La actualidad de Schopenhauer
Las teor¨ªas del pensador alem¨¢n sobre el mundo como voluntad y representaci¨®n produjeron un giro biol¨®gico en la filosof¨ªa. Entonces fueron una provocaci¨®n; ahora, nos vienen como anillo al dedo
Durante la mayor parte de su vida, Arthur Schopenhauer -fallecido hace exactamente 150 a?os- no defendi¨® una filosof¨ªa que gozara de actualidad. En contra de lo que era corriente en su ¨¦poca, su imagen del hombre no se esbozaba desde el esp¨ªritu, sino desde el cuerpo y las pulsiones, desde la biolog¨ªa. Con Schopenhauer se produce un giro biol¨®gico en la filosof¨ªa, una aut¨¦ntica provocaci¨®n para aquel tiempo. A veces siente menos aprecio por los ejemplares medios de los ?b¨ªpedos?, tal como en ocasiones los denomina con rabia, que por otros animales m¨¢s juiciosos. Cuando su perro de lanas le molesta, lo increpa con un ?Pero, ?hombre!?. Para Schopenhauer el hombre pertenece realmente al reino animal, y por eso le encantan las frecuentes comparaciones con los animales. Por ejemplo, esclarece el instinto social del hombre con el caso de los puercoespines, que en los d¨ªas fr¨ªos de invierno se api?an entre s¨ª para calentarse, pero como se clavan unos a otros las espinas, tienen que volver a separarse, arrojados de aqu¨ª para all¨¢ entre dos males. Lo mismo sucede con el hombre, que busca la sociedad, pero que es atormentado por ella. Por eso Schopenhauer aconseja mantenerse a una distancia media. Desde su punto de vista es sobre todo la maldad lo que distingue al hombre del animal. Para la crueldad, el enga?o, la envidia y la malevolencia de todo tipo se requiere inteligencia. Con la inteligencia el hombre se ha creado un mundo cultural intermedio, mas no por eso se ha hecho mejor. A Schopenhauer le gusta citar al Mefist¨®feles de Goethe: ?La llama raz¨®n y de ella s¨®lo tiene necesidad para superar a cualquier animal en animalidad...?. En un famoso cap¨ªtulo dedicado a la ?metaf¨ªsica del amor sexual?, Schopenhauer expone que tambi¨¦n en el amor m¨¢s exaltado a la postre act¨²a solamente lo biol¨®gico, a saber, el comportamiento procreador. Describe con destacado talento sat¨ªrico los rid¨ªculos en que cae el esp¨ªritu cuando entra en colisi¨®n con las pulsiones y maquinaciones del cuerpo, concretamente con la sexualidad. Dice que los genitales son el ?aut¨¦ntico n¨²cleo de la voluntad?. Ante la conciencia, el impulso de procreaci¨®n se representa como una aspiraci¨®n ps¨ªquica y como enamoramiento. Los genitales se buscan a s¨ª mismos y el alma cree que se encuentra a s¨ª misma. ?Esta a?oranza y este dolor del amor [...] son los suspiros del esp¨ªritu de la especie, que cree conseguir o perder un medio indispensable para sus fines, y por eso gime profundamente? (Die Welt als Wille und Vorstellung, II, 705). La depresi¨®n poscoital es la desilusi¨®n del alma, que a la vista de semejante montaje, se promet¨ªa m¨¢s cosas.
