No al maltrato por diversi¨®n
Las calles de Espa?a se han llenado en los ¨²ltimos meses de manifestaciones pidiendo m¨¢s y mejor democracia. Fundamentalmente se trata de reclamar desde la ciudadan¨ªa que se creen los mecanismos que nos permitan recuperar la participaci¨®n pol¨ªtica: ciudadanos pidiendo nuevas formas de hacer pol¨ªtica. Por cierto que en la historia de nuestra democracia, pocas decisiones se han tomado de manera m¨¢s democr¨¢tica que la prohibici¨®n de los toros en Catalu?a.
Todo comenz¨® con una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que alcanz¨® el Parlament gracias a las miles de firmas que la avalaban. En aquella ocasi¨®n, cosa que apenas ha ocurrido en nuestra joven democracia, la ILP pas¨® los obst¨¢culos burocr¨¢ticos y lleg¨® a discusi¨®n en el Pleno. Durante semanas, expertos a favor y en contra de las corridas de toros expusieron sus puntos de vista en sede parlamentaria de manera libre. Finalmente se produjo una votaci¨®n en la que incluso, de nuevo gesto extra?o en nuestra democracia, los partidos dejaron libertad de voto a sus diputados para que votasen de acuerdo con sus convicciones. El resultado es conocido: se prohibieron los toros en Catalu?a. Hoy es el d¨ªa en que aquella prohibici¨®n entra en vigor.
No cabe, por tanto, objeci¨®n alguna a una decisi¨®n tomada de manera radicalmente democr¨¢tica.
Para despedir la fiesta de los toros en Catalu?a, era de esperar que se organizase una corrida de gran repercusi¨®n, y que la Monumental estuviera llena hasta la bandera. Para ello trajeron un vez m¨¢s a Jos¨¦ Tom¨¢s. Sin duda un gesto para la galer¨ªa de los defensores de las corridas de toros, que ven c¨®mo la opini¨®n p¨²blica va dando la espalda a tan sangriento espect¨¢culo. Ojal¨¢ de verdad sean los ¨²ltimos toros que mueren en la Monumental.
Las costumbres sociales cambian, y los espa?oles est¨¢n dejando de disfrutar con la muerte de animales en un coso. El abandono de las plazas de toros por parte del p¨²blico es una realidad, consecuencia de un cambio progresivo pero imparable de los usos y costumbres de nuestra sociedad, que cada vez ve con mayor desagrado la utilizaci¨®n del sufrimiento animal para la simple diversi¨®n del personal. La defensa de las corridas de toros en base al argumento de la arraigada tradici¨®n se desmorona, al mismo tiempo que va cambiando nuestra realidad social. Algunas tradiciones se van perdiendo, y para bien, como aquella tan espa?ola de tirar una cabra desde el campanario de la iglesia para que el personal contemplase c¨®mo se estrellaba contra el pavimento.
Las filas de los defensores de los toros pretenden contrarrestar este abandono social con medidas pol¨ªticas como la declaraci¨®n en los parlamentos auton¨®micos de las corridas de toros como Bien de Inter¨¦s Cultural (BIC). De poco servir¨¢n, porque el flujo de gente saliendo de las plazas sigue creciendo cada d¨ªa. Otros, como EQUO, nos oponemos radicalmente a estas medidas, que tratan de alargar la vida de esa sangrienta diversi¨®n. Por cierto: ser¨ªa bonito ver en los parlamentos en los que esta propuesta se debate, que se organizasen debates abiertos tan completos y libres como el que en su d¨ªa se celebr¨® en el Parlamento catal¨¢n y que decidi¨® prohibir las corridas de toros. Pero no me imagino, por ejemplo, a Dolores de Cospedal invitando a los antitaurinos a debatir sobre el futuro de la fiesta en su territorio.
Al igual que otros espect¨¢culos en los que la diversi¨®n se busca maltratando a otro ser vivo, las corridas de toros tienen los d¨ªas contados. Pol¨ªticamente debe decidirse si ese proceso se alarga a trav¨¦s de costosas subvenciones p¨²blicas, como pretenden algunos partidos, o si definitivamente va desapareciendo de nuestro territorio, como demandamos otros.
Juan L¨®pez de Uralde es ecologista, fue director ejecutivo de Greenpeace Espa?a y en la actualidad lidera el partido pol¨ªtico EQUO.
Babelia
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