D¨ªas de vino y flores en Santiago
De la plaza del Obradoiro al mercado de abastos, monumentos, rincones especiales y una gastronom¨ªa de lujo
Con Roma y Jerusal¨¦n, Santiago de Compostela forma una especie de Sant¨ªsima Trinidad cristiana. Su historia arranca en 817, cuando un eremita, Paio, vio unas luces en el lugar en el que se encontrar¨ªa el supuesto sepulcro del ap¨®stol Santiago. Y de aquellas luces, estos siglos de historia y peregrinaciones.
Obligado es visitar la plaza del Obradoiro, ¡°obra de oro¡± o ¡°lugar de obra¡±. Los estilos rom¨¢nico, renacentista, plateresco, barroco, neocl¨¢sico se conjugan en armon¨ªa, la armon¨ªa que da la piedra (aunque seg¨²n Torrente Ballester se debe ¡°quiz¨¢s al milagro de la lluvia, que lo unifica todo¡±; pero esa armon¨ªa existe incluso en los d¨ªas despejados). Hay un rinc¨®n, entre el parador y el Ayuntamiento, desde el que se disfruta de toda la plaza, quedando a la espalda la iglesia de San Fructuoso, con las cuatro esculturas de las virtudes, y m¨¢s all¨¢, parques y monte. All¨ª me preparo para lo que me aguarda: nobles edificios civiles y religiosos, jardines, ¨¢rboles y flores; solo faltan los bares y terrazas. Los hay en la plaza de la Quintana, en la que, en el monasterio de San Paio de Antealtares, leo una placa: ¡°A los h¨¦roes del Batall¨®n Literario de 1808¡±.
En Casa Felisa me tomo un menc¨ªa de la Ribeira Sacra viendo un impresionante camelio de m¨¢s de tres siglos
Imbuido de su heroico esp¨ªritu, salgo de la plaza por la escalinata, paso por la R¨²a da Troya, me encuentro con la iglesia de San Marti?o y su gran portada barroca, y llego a la R¨²a da Porta da Pena. En los n¨²meros 5 y 17 se ubican Casa Felisa y el hotel Costa Vella. No busco hospedaje, sino terrazas con jard¨ªn, las m¨¢s bonitas del casco hist¨®rico. En Casa Felisa me tomo un menc¨ªa de la Ribeira Sacra viendo un impresionante camelio de m¨¢s de tres siglos con flores rosas y blancas. ?Qu¨¦ buen descanso para cualquier peregrino! Camino 40 metros y llego al Costa Vella, donde me dan la bienvenida plantas y flores, y unas botas de peregrino reconvertidas en macetas. Es otro rinc¨®n precioso, con muros de piedra y vegetaci¨®n exuberante, incluyendo un limonero lleno de limones y un espectacular magnolio. Al fondo se eleva la torre de la iglesia de San Francisco. Me agencio un peri¨®dico, por 1,40 euros me traen un caf¨¦ con leche y un bizcochito, y leo un rato, disfrutando del rumor de la fuente.
Convencido de la hermosura del mundo, vuelvo sobre mis pasos. En la plaza de Cervantes me atrae un irresistible olor, dejo de ser un h¨¦roe del Batall¨®n Literario y me convierto en sabueso. Llego a O Graneiro de Amelia, una coqueta tienda donde venden a granel legumbres, especias, frutos secos¡ Una fiesta para el olfato y la vista: harina de ma¨ªz amarillo, lenteja pelada roja, c¨²rcuma molida, pimienta rosa, piment¨®n de La Vera y de Murcia¡
Ya pensando en comer, peregrino al mercado de abastos, famoso por sus puestos de carnes, mariscos, pescados, verduras¡, pura Galicia. En Abastos 2.0, una peque?a y bonita taberna de cocina de mercado moderna (hab¨ªa pensado poner ¡°de autor¡±, pero esa expresi¨®n me molesta a¨²n m¨¢s que la rima de ¡°taberna¡± y ¡°moderna¡±), con una barra larga con taburetes, tomo pulpo con patatas y un huevo que tiene su trabajo: se calienta durante hora y media a 62,3 grados cent¨ªgrados (a m¨¢s de 65 se cuajar¨ªa) y se a?aden migas de pan, virutas de chorizo y espuma de patata. Hay que estallar la yema, revolverlo y zamp¨¢rselo. Esto ¨²ltimo se hace en dos minutos.
Patio plateresco
Sigo mi callejeo entre casas y palacios con fachadas de piedra, paramentos encalados, galer¨ªas acristaladas, calles estrechas. Se suceden hostales, hospeder¨ªas, restaurantes, helader¨ªas, a veces de moderno dise?o interior sin perder el sabor antiguo. Llego a la calle Rai?a, con bares en ambas aceras. Como es estrecha, las terrazas se turnan: un d¨ªa la ocupan los de la derecha; el siguiente, los de la izquierda, como si fuera la alternancia victoriana de tories y whigs. Cae otro menc¨ªa. Al lado est¨¢ el palacio de Fonseca, primera sede de la Universidad de Santiago, con un patio plateresco adornado con setos de mirto y grandes arbustos de azaleas en flor, y la R¨²a do Franco. Este nombre nos lleva al Camino de Santiago, o al Par¨ªs-Dakkar, a?eja tradici¨®n compostelana que consiste en empezar en el bar Par¨ªs y acabar en el Dakkar, tomando un ribeiro en las tabernas intermedias, unas 30. No me atrevo a tanto, y hago el trayecto sin parar, hasta llegar a la plaza do Toural, y entro en el vecino Pataca, famoso por sus patatas guisadas. No ha cambiado desde 1949: ¡°Jaula nueva, p¨¢jaro muerto¡±, dec¨ªa su due?o. Pruebo sus afamadas patatas, acompa?adas por un menc¨ªa. En el ba?o, junto al retrete, hay un bid¨¦ con un paquete de pa?ales, y al lado del lavabo, un plato de ducha con su cortinilla. Me asalta una duda. ?He entrado por error en la casa del vecino?
Salgo sin saber si tal visi¨®n se debe al vino. Al pasar de nuevo ante el pazo de Fonseca, tarareo ¡°triste y sola,?/ sola se queda Fonseca,?/ triste y llorosa?/ queda la universidad?/ y los libros¡ Mientras me voy cantando, pido al lector indulgencia. Han sido tres vinos, y menc¨ªa, nombre femenino, significa precisamente eso: la indulgente. No te acuerdas cuando te dec¨ªa?/ a la p¨¢lida luz de la luna...
Mart¨ªn Casariego es autor de la novela Como los p¨¢jaros aman el aire (Siruela).
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