Buceando en el estofado
La desorientaci¨®n, el caos, la inestabilidad, la p¨¦rdida del centro, el extrav¨ªo del honor o el pudor. Cualquiera de estas condiciones o todas ellas a la vez pueblan el mundo de la econom¨ªa, la pol¨ªtica, la ciencia o el arte. Ser¨¢ la Gran Desorientaci¨®n a la que llama Lipovetsky La cultura-mundo (Anagrama). Porque la cultura, en su parecer, habr¨ªa dejado de ser un reflejo del mundo y ser¨ªa hoy el mismo ambiente que lo constituye y lo hace evolucionar.
De la misma manera que no hay centro para los mercados de divisas ni para la coherente tasaci¨®n del arte, se han desvanecido los c¨¢nones que permit¨ªan ordenar y sopesar cualquier otra cosa. Los art¨ªculos comerciales son productos culturales y las obras culturales g¨¦neros mercantiles. Optimistas y pesimistas bucean dentro del mismo estofado o rancho com¨²n. Ser¨¢ pues indiferente manifestarse a favor o en contra de esta cultura-mundo que ha roto con el pasado y anda desorientada. "Cuando el pasado deja de iluminar al futuro, el esp¨ªritu avanza a oscuras", escrib¨ªa Tocqueville.
La oscuridad l¨ªquida de Bauman, la hipermodernidad de Lipovetsky o la posmodernidad de Lyotard se caracterizan por el desprendimiento de bultos pesados (pasados) y por su ligero vuelo hacia ning¨²n lugar. De tal viaje a¨¦reo se deduce, por tanto, nuestro v¨¦rtigo. Y de tal v¨¦rtigo se deriva el mareo, la inestabilidad, el miedo, la especulaci¨®n, el par¨®n, el paro o el crash.
No saber ad¨®nde se va a parar o cu¨¢nto paro se incluye en ello viene a ser la m¨¢xima dificultad de nuestra ¨¦poca. De un lado, esta confusi¨®n alude a una suerte de rueda exc¨¦ntrica y, de otro, la desorientaci¨®n evoca un despiste en el desierto donde los espejismos impiden calcular su fin.
La cultura-mundo o la cultura-arena que vuela y se filtra por mil resquicios genera un producto dif¨ªcil de perfilar. Todo es cultura, desde la educaci¨®n a los toros, desde el videojuego a la sexualidad, desde la sexualidad a la familia y desde la familia a Ikea. Somos m¨¢s o menos cultos en la medida en que participamos m¨¢s o menos de este panach¨¦ total.
A diferencia del cen¨¢culo dorado donde la cultura manten¨ªa su especial basti¨®n, la presente planicie de las mil pantallas, la equ¨ªvoca horizontalidad del desierto social o la cegadora tempestad de arena (financiera, prestamista) que componen la nueva personalidad del mundo.
Un mundo reconvertido en cultura-mundo o en mundo-cultura. Ya no contamos -seg¨²n Lipovetsky- con las oposiciones de alta cultura / subcultura, cultura antropol¨®gica / cultura est¨¦tica, cultura material / cultura ideol¨®gica, sino que ambulamos en una constelaci¨®n planetaria donde se cruzan cultura tecnocient¨ªfica, cultura de mercado, cultura del individuo, cultura de las redes y as¨ª hasta una ola en cuyo bucle el mundo se confunde con su org¨ªa.
?Una hecatombe para el conocimiento? ?Un desastre para la moral? ?Qui¨¦n lo dice? Solo la voz del viejo orden ilustrado y sus adeptos que, todav¨ªa desde la modernidad (no desde la posmodernidad), juzgan el presente con desd¨¦n y sin asomo de inter¨¦s en su composici¨®n real. Pero, siendo as¨ª, ?qui¨¦n podr¨ªa aceptar hoy las sentencias de este juez hist¨®rico? La cultura-mundo es todo menos seria, aut¨®noma o independiente, es todo menos una serie que pueda aislarse de las otras secuencias asociadas a nacer, dormir, comprar y vender, crear o yacer.
Babelia
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