El b¨®lido de Tunguska
Durante muchos a?os, la explosi¨®n de Tunguska estuvo envuelta en el misterio, motivo por el cual, la imaginaci¨®n vendr¨ªa a suplir la ausencia del rigor cient¨ªfico. El escritor de ciencia-ficci¨®n Stanis?aw Lem contribuir¨ªa a ello

Un 30 de junio de 1908, a las 7 y 17 de la ma?ana, la inmensidad de una bola de fuego ilumin¨® las proximidades del r¨ªo Podkamennaya Tunguska, en la taiga siberiana. De seguido, la tierra comenz¨® a temblar y del r¨ªo se levantaron olas gigantes mientras los vientos sacud¨ªan las yurtas (caba?as t¨ªpicas) como si de un terremoto se tratara.
Para hacernos una idea del calibre del desastre, la energ¨ªa explosiva se consider¨® 185 veces m¨¢s fuerte que la bomba de Hiroshima. El gobierno zarista demostr¨® su inter¨¦s en presentar la cat¨¢strofe como si de una advertencia divina se tratara, un castigo celestial ante la sombra revolucionaria que se cern¨ªa sobre el pa¨ªs. No pod¨ªa ser menos. Cualquier suceso, por muy tremendo que sea, es utilizado siempre a favor de la clase dominante.
A?os despu¨¦s, en 1921, con la revoluci¨®n ya instalada y durante el gobierno de Lenin, el mineralogista ruso Leonid Kulik fue el encargado de dirigir la primera expedici¨®n para investigar lo sucedido. Pero las condiciones del terreno limitaron la investigaci¨®n y el equipo de Kulik tuvo que regresar sin haber alcanzado la zona de la explosi¨®n.
En 1927 se pondr¨ªa en marcha otra expedici¨®n, de nuevo, a las ¨®rdenes de Kulik. Esta vez los expedicionarios consiguieron llegar hasta la zona afectada, alcanzando el lugar donde las yurtas fueron abatidas y los ¨¢rboles arrancados de ra¨ªz. Los pocos que quedaron en pie lo hicieron desnudos de ramas, como postes de tel¨¦fono.
Llevados por un terror sobrenatural, los vecinos cre¨ªan que lo ocurrido era un castigo divino, una maldici¨®n del cielo que hab¨ªa derribado sus hogares, abatido los ¨¢rboles y matado animales
Al principio, los habitantes de la zona se mostraban reacios a hablar. Llevados por un terror sobrenatural, cre¨ªan que lo ocurrido era un castigo divino, una maldici¨®n del cielo que hab¨ªa derribado sus hogares, abatido los ¨¢rboles y matado animales. Cientos de renos resultaron muertos.
Aunque no se encontraron rastros, ni tampoco evidencia alguna del cr¨¢ter del impacto, se especul¨® con el efecto de un meteorito. Ante la ausencia de se?ales, Kulik reafirm¨® su hip¨®tesis apuntando que el meteorito de Tunguska nunca golpe¨® la tierra. Los renos muertos, las olas en el r¨ªo y los ¨¢rboles arrancados fueron el efecto del impacto en la atm¨®sfera; un estallido poderoso que arras¨® la zona.
Sin embargo, para la gente que hab¨ªa vivido el desastre todo aquello segu¨ªa envuelto en misterio, por lo cual, al no encontrar explicaci¨®n, la imaginaci¨®n vendr¨ªa a suplir la ausencia del rigor cient¨ªfico. Es m¨¢s, durante a?os se atribuy¨® la causa a un platillo volante que se estrell¨® contra la Tierra.
La versi¨®n de la nave alien¨ªgena estuvo vigente hasta hace poco. El escritor de ciencia ficci¨®n de origen polaco Stanis?aw Lem contribuir¨ªa a ello. Su obra Astronautas (Impedimenta) arranca con el desastre de Tunguska, por causa de ¡°una nave interplanetaria que hab¨ªa llegado a la Tierra tras un recorrido hiperb¨®lico desde las proximidades de la constelaci¨®n de la Ballena, y que al prepararse para aterrizar hab¨ªa empezado a dibujar una serie de elipses alrededor de nuestro planeta que se iban estrechando cada vez m¨¢s¡±, tal y como dej¨® escrito en el primer cap¨ªtulo, titulado El b¨®lido siberiano.
Pero a principios de los a?os 90 se despejaron las inc¨®gnitas. Seg¨²n dieron a conocer las autoridades rusas, un equipo de f¨ªsicos vino a explicar que se trataba de un meteorito, tal y como apunt¨® Kulik en su tiempo. Si no quedaron restos fue porque se destruy¨® a s¨ª mismo con un rayo generado desde el mismo meteorito. Porque cuando un objeto entra a alta velocidad en la atm¨®sfera, se calienta de tal modo que da comienzo la liberaci¨®n de electrones. De esta manera, al perder electrones va carg¨¢ndose positivamente, generando una diferencia de potencial que desata su energ¨ªa en forma de descarga el¨¦ctrica. Por eso no se encontraron restos. Tampoco cr¨¢ter de impacto. El meteorito se consumi¨® en la explosi¨®n provocada por ¨¦l mismo.
Con todo, el esclarecimiento no deja de hacernos sentir inseguros, pues, como sabemos, la probabilidad no es otra cosa que el grado de certeza de que un suceso ocurra, de tal manera que si ha sucedido una vez, podr¨¢ volver a suceder. Pero mientras los profetas despilfarran probabilidades, los cient¨ªficos estiman que meteoritos como el que arras¨® las proximidades del r¨ªo Podkamennaya Tunguska, pueden chocar con la Tierra una vez cada pocos siglos.
Con tal aclaraci¨®n, no tenemos de qu¨¦ preocuparnos, en todo caso se tendr¨ªan que preocupar las generaciones venideras. Es muy posible que mientras anden ocupados en cuadrar una lista de bodas en un programa de computadora, o en ahorrar para el ¨²ltimo modelo de utilitario, o de pr¨®tesis inteligente que dispare fotos s¨®lo con recibir la orden por boca de su due?o, una bola de fuego se aproxime hasta sus hogares. Es muy posible.
El hacha de piedra?es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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