La democracia impotente
Los proyectos totalitarios en Occidente forman parte del pasado, pero no convendr¨ªa bajar la guardia
Hace un siglo, y a pesar de que la Gran Guerra hab¨ªa terminado en 1918, Europa segu¨ªa inundada de sangre. Un torbellino de pura violencia recorr¨ªa impert¨¦rrito el continente, alimentado por la furia de destrucci¨®n que se inici¨® en los frentes, seguramente ya en 1912 con las primeras escaramuzas en los Balcanes. M¨¢s de cuatro millones de personas murieron en los conflictos de posguerra desde que el imperio alem¨¢n firm¨® el acuerdo de armisticio en un vag¨®n de tren en el bosque de Compi¨¨gne en noviembre de 1918 hasta que el Tratado de Lausana, en 1923, defini¨® las fronteras de la Turqu¨ªa moderna. Fueron muchas m¨¢s que la suma de v¨ªctimas mortales de Francia, Reino Unido, Francia y Estados Unidos durante la guerra. Entre los enfrentamientos que estallaron despu¨¦s los hubo para todos los gustos, entre ej¨¦rcitos nacionales de distintos pa¨ªses o guerras civiles o revoluciones, ya fueran sociales o cargadas de dinamita nacionalista.
Era tanta la violencia que los que fueron combatientes, o segu¨ªan si¨¦ndolo, la llevaban dentro. En muchos casos, no importaba ya la causa por la que luchaban ni las ideas que pudieran defender; peleaban y destru¨ªan y violaban y mataban por pura inercia. Uno de los veteranos que luch¨® en el ej¨¦rcito alem¨¢n y que se integr¨® despu¨¦s en los Freikorps, esos grupos irregulares de extrema derecha que tanta relevancia tendr¨ªan en Alemania m¨¢s adelante, lo explic¨® as¨ª en sus memorias: ¡°Cuando nos dec¨ªan que la guerra hab¨ªa terminado nos re¨ªamos, porque nosotros ¨¦ramos la guerra¡±. Tambi¨¦n se normaliz¨® la utilizaci¨®n del terror dentro de los aparatos de Estado, ya no solo como represalias o reacciones irracionales, sino como una estrategia para derrotar a sus enemigos. Los bolcheviques se sirvieron del terror para realizar ¡°operaciones quir¨²rgicas contra quienes eran percibidos como enemigos de clase¡± y como ¡°factor de disuasi¨®n para los enemigos potenciales¡±.
Los textos entrecomillados proceden de Los vencidos, el libro donde el historiador Robert Gerwarth cuenta por qu¨¦ la Primera Guerra Mundial no concluy¨® del todo cuando los pa¨ªses derrotados fueron solicitando el armisticio. Los procesos de radicalizaci¨®n tras el conflicto, ya fueran a izquierda o a derecha, llegaron en 1923 incluso a Espa?a, que no hab¨ªa participado en la guerra, con la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. En Italia, ¡°entre 1919 y 1922, una sucesi¨®n de cinco Gobiernos, sostenidos por mayor¨ªas inestables, exacerb¨® la crisis del r¨¦gimen parlamentario, y dio credibilidad a la propaganda fascista y antidemocr¨¢tica que afirmaba que ¡®el siglo de la democracia se ha acabado¡¯, al confirmar la incapacidad del Estado para mantener el orden¡±. ?Qu¨¦ ocurri¨®? Vino Mussolini, con sus fascios de combate bajo el brazo, y liquid¨® el entuerto.
Menos mal que fueron asuntos que ocurrieron hace cien a?os. Los proyectos totalitarios en las democracias occidentales forman parte del pasado, o eso quieren creer los que no ven violencia por ninguna parte (o que consideran irrelevante la que se produce en algunos episodios aislados). Frente al fan¨¢tico de los Freikorps, la mayor¨ªa de los europeos podr¨ªa decir hoy que somos la paz. Las democracias son, sin embargo, tan fr¨¢giles que no convendr¨ªa bajar la guardia. Y hoy, en el D¨ªa de la Constituci¨®n, nunca est¨¢ de m¨¢s volver a recordarlo.
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