La idea de liberalismo puede compaginarse con la imagen del hombre que dise?a el fil¨®sofo
Rechaz¨® cualquier recurso a la metaf¨ªsica y la religi¨®n: estamos solos, el cielo est¨¢ vac¨ªo
Nuestra ¨¦poca, fascinada por teor¨ªas sobre ?genes ego¨ªstas? y por la reducci¨®n del esp¨ªritu a las funciones cerebrales, deber¨ªa considerar la filosof¨ªa de Schopenhauer como de m¨¢xima actualidad. Pero hay m¨¢s de un obst¨¢culo para ello. Por m¨¢s que se celebra la marcha victoriosa de la biolog¨ªa en la t¨¦cnica y en la ciencia, en general este convencimiento no quiere extenderse a la conciencia p¨²blica. Hace alg¨²n tiempo pudimos observarlo en el debate de Sloterdijk sobre la cuesti¨®n de la optimizaci¨®n biol¨®gica del hombre (el ?parque humano?) o m¨¢s recientemente en las pol¨¦micas declaraciones del economista Thilo Sarrazin. Las reflexiones eugen¨¦sicas, las afirmaciones relativas al car¨¢cter hereditario de la inteligencia o a la diversa distribuci¨®n de las dotes en los diferentes pueblos acarrean todav¨ªa los m¨¢s fuertes anatemas. Sabemos que estos tab¨²es tienen su historia, pues tras los cr¨ªmenes del nacionalsocialismo, el biologismo ha perdido su inocencia; por tanto, no deber¨ªamos sorprendernos ante reacciones que han alcanzado cotas de histeria. No hay duda de que ¨¦stas s¨®lo pretenden quitarse de encima asuntos y personas desagradables. Pero esto nada cambia en el hecho de que en la imagen del hombre se ha realizado un giro biol¨®gico desde hace tiempo. Schopenhauer fue precisamente un pionero, todav¨ªa al margen del esp¨ªritu dominante de su ¨¦poca. Y, detestando el conformismo intelectual, tambi¨¦n en otros terrenos se aferr¨® tenazmente a su independencia.
En 1813, al principio de la guerra de liberaci¨®n contra Napole¨®n, se extiende la actitud patri¨®tica, en especial entre la gente culta, y la apelaci¨®n de Fichte, que llama a las armas con autoridad filos¨®fica, es acatada; pero el estudiante Arthur Schopenhauer pone pies en polvorosa. ?l, que hab¨ªa asistido a las clases de Fichte, escribi¨® al respecto la siguiente anotaci¨®n: ?absurdo rabioso? y ?palabrer¨ªa desvariada?. Ciertamente se vio forzado a dar dinero para el armamento de un soldado, pero no quer¨ªa batirse. El patriotismo le resultaba extra?o. Los asuntos de la pol¨ªtica mundial no despertaban en ¨¦l ninguna pasi¨®n. Justificaba su huida de Berl¨ªn con la reflexi¨®n de que su patria era ?mayor que Alemania? y ¨¦l no hab¨ªa nacido ?para servir a la humanidad con el pu?o?. Lo suyo era m¨¢s bien una obra filos¨®fica que ya ten¨ªa in pectore. En esa ¨¦poca escribe en su diario: ?La obra crece [...] como el ni?o en el cuerpo de la madre [...]. Le presto atenci¨®n y hablo como la madre: "gozo de la bendici¨®n del fruto". ?T¨², azar, dominador de este mundo sensual, d¨¦jame vivir y disfrutar de tranquilidad todav¨ªa algunos a?os!, pues yo amo mi obra como la madre ama a su hijo...? (Der handschriftlische Nachlass, I, 55).
