El r¨¦gimen del 78
Nos encontramos ante la m¨¢s seria amenaza contra la democracia desde que se aprob¨® la Constituci¨®n
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Si la justicia no es fuerte es preciso que la fuerza sea justa (Fenelon)
Esta cita ya cl¨¢sica del pensador franc¨¦s me ha acompa?ado desde temprana edad en mis reflexiones pol¨ªticas, gracias a la insistencia que de ella hac¨ªa mi amigo, y maestro en tantas cosas, Gregorio Peces Barba, uno de los padres de la Constituci¨®n de 1978, presidente de las Cortes durante la Transici¨®n y cuyo pedigr¨ª democr¨¢tico y socialista le sit¨²an, como dicen los castizos, fuera de toda sospecha. La alusi¨®n a la fuerza justa viene a cuento, por desgracia, ante el terremoto institucional, c¨ªvico y pol¨ªtico que se ha desatado en Catalu?a. Los tintes churriguerescos y bananeros que el presidente Puigdemont y su banda de los cuatro han impreso en la pol¨ªtica del antiguo Principado, amenazan ahora con convertir el vodevil en tragedia, como sucede a menudo en los carnavales de R¨ªo de Janeiro. Porque ante lo que nos encontramos no es solo ante una declaraci¨®n de independencia de un territorio, sino ante la m¨¢s seria amenaza contra la democracia espa?ola desde que se aprobara la Constituci¨®n. M¨¢s seria a¨²n que la intentona golpista de 1981, o el terrorismo de ETA, pues el ataque proviene de una insurrecci¨®n civil, alentada, programada y azuzada desde las propias instituciones catalanas. Sedici¨®n, rebeli¨®n y traici¨®n son, al margen de las calificaciones penales, los verdaderos nombres que el diccionario aplica sin matices a la actitud de los cabecillas de este intento de incoar una revoluci¨®n bolivariana en pleno coraz¨®n de Europa.
Algunos piensan, tal vez con raz¨®n, que un Gobierno de salvaci¨®n nacional no es necesario ahora. Pero la democracia necesita ser salvada
Traidor es, desde luego, Puigdemont, pero al Estatuto de Autonom¨ªa
y a la Constituci¨®n
Los partidos unidos en las medidas del art¨ªculo 155 deben unirse tambi¨¦n para implementarlas
El expresidente Artur Mas confes¨® recientemente en p¨²blico lo que tantos y tantos separatistas catalanes reconocen en privado, incluso despu¨¦s de la declaraci¨®n de ayer del Parlament: la independencia de Catalu?a, por mucho que la declaren y celebren, es imposible e impensable pues no hay ni habr¨¢ potencias exteriores que la reconozcan. Tambi¨¦n, y sobre todo, porque el Gobierno y los partidos democr¨¢ticos no lo permitir¨¢n. No se va a producir, pues, en ning¨²n caso y la consiguiente frustraci¨®n de los cientos de miles de catalanes dispuestos a ondear sus barretinas y esteladas en reclamo de una libertad de la que ya disfrutan como el resto de ciudadanos espa?oles, y que ellos mismos acaban de poner en peligro, puede hacer derivar la protesta hacia derroteros m¨¢s dram¨¢ticos y preocupantes.
La actitud de quienes el pasado jueves demandaban en las calles de Barcelona la excarcelaci¨®n de los ya famosos Jordis, trocando su ira contra el Estado espa?ol en protesta contra el ¡°traidor¡± Puigdemont, dado su falso amago de convocar elecciones, pone de relieve que la agitaci¨®n populista puesta en marcha por la Generalitat en connivencia con el anarquismo irredento se les hab¨ªa ido hace tiempo de las manos. Traidor es desde luego Puigdemont, pero al Estatuto de Autonom¨ªa de Catalu?a y a la Constituci¨®n, de los que emanaba su poder leg¨ªtimo, aunque tambi¨¦n y sobre todo al sentido com¨²n y a la decencia requerida a cualquier gobernante que se precie. Era su obligaci¨®n tratar de unir a los ciudadanos en un proyecto com¨²n, no dividirlos y enfrentarlos entre s¨ª, provocando una apenas larvada confrontaci¨®n civil, de consecuencias desastrosas.
