Las cicatrices de la guerra no son una met¨¢fora
Por Pablo Tosco. Hoy se celebra el D¨ªa Mundial del Refugiado.
En la imagen, Jeanette Longayale, con uno de sus 5 hijos. En abril de 2013 mataron a su marido en Daga, Rep¨²blica Centroafricana. Sali¨® huyendo a Chad. En esta zona del pa¨ªs hay m¨¢s de 60.000 refugiados.Pablo Tosco/Oxfam Interm¨®n
¡°Siempre hemos convivido sin problemas, fue este conflicto el que nos dividi¨® y lo destruy¨® todo¡±. Olga coge su bolsa de harina de mandioca y comienza a caminar por una calle de tierra que se hace cada vez m¨¢s peque?a hasta ser tragada por los matorrales.
Entre las hierbas de m¨¢s de medio metro que han ido creciendo, resisten paredes sin techos, ruinas de viviendas, como si las hubieran destruido a tarascones.
Olga recorre lo que fue su barrio hasta encontrar lo que fue su hogar. Recorre el pasillo de su casa, yendo de la habitaci¨®n al living. Como si hubiera algo que cuidar en medio de esos restos. Quita algunas hierbas que crecen en el v¨¦rtice de las paredes y arranca otras entre el cementerio de ladrillos que quedan por el suelo. Apoya su mano derecha en el marco que antes albergaba la puerta y mira de reojo hacia el techo que ahora es el cielo.
El 5 de diciembre de 2013, Olga comenz¨® a escuchar granadas y disparos, esper¨® que regresara su marido de trabajar en el mercado. Al llegar cogieron a sus tres hijos y huyeron corriendo.Mientras m¨¢s corr¨ªan, m¨¢s cerca se escuchaban los disparos, hasta que dej¨® de o¨ªr a su marido, estaba en el suelo con un disparo en la espalda. El miedo lo paraliza todo y el instinto surge como reflejo al que no se le pregunta porqu¨¦ hay que seguir corriendo, porque la ¨²nica opci¨®n es seguir. En la huida escuch¨® a muchas personas que dec¨ªan que el aeropuerto era el ¨²nico lugar seguro.
En diciembre de 2013 un conflicto pol¨ªtico militar estall¨® en la Rep¨²blica Centroafricana. El pa¨ªs del olvido, una tierra sin mar que es recorrida por las rutas trashumantes m¨¢s importantes de ?frica subsahariana. Tierras que, generaci¨®n tras generaci¨®n, enfrentaban a pastores con agricultores por el uso de las tierras cultivadas que se arrebatan para alimentar al ganado. Hoy confluyen aqu¨ª las arterias que arrastran la sangre de los conflictos m¨¢s cruentos de este contienen: Sudan del Sur, Congo, Uganda, Chad, Sudan.
Las milicias Seleka, que exig¨ªan el acceso a la gesti¨®n de los recursos naturales que generan riqueza, atravesaron el pa¨ªs desde el noreste, saqueando comunidades, ocupando minas de diamantes y pozos de petr¨®leo. Al llegar a Bangui, la capital, lo que comenz¨® como un enfrentamiento pol¨ªtico militar, donde la poblaci¨®n civil sufr¨ªa los da?os colaterales, devino en una persecuci¨®n religiosa hacia la comunidad cristiana. Instrumentalizado como un conflicto religioso cuando la lucha por los recursos naturales y el Gobierno del pa¨ªs no ten¨ªa otro credo que las ansias de poder.Surgen entonces los grupos de autodefensa en los barrios, llamados posteriormente Anti-Balaka. A corte de machete y escupitajos de ak 47, barrios enteros fueron arrasados. Vecinos ejecutados, casas saqueadas y destruidas, y la huida de aquellos que tuvieron algo que se aproxima a la ¡°fortuna¡±.
Cerca de medio mill¨®n de personas han perdido su vivienda. Casi 220.000 han huido del pa¨ªs desde el inicio de la violencia y el saldo de vidas perdidas asciende a m¨¢s de 6.000.
¡°Lo vimos por televisi¨®n, lo escuchamos en la radio, fuimos testigos de c¨®mo conflictos en pa¨ªses vecinos se convirtieron en masacres, miles de personas hu¨ªan de sus casas y terminaban viviendo en campos hacinados, sin agua y sin comida, personas que lo perdieron todo¡ hoy eso nos toca a nosotros¡±, relata Muriel mientras se acomoda su pa?uelo en la cabeza y se le llenan los ojos de l¨¢grimas. Lleva dos a?os viviendo en el campo de desplazados de la iglesia de Castor. Es el improvisado patio de una iglesia que alberga a m¨¢s de 2.500 personas en grandes carpas comunitarias. Muriel huy¨® con su familia cuando la milicia Seleka lleg¨® a su barrio y comenz¨® a golpear puerta por puerta buscando a los hombres. ¡°Los empujaban a palazos fuera de la casa, los pasaban por el machete, y los tiraban al pozo de agua. De aqu¨ª ya no podremos beber m¨¢s¡±. Muriel se para frente a los restos de su casa donde est¨¢ el pozo de agua y mira al infinito agujero negro donde aparecieron los cuerpos mutilados de varios vecinos. ¡°Antes viv¨ªamos en estrecha convivencia¡± recuerda Muriel, ¡°vend¨ªa ropa casa por casa y a mis clientes no le preguntaba por su religi¨®n¡±.
Todas las atrocidades posteriores han creado una grieta dif¨ªcil de reparar y donde la reconciliaci¨®n todav¨ªa ni se plantea. Cada carpa alberga unas 50 personas, dentro de ellas solo encuentras colchones y ropa, una marmita para cocinar, otro mortero para moler alimentos y alguna pelota de futbol que alg¨²n ni?o abandon¨® en un rinc¨®n oscuro.Las condiciones de vida en estos asentamientos es de una vulnerabilidad extrema. El hacinamiento y la falta de recursos sanitarios amenazan la salud de estas personas. Oxfam ha instalado tanques de agua y letrinas, y promovido acciones que garantizan la higiene y evitan que se propaguen las enfermedades.Durante el d¨ªa el campo se vac¨ªa, las personas salen a buscarse la vida a la ciudad a riesgo de no regresar.
Las cicatrices de la guerra no son una met¨¢fora, son las secuelas de las matanzas, es el desplazamiento, es el hambre.
Poniendo en riesgo su vida, Muriel regresa de vez en cuando a las ruinas de lo que fue su casa con la ilusi¨®n de alg¨²n d¨ªa devolverle las partes que le han mutilado: puertas, techos y ventanas. ¡°Por seguridad no podemos salir de este campo, es una prisi¨®n al aire libre, y nuestro barrio est¨¢ aqu¨ª al lado¡±.
Una mesita con 5 bolsitas de harina de mandioca resisten en la calle fantasma: ¡°Este es el mercado que queda en el barrio¡±, dice Muriel retomando la calle custodiada por tanques de la Minusca (Misi¨®n de Naciones Unidas para la Rep¨²blica Centroafricana) donde al final aparece la c¨²pula de la iglesia rodeada de lonas blancas.
Sobrevivir donde la vida fue pr¨¢cticamente imposible. Muriel se sienta en su colch¨®n sobre el suelo, acomoda su mosquitera mientras aun resisten las ¨²ltimas l¨¢mparas de queroseno. Sobre las lonas las figuras que se forman le recuerdan las im¨¢genes de la historia de esta parte de ?frica, de genocidios y refugiados, y ella se siente solo una sombra de lo que fue.
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