Esta obra llega al mundo algunos a?os m¨¢s tarde, en 1818, y se titula El mundo como voluntad y representaci¨®n. El trabajo en este libro y su publicaci¨®n fue el punto culminante de la vida de este solitario, nacido en 1788 como hijo de un rico comerciante de Danzig, deseoso de que tambi¨¦n su hijo llegara a ser comerciante. S¨®lo tras la muerte del padre, en 1805, y s¨®lo tras los est¨ªmulos procedentes de su madre, a la que m¨¢s tarde Arthur tanto denost¨®, pudo llegar a convertirse en lo que quer¨ªa ser: un fil¨®sofo. El joven hizo largos viajes con sus padres y conoci¨® mundo. M¨¢s tarde afirmar¨¢ que hab¨ªa le¨ªdo en el libro del mundo y no s¨®lo en libros, a diferencia de sus colegas, esos burgueses de medio pelo que se pasan la vida encerrados en casa. Schopenhauer, heredero de una fortuna, pudo vivir para la filosof¨ªa, sin necesidad de vivir de ella. El mundo profesional de la filosof¨ªa no le brind¨® ninguna oportunidad, y a la larga ¨¦l dej¨® de buscarla, lo que result¨® una suerte para ¨¦l. El aguij¨®n existencial que lo induc¨ªa a filosofar no qued¨® mermado por la inmersi¨®n en el ¨¢mbito social de la profesi¨®n. Schopenhauer era un hombre apasionado y por eso su voluntad de verdad permaneci¨® tambi¨¦n apasionada. Cuando en 1818 apareci¨® publicada su obra magna, estaba convencido de haber cumplido la aut¨¦ntica tarea de su vida. Viaj¨® a Italia para contemplar, a una distancia prudencial, c¨®mo ca¨ªan los rayos de sus pensamientos, pero nada sucedi¨® y se vio obligado a regresar para poner ¨¦nfasis en sus palabras como profesor acad¨¦mico. Y se dirige para ello nada menos que a Berl¨ªn, donde Hegel, el rey de la filosof¨ªa en Alemania, abarrota las aulas. A las clases de Schopenhauer asisten cinco oyentes, que pronto se ausentan. Sin haber tenido una aut¨¦ntica entrada en escena, se aleja de ella por m¨¢s de treinta a?os, unos a?os que ver¨¢ transcurrir como un sabio privado, y que en su mayor parte transcurrir¨¢n en Frankfurt del Meno. Demasiado orgulloso para buscarse un p¨²blico, espera que sea el p¨²blico el que lo busque a ¨¦l. Y al final, habr¨¢ efectivamente un p¨²bico que salga a su encuentro. Pero Schopenhauer hubo de tener paciencia, toda una vida de paciencia. Ahora bien, su filosof¨ªa se caracteriza por que el propio autor pudo extraer fuerzas de ella. Schopenhauer ten¨ªa su filosof¨ªa por verdadera precisamente porque contradec¨ªa al gusto general de los creyentes en la raz¨®n.
El a?o 1850, tras el fracaso de la Revoluci¨®n del 48, comienza por fin lo que Schopenhauer llama la ?comedia de su fama?: un coqueteo placentero con la visi¨®n pesimista del mundo por parte de ese ermita?o filos¨®fico vestido a la moda del siglo XVIII, al que la gente ve salir cada d¨ªa a pasear hacia Sachsenhausen, acompa?ado de su inseparable perro de lanas. En Frankfurt se pone de moda esta raza de perro. En el Englischer Hof, donde el fil¨®sofo come al mediod¨ªa, comienzan a merodear los curiosos. Esto le agrada. Ahora le escuchan con avidez, ahora es le¨ªdo. Y poco antes de su muerte, el 21 de septiembre de 1860, declara: ?La humanidad ha aprendido de m¨ª algunas cosas que nunca olvidar¨¢?.
Es cierto que se ha aprendido de ¨¦l, aunque con frecuencia se ha olvidado o no se ha querido tener por verdadero que era de Schopenhauer de quien se aprend¨ªa. Por ejemplo, pocas veces se tiene conciencia de que fue ¨¦l quien por primera vez pens¨® en lo que m¨¢s tarde Freud hab¨ªa de llamar las tres grandes ?humillaciones? de la megaloman¨ªa humana, humillaciones que pertenecen a la signatura de la moderna conciencia del mundo y del s¨ª mismo. Una es la humillaci¨®n cosmol¨®gica: nuestro mundo es tan s¨®lo una de las innumerables esferas en el espacio infinito, ?en el que una capa de moho ha engendrado seres que viven y conocen? (Schopenhauer). Otra es la humillaci¨®n biol¨®gica: el hombre es un animal en el que la inteligencia no hace sino compensar la falta de instintos. Y la tercera es la humillaci¨®n psicol¨®gica: el yo consciente no es se?or en su propia casa. En una ¨¦poca llena todav¨ªa de fe en la raz¨®n, Schopenhauer descubri¨® con conocimiento racional lo no racional de los procesos de la vida, Thomas Mann lo llam¨® por ello ?el fil¨®sofo m¨¢s racional de lo irracional?.
