La tragedia del rey Boris
Los avatares del monasterio de Rila, s¨ªmbolo de Bulgaria, en una visita que incluye reliquias y ecos del nazismo
Las l¨ªneas a¨¦reas baratas han comenzado a volar a Bulgaria, que empieza a ser descubierta como destino tur¨ªstico. Con playas de arena en el mar Negro, nieve asegurada en sus estaciones de esqu¨ª, bonitas ciudades como Sof¨ªa o Plovdiv, buena comida y precios muy asequibles, nos est¨¢ llamando.
Una de sus joyas son sus monasterios. Y el principal es el de Rila, un lugar ¨²nico, de enorme belleza, al pie de las monta?as del mismo nombre, que cuentan con el pico m¨¢s alto de los Balcanes, el Musala, de 2.925 metros. Desde Sof¨ªa, a unos 125 kil¨®metros, se tarda poco menos de dos horas en coche (el viaje en autob¨²s es m¨¢s azaroso), dependiendo del tr¨¢fico y, entre octubre y marzo, de la nieve. Abandonada la autov¨ªa, a¨²n queda un rato por una carretera que asciende entre curvas y monta?as boscosas casi verticales. Ese recorrido por una naturaleza silenciosa y profunda nos prepara para la meta, el monasterio, centro de peregrinaci¨®n que sintetiza la historia b¨²lgara.
La puerta Dupnitsa, con sus pinturas, nos da una pista de lo que aguarda al traspasarla: un estallido de color
Lo fund¨® en el siglo X san Juan de Rila, quien, harto de la inmoralidad de su ¨¦poca, vivi¨® sucesivamente en el hueco de un ¨¢rbol, en una cueva y sobre una roca. Destruido por los turcos siglos despu¨¦s, se restaur¨® con donaciones de la Iglesia ortodoxa rusa. Convertido en un refugio donde los monjes conservaron la lengua, la cultura y la identidad b¨²lgaras, un incendio que quem¨® ¡°hasta las cucharas de madera¡± lo devast¨® en 1833. El s¨ªmbolo nacional se reconstruy¨® de nuevo, con aportaciones de todos los b¨²lgaros. Desde fuera, salvo por las ventanas, parece una fortaleza de gruesos muros de m¨¢s de 20 metros de altura. La puerta Dupnitsa, con sus pinturas, nos da una pista de lo que aguarda al traspasarla: la sobriedad exterior es sustituida por un estallido de color, con arquer¨ªas y muros con franjas rojas, blancas y negras. Aparte de la iglesia de la Natividad, el patio lo domina la torre de Hrelyo, del siglo XIV. A ese colorido se a?aden el amarillo de alguna de las torres del templo y, por supuesto, los frescos de su p¨®rtico.
Los pintores m¨¢s famosos del Resurgimiento B¨²lgaro, el despertar nacional del XIX, como Zahari Zograf, de la escuela de Samokov, trabajaron all¨ª. El que muy raramente firmaran nos retrotrae a la ¨¦poca medieval, lo que casa bien con la tem¨¢tica de los frescos, llenos de m¨¢rtires guerreros, de santos vestidos y de pecadores desnudos a los que demonios rojos y negros arrastran con cuerdas y cadenas, golpean con mazas y torturan de diversas maneras. Uno podr¨ªa pasarse horas fij¨¢ndose en los detalles. Arriba, los santos y la gloria, de brillantes colores, y abajo, el infierno, oscuro. El arc¨¢ngel San Miguel se dispone a pasar por la espada a un rico. M¨¢s all¨¢, a un condenado le salen culebras por la boca.
En el interior de la iglesia, con l¨¢mparas colgantes normalmente apagadas y escasa luz natural, entre techos y paredes pintadas, se halla la sencilla tumba de Boris III, el rey supuestamente envenenado por los nazis tras negarse a entregar a los jud¨ªos b¨²lgaros, y el imponente iconostasio, junto al que, en un arca de plata tapada por un manto, se guarda la mano izquierda de san Juan de Rila. Seg¨²n el libro que compro all¨ª, de sus restos se desprende todav¨ªa hoy ¡°un maravilloso aroma¡±. En las pinturas es reconocible por su barba blanca y su aureola plateada.
Visito el Museo del Tesoro, en el que hay desde iconos medievales hasta imprentas, libros, casullas, tapices o armas de los guardas del monasterio, que a lo largo de los siglos hubieron de defenderlo de los bandoleros: pistolas, escopetas, sables, un mosquete espa?ol de dos metros de largo¡ La pieza m¨¢s famosa es la Cruz de Rafael, de madera, llamada as¨ª por el monje que la tall¨® con un virtuosismo impresionante. En sus 36 escenas b¨ªblicas y 600 figuras humanas se dej¨® 12 a?os y la vista.
Al salir, vagabundeo por el patio, admirando el colorido y las monta?as que guardan el valle. Frente a la cocina veo la maqueta del monasterio, con el r¨ªo, las monta?as cortadas como con un hacha y la cercana estaci¨®n de esqu¨ª. Subo por una escalera de madera a la galer¨ªa del segundo piso. Aparece un monje vestido de negro que me dice algo. Imagino que me est¨¢ reprendiendo y corro al claustro como ovejita traviesa que vuelve al redil.
Una de las alas del monasterio es una hospeder¨ªa. De m¨®dicos precios y sobrias habitaciones, para dormir en pareja hay que demostrar que se est¨¢ casado. Antes de salir, deseando que la vida me ofrezca la oportunidad de dormir alguna vez en una de ellas, me vuelvo. Me llega un delicioso aroma, qui¨¦n sabe si de las monta?as o de las reliquias de san Juan de Rila. En el patio se ha echado un perro negro. No es un perro especialmente bonito, pero all¨ª, sobre la nieve blanca, reci¨¦n ca¨ªda, suave como el algod¨®n, con un fondo de frescos, columnas, arcos pintados con franjas y galer¨ªas de madera, se convierte en una imagen sugerente llena de misterio. Eso es lo que tienen los lugares como Rila: lo realzan todo, y uno siente como una bofetada, la bofetada de la belleza de la vida.
Mart¨ªn Casariego es autor de la novela Como los p¨¢jaros aman el aire (Siruela).
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