en protestas que consideran in¨²tiles. Prefieren ahorrar energ¨ªa para llegar al tajo a la carrera y ganarse los 30 euros del d¨ªa. Ahmad hoy llega tarde.
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