El programa entero de la filosof¨ªa de Schopenhauer est¨¢ condensado en el t¨ªtulo de su gran obra. El mundo es nuestra representaci¨®n y, m¨¢s all¨¢ de esto, seg¨²n su substancia aut¨¦ntica, es ?voluntad?. Ambos conceptos pueden resultar confusos. ?Qu¨¦ significan en Schopenhauer?
?Representaci¨®n? es todo aquello del mundo exterior que aparece en la conciencia y es elaborado en ella, en la percepci¨®n cotidiana, en la fantas¨ªa, en la especulaci¨®n y en las teor¨ªas. Pero no todo puede reducirse a esta realidad captada desde fuera. Hay adem¨¢s un segundo acceso. ?Hemos ido hacia fuera en todas las direcciones en lugar de entrar en nosotros mismos, donde ha de resolverse todo enigma? (Der handschriftlische Nachlass, I, 154). Es en el propio cuerpo donde encontramos la realidad experimentada desde dentro: dolor, deseo, placer, pulsi¨®n. A todo eso Schopenhauer le da el nombre de ?voluntad?.
El mundo es conocido de dos maneras, desde fuera como representaci¨®n y desde dentro como voluntad en el propio cuerpo. Seg¨²n el pensador, esta vitalidad experimentada desde dentro no s¨®lo ha de atribuirse a los otros hombres, sino tambi¨¦n al resto de la naturaleza, pues constituye en cierto modo su dimensi¨®n interior.
En este contexto el concepto de ?voluntad? tiene un significado alterado. No designa la intenci¨®n racional, sino la pulsi¨®n insaciable, el deseo incansable. Frente a esto, la inteligencia se presenta como algo secundario, ?al servicio? de la voluntad, dice Schopenhauer. En el mundo animal esta ?voluntad? vive a manera de instinto, y en las plantas act¨²a como una tensi¨®n vegetativa. En definitiva la voluntad se quiere solamente a s¨ª misma, quiere vivir, sobrevivir. En realidad, deber¨ªamos ?horrorizarnos? ante la naturaleza de la voluntad. No es ning¨²n reino protector o maternal. No podemos trabar lazos de amistad con una tierra cuyo producto casual somos nosotros y que conserva la vida de la especie con nuestra muerte. La naturaleza no es un lugar de solaz silencioso, es una jungla donde se percibe el fragor de la lucha. Lo mejor es que en este contexto demos la palabra al propio Schopenhauer:
?Y as¨ª vemos por doquier en la naturaleza la contienda, la lucha y la victoria cambiante, y en ese rasgo seguiremos conociendo con mayor claridad la escisi¨®n con uno mismo, que es esencial a la voluntad. A lo largo y ancho de la naturaleza entera puede perseguirse esta lucha, es m¨¢s, aqu¨¦lla subsiste solamente a trav¨¦s de la contienda [...]: y esta lucha es la mera revelaci¨®n de una escisi¨®n que es inherente, por esencia, a la voluntad. La lucha general se hace visible de la manera m¨¢s clara en el mundo animal, que dispone del reino vegetal para su alimentaci¨®n, y en el que a su vez cada animal se convierte en bot¨ªn y alimento de otro [...], por cuanto cada uno de ellos s¨®lo puede conservar su existencia por la supresi¨®n constante de otro ser extra?o. Y en este escenario la voluntad de vivir se devora incesantemente a s¨ª misma y es su propio alimento bajo diversas formas, hasta que finalmente el g¨¦nero humano, por someter a todos los seres vivos, considera la naturaleza como un artefacto para su propio uso. Pero ese mismo g¨¦nero humano [...] revela tambi¨¦n en s¨ª con terrible claridad aquella lucha, aquella escisi¨®n de la voluntad en s¨ª misma, y el "homo" se convierte en "homini lupus" (el hombre se convierte en un lobo para el hombre)? (Der Welt als Wille und Vorstellung, I, 218).
