Cuando Compostela subi¨® el tel¨®n
La actual Compostela, que habla gallego m¨¢s que ninguna urbe de Galicia, y que conserva ese esp¨ªritu del viejo Reino y de la antigua naci¨®n a la que aflu¨ªan los peregrinos de toda Europa, y que sirvi¨® de eje y camino para construir tambi¨¦n esa Europa de nuestros actuales dolores, ese Santiago, universal y cosmopolita, tambi¨¦n ten¨ªa vida propia fuera de los fastos europeos. La tuvo siempre, y no falt¨® tampoco en los oscuros a?os de la posguerra tard¨ªa, la que se arrastr¨® casi hasta los a?os sesenta.
El t¨ªtulo de este escrito es la reproducci¨®n literal del de un libro reci¨¦n publicado de Alejandra Juno (Cuando Compostela subi¨® el tel¨®n, Alvarellos Editora, Santiago, 2011) que me retrotrae por la v¨ªa del Teatro (Ditea) a aquellos tiempos de mi adolescencia y juventud primera en los que se fue reconstruyendo una ciudad rota, como todas, por el vac¨ªo moral y humano que dej¨® el alzamiento contra la Rep¨²blica y la posterior guerra civil, que se llev¨® por las cunetas, entre otros, a su alcalde del Partido Galeguista, ?ngel Casal, el editor de N¨®s.
La resistencia interior a la dictadura uni¨® a gentes que recomenzaban a entenderse
Un Santiago popular y culto, de oficios, curas y profesores, de feria, paisanos, m¨¦dicos, abogados, caballos, pulpo y vacas en Santa Susana, profundamente gallego y capitalino, con el ectoplasma de Diego Gelm¨ªrez en las revueltas de los callejones, a¨²n medieval en sus calles y barrios no tocados por el cambio, moderno en los tipos tur¨ªsticos que divert¨ªan a los chavales: yanquis de pel¨ªcula, con llamativas chaquetas de escandalosos dibujos, anch¨ªsimos pantalones, sombrero m¨¢s o menos tejano y una rara lengua que se llamaba ingl¨¦s, como fuimos sabiendo.
En este Santiago, una tropa mixta de gentes de diversa adscripci¨®n ideol¨®gica, pero de paz, en todo caso, con todas las limitaciones expresivas del momento, que los m¨¢s reacios a la cr¨ªtica ten¨ªan que asumir, en esta Compostela diversa, gentes no menos variadas crearon un teatro extraordinario, de nombre Ditea (Difusi¨®n del teatro aficionado). No fue una cosa m¨¢s: alrededor de Ditea se fue produciendo el pacto cultural de una ciudad tolerante que mezclaba a Calder¨®n en sus versiones m¨¢s sagradas con las ¨²ltimas vanguardias, cuando hab¨ªa permiso para ello, que pod¨ªa no ser f¨¢cil o ser sencillamente imposible.
La resistencia cultural interior ten¨ªa estas peculiaridades, como la de recuperar esa unidad ciudadana hacia la libertad entre gentes que recomenzaban a entenderse, en este caso por la v¨ªa teatral, pero en otros casos por caminos ins¨®litos pero que siempre iban siendo eficaces. Todo ello configuraba un escenario de salida del r¨¦gimen que ofrec¨ªa una cara m¨¢s amable que el escenario en el que est¨¢bamos acostumbrados a pensar. Dese¨¢bamos que todas esas cosas, en las que se trabajaba a gusto y con gente diversa, salieran bien, y Ditea sal¨ªa bien gracias al buen sentido, entre otros, de Agust¨ªn Mag¨¢n, o de los se?ores Reboredo, Vali?o, M¨ªguez, o Mariluz Villar y tantas otras y otros a los que trat¨¦ en aquellos tiempos ya lejanos pero que es necesario recordar para entender la historia grande y la peque?a de Galicia y sus relaciones con la realidad cultural, social o pol¨ªtica.
En este sentido, los que and¨¢bamos en la pol¨ªtica clandestina, entonces o m¨¢s tarde, lo hac¨ªamos desde alguna diferencia de criterios, a veces notable, con las direcciones exteriores de los grupos pol¨ªticos. La gente de fuera, el n¨²cleo del exilio o posterior, no acababa de tener una versi¨®n clara de lo que ocurr¨ªa dentro, pero ten¨ªa el mando pr¨¢cticamente absoluto. En el mundo cultural tambi¨¦n fue as¨ª. La misma din¨¢mica citada es posible que impidiera la reconstrucci¨®n, entonces, del galleguismo hist¨®rico, o que la derecha antifranquista se reorganizase o que la izquierda tuviese una visi¨®n m¨¢s realista de los hechos sociales y pol¨ªticos. No hay como andar en medio de los pucheros (Teresa de Jes¨²s) para saber de cocina.
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