Pero con ser muy grave el desaf¨ªo independentista, no es ni siquiera el mayor de aquellos a los que se enfrentan hoy el Gobierno y los partidos democr¨¢ticos. El verdadero reto que no pueden permitirse perder es la amenaza evidente que, como consecuencia del proceso incoado, se cierne sobre la supervivencia de lo que ha dado en llamarse el r¨¦gimen del 78, gracias al cual los espa?oles han disfrutado de la m¨¢s prolongada etapa de libertad y el m¨¢s alto nivel de vida de su historia. Las pulsiones nacionalistas han funcionado como caldo de cultivo para la incitaci¨®n a la revuelta social y el auge del populismo, cimentados en el crecimiento de las desigualdades tras el estallido de la burbuja financiera hace una d¨¦cada. La irritaci¨®n popular por la corrupci¨®n pol¨ªtica, la escasez de empleo, y tantos otros problemas acuciantes en nuestra sociedad, por justificada que est¨¦, y lo est¨¢ mucho, acabar¨¢ troc¨¢ndose en decepci¨®n, cuando no en desespero, si los l¨ªderes sociales no son capaces de encauzar los deseos de cambio y las expectativas de mejora de los ciudadanos. Y la peor manera de hacerlo ha sido sucumbir a los cantos de sirena del nacionalismo como algunos connotados l¨ªderes de la izquierda han hecho.
En su pasi¨®n por derrumbar nuestra democracia reconocida en la Constituci¨®n de 1978, los representantes de movimientos antisistema, singularmente agrupados en Podemos, se rindieron a la tentaci¨®n del compadreo con los separatistas, provocando una fisura en sus propias filas. La socialdemocracia, por su parte, ¨²ltimamente m¨¢s obsesionada por los esl¨®ganes y el dominio del aparato sobre el partido que por ofrecer un proyecto coherente y posible para Espa?a, se ha perdido en la ambig¨¹edad que podr¨ªa conducirles a la irrelevancia, ambig¨¹edad solo corregida en el ¨²ltimo minuto.
El resultado de todo ello es un creciente fortalecimiento de la Espa?a profunda, un resurgir de la derecha espa?ola m¨¢s reaccionaria, que trata de adue?arse de la bandera y su significado, ante la ingenua y culpable anuencia de los sectores progresistas. Y al albur de los excesos y delitos cometidos en nombre de la naci¨®n catalana comienza a cundir la preocupaci¨®n por una deriva, tan anticonstitucional como aquella, tendente a lesionar o limitar la configuraci¨®n del Estado de las Autonom¨ªas, promoviendo una oleada de centralismo frente al federalismo que tantos reclaman como ¨²nica soluci¨®n democr¨¢tica y plausible para la organizaci¨®n territorial de nuestro pa¨ªs.
La alianza espuria entre los agitadores antisistema, la adinerada burgues¨ªa nacionalista y el movimiento okupa de Barcelona, no traer¨¢ la independencia a Catalu?a, pero hace peligrar el equilibrio de fuerzas en la democracia espa?ola. Sobre todo si la recuperaci¨®n de la legalidad constitucional y el mantenimiento en Catalu?a obligara finalmente al Gobierno al empleo leg¨ªtimo de la fuerza. La tarea que el Estado tiene por delante para resta?ar las heridas abiertas, modificar lo que sea necesario de nuestra Constituci¨®n, promover leyes que mejoren la igualdad social y acaben con la endogamia galopante de los partidos pol¨ªticos no la puede afrontar en solitario un Gobierno en minor¨ªa, incapaz incluso de aprobar los presupuestos, mientras la izquierda sigue sometida al narcisismo de sus l¨ªderes. Se ha destruido mucho del tejido social necesario para el sost¨¦n y desarrollo de nuestra democracia y quedan a?os de trabajo para recomponerlo. Los partidos constitucionalistas, unidos en la aprobaci¨®n por el Senado de las medidas extraordinarias del art¨ªculo 155, deben coaligarse tambi¨¦n para implementarlas. Algunos piensan, quiz¨¢s con raz¨®n, que un Gobierno de salvaci¨®n nacional no es necesario ni conveniente en estas circunstancias. En cualquier caso, la democracia hoy necesita ser salvada.
Juan Luis Cebri¨¢n es presidente de EL PA?S y miembro de la Real Academia Espa?ola
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