Desde el mismo trasfondo desarrolla Schopenhauer su teor¨ªa del Estado, para lo que se apoya en Hobbes. El Estado pone un bozal en la boca de los ? depredadores?, y aunque de esta forma no mejora su condici¨®n moral, s¨ª se hacen ?inofensivos como herb¨ªvoros?. Schopenhauer contradice expl¨ªcitamente las teor¨ªas que, siguiendo a Hegel, esperan que el Estado mejore y moralice al hombre o que, con una actitud rom¨¢ntica, ven en el Estado un organismo humano superior, e incluso un organismo del pueblo. Para Schopenhauer el Estado no es otra cosa que una m¨¢quina social, que en el mejor de los casos refrena los ego¨ªsmos y los une con el ego¨ªsmo colectivo del inter¨¦s por la sobrevivencia. Para este fin desea un Estado dotado de fuertes medios de poder, aunque su poder s¨®lo ha de referirse a lo exterior, ateni¨¦ndose a los principios del Derecho. El Estado no debe inmiscuirse en la manera de sentir y pensar de los ciudadanos. Postula as¨ª un Estado fuerte y a la vez un enflaquecido concepto de pol¨ªtica. Schopenhauer nos pone en guardia frente a las ambiciones de fundar sentido que puede tener el Estado; frente a un Estado con alma que luego pretenda apoderarse del alma de sus ciudadanos.
Por tanto, la idea del liberalismo puede compaginarse perfectamente con la imagen del hombre que dise?a Schopenhauer. ?ste aboga por la libertad de opini¨®n y pensamiento, pero a la vez por una fuerte obstrucci¨®n de la acci¨®n. Con la moral no se llega muy lejos. La compasi¨®n, que para Schopenhauer constituye la ¨²nica fuente aut¨¦ntica de la moral, es demasiado rara. Por eso la formaci¨®n del Estado no puede cimentarse en la compasi¨®n, sino que debe fundarse en un ego¨ªsmo rec¨ªproco bien entendido.
Schopenhauer ve¨ªa la realidad con colores sombr¨ªos, quiz¨¢ demasiado sombr¨ªos, y por ello no le resultaba extra?a en absoluto la ?necesidad metaf¨ªsica?, por m¨¢s que rechazara las respuestas metaf¨ªsicas forjadas con ¨¢nimo consolador.
Sabemos que la metaf¨ªsica, tanto la cotidiana como la que se encarama especulativamente, pregunta por el sentido del todo. ?Por qu¨¦ nos desazonamos?, ?por qu¨¦ este af¨¢n rabioso de trabajo, este correr en la rueda del h¨¢mster, este celo procreador? ?Qu¨¦ pasa con el todo? ?Hacia d¨®nde corre? Schopenhauer admite que es inevitable plantear estas preguntas, pero afirma tambi¨¦n que no pueden obtener respuesta. La voluntad como fondo de pulsiones se quiere solamente a s¨ª misma, quiere su propia conservaci¨®n y, si es posible, el propio incremento. No est¨¢ dirigida a una envolvente finalidad superior. No se esconde nada detr¨¢s de ella, fuera de esta ciega pulsi¨®n vital -hoy hablar¨ªamos del gen ego¨ªsta-, una pulsi¨®n que en el hombre est¨¢ unida con el entendimiento, que por lo regular escucha el mandato de la pulsi¨®n (del ?inter¨¦s?) y s¨®lo en casos excepcionales se despega de esos impulsos y mira desde la distancia. Seg¨²n Schopenhauer, es lo que sucede en el arte, en la sobriedad de la ciencia y en una filosof¨ªa sin ilusiones. ?l escogi¨® a Edipo como patr¨®n protector de su filosof¨ªa. El fil¨®sofo, escrib¨ªa una vez a Goethe, igual que Edipo, necesita el ?valor de no retener ninguna pregunta en el coraz¨®n?, aun cuando de ah¨ª se derive lo ?m¨¢s horrible?. Para Schopenhauer quiz¨¢ no se deriv¨® lo ?m¨¢s horrible?, pero s¨ª algo descorazonador: la vida se quiere solamente a s¨ª misma y nada m¨¢s. No se esconde detr¨¢s ninguna otra cosa.
Pero esta ?verdad?, ?es realmente tan descorazonadora, incluso tan insoportable? ?No nos hemos acostumbrado ya a tales verdades: a la monstruosa indiferencia de los espacios vac¨ªos, a los torbellinos de materia y los agujeros negros; los agujeros negros en el alma y las tormentas de neuronas en las cabezas?, ?no estamos acostumbrados al devorar y al ser devorado en la naturaleza; a la historia como carnicer¨ªa? ?Puede asustarnos todav¨ªa la falta de una instancia superior de sentido? Parece m¨¢s bien que estas convicciones forman parte del decorado interior del escaldado hombre occidental.
Habr¨ªa que comprobar si semejantes puntos de vista han penetrado realmente en el sentimiento elemental de la vida o si vivimos todav¨ªa con otras premisas silenciadas, si, aunque pensemos con Cop¨¦rnico, en el estrato del sentimiento seguimos radicados en Ptolomeo. Quiz¨¢ vivimos todav¨ªa de cr¨¦dito y de hecho nos sentimos llevados a¨²n por una especie de confianza originaria. El joven Schopenhauer anot¨® una vez en su diario: ?Radica en las profundidades del hombre la confianza de que algo fuera de ¨¦l es consciente de ¨¦l, a la manera como lo es ¨¦l mismo. Si pensamos lo contrario con intensidad, esto se convierte en un pensamiento terrible? (Der handschriftlische Nachlass, I, 8).
Exactamente este ?pensamiento terrible? es lo que Schopenhauer trat¨® de pensar. Rechaz¨® las ofertas de fundaci¨®n de sentido de la metaf¨ªsica y la religi¨®n -una especie de metaf¨ªsica para el pueblo, seg¨²n ¨¦l. Habremos de aprender a vivir, dice, sin la confianza en el mundo que aqu¨¦llas nos ofrecen. Estamos solos. El cielo se encuentra vac¨ªo.
?Qu¨¦ se sigue de ah¨ª? Cabr¨ªa pensar que en todo caso la religi¨®n ha quedado fuera de juego. Sin embargo, no es ¨¦se el caso para Schopenhauer. Por m¨¢s que sorprenda, precisamente en este punto podemos aprender de ¨¦l. El hecho es que Schopenhauer no s¨®lo aport¨® el giro biol¨®gico a la filosof¨ªa, sino que adem¨¢s, con su filosof¨ªa de la negaci¨®n de la voluntad, se apoya en la sabidur¨ªa oriental y en los aspectos de la cultura religiosa del cristianismo que concuerdan con las religiones orientales, en el esp¨ªritu de renuncia y la ascesis. Schopenhauer describe la negaci¨®n de la voluntad como un giro de ¨¦sta contra s¨ª misma. La voluntad, hecha prudente por experiencia propia y familiarizada por la compasi¨®n con el car¨¢cter de sufrimiento inherente al mundo, se revoca a s¨ª misma y desiste de la autoafirmaci¨®n a cualquier precio. El furor del ansia de vivir, del consumo, de la voluntad de poder, ha de mitigarse. ?Hace falta dibujar con detalle cu¨¢nto puede ayudarnos esa cultura de la ascesis y de la renuncia y cu¨¢n urgentemente la necesitamos?
Pero aqu¨ª surge una gran dificultad, pues la renuncia y la ascesis han de buscarse por mor de s¨ª mismas y ya no de cara a una instancia superior, a un mandato m¨¢s elevado. Se trata de conseguir un pensamiento y un ¨¢nimo elevados, pero sin fe en un ser superior. Ser¨ªa aquella actitud que Sloterdijk llama acertadamente ?tensi¨®n vertical?. De ah¨ª puede proceder la fuerza para la renuncia, la amplitud de miras y la autodisciplina, hasta llegar a la ascesis. Cuando ya no se cree en ning¨²n Dios, esas virtudes se ejercitan en aras de la propia mismidad mejor. Precisamente en este punto Schopenhauer va m¨¢s all¨¢ de la biolog¨ªa: en la fuerza de superaci¨®n de la voluntad ego¨ªsta est¨¢ incluida para ¨¦l la dignidad del hombre.
Schopenhauer ha descrito penetrante e inolvidablemente tal superaci¨®n de la voluntad como instantes de desasimiento, por no decir de redenci¨®n. ?Los experiment¨® realmente? Ah¨ª est¨¢ su tal¨®n de Aquiles. ?l no fue ni santo ni asceta. Y tampoco se convirti¨® en el Buda de Frankfurt. Entend¨ªa brillantemente la negaci¨®n de la voluntad siempre que no afectara a su voluntad. Y a ¨¦sta supo abrirle paso, a veces incluso con rudeza. Lo hizo contra su madre, a la que pretend¨ªa dar ¨®rdenes, como sustituto del patriarca tras la muerte del padre; contra casi todos los profesores de filosof¨ªa coet¨¢neos, a los que insultaba como ?emborronadores de absurdos?; contra los editores, por los que se sent¨ªa enga?ado, y contra las ?mujeres?, una especialidad suya (lleg¨® a lanzar por la escalera a una vecina que merodeaba tras ¨¦l con excesiva curiosidad; por lo menos eso es lo que ella afirmaba). En el caf¨¦ Greco de Roma los artistas que all¨ª se congregaban trataron de impedirle la entrada porque ya no soportaban m¨¢s su constante rega?ar y sus aires de sabiondo. En su habitaci¨®n de Berl¨ªn, desenga?ado y agriado, golpeaba los muebles con el bast¨®n de paseo. Al pedirle explicaciones, refunfu?aba: ?Doy cita a mis esp¨ªritus?. Pero este duendecillo ten¨ªa sus momentos de ?mejor conciencia?, tal como ¨¦l se expresaba; con todo, quedaba siempre en ¨¦l una espina cuando no viv¨ªa a la altura de su inteligencia.
No obstante, acierta con su filosof¨ªa de la superaci¨®n de la voluntad ego¨ªsta o ansiosa de s¨ª misma. No hay otra salida. Tenemos que aprender a renunciar; tenemos que aprender ascesis. Hemos de mitigar la avidez. Tenemos que remar hacia atr¨¢s. Ah¨ª estar¨ªa el progreso que conviene a nuestra ¨¦poca. Y en este camino, la filosof¨ªa de Schopenhauer nos viene como anillo al dedo.
R¨¹diger Safranski, ensayista y bi¨®grafo alem¨¢n, es autor, entre otros t¨ªtulos, de Schopenhauer y los a?os salvajes de la filosof¨ªa (2008) y Romanticismo. Una odisea del esp¨ªritu alem¨¢n (2009), ambas obras publicadas por Tusquets Editores.
Traducci¨®n de Ra¨²l Gab¨¢s Pall¨¢s, ? Ra¨²l Gab¨¢s Pall¨¢s, 2010
R¨¹diger Safranski, ensayista y bi¨®grafo alem¨¢n, es autor, entre otros t¨ªtulos, de Schopenhauer y los a?os salvajes de la filosof¨ªa (2008) y Romanticismo. Una odisea del esp¨ªritu alem¨¢n (2009), ambas obras publicadas por Tusquets Editores. Traducci¨®n de Ra¨²l Gab¨¢s Pall¨¢s, ? Ra¨²l Gab¨¢s Pall¨¢s, 2010
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