¡®Trist¨¢n¡¯ el dinosaurio te saluda en Berl¨ªn
El frenes¨ª constructor y reconstructor no cesa en la capital alemana. De los restos del Muro al Museo de Ciencias Naturales, un paseo divertido
Berl¨ªn no es ni fea ni bonita. Es otra cosa: apabullante. Si en los cuadros de Caspar David Friedrich es la naturaleza la que se sobrepone al hombre, aqu¨ª es la ciudad la que le sobrepasa. En Alexanderplatz se alza la Torre de la Televisi¨®n. Desde arriba ¡ªtiene una altura de 368 metros¡ª se tiene la mejor vista de la capital alemana (con permiso de las de la c¨²pula del Reichstag, la catedral o la Columna de la Victoria), posada en una gran llanura. Pero cuando bajas, la ciudad te domina.
Las gr¨²as est¨¢n en todas partes, se levantan nuevos edificios, se arreglan otros, se agranda la red de metro y, pese a todo, sigue habiendo en el centro solares vac¨ªos y edificios abandonados. En uno de sus cines de verano, en el de Volkspark Friedrichshain, vi Uno, dos, tres, la comedia de 1962 de Billy Wilder. Aparte de re¨ªrme, me sirvi¨® para ver c¨®mo estaba Berl¨ªn en 1961: tan devastada por la Segunda Guerra Mundial que ni el frenes¨ª constructor de las ¨²ltimas d¨¦cadas ha cerrado todas las heridas (un frenes¨ª del que no se salvan ni los museos: el de P¨¦rgamo, el m¨¢s visitado de la ciudad, acabar¨¢ su remodelaci¨®n en 2023, aunque mientras tanto est¨¢ abierto parcialmente). Y como Alemania no se detiene, tras ese manual vivo de arquitectura moderna que es Potsdamer Platz, es previsible que le llegue el turno a Alexanderplatz.
Galer¨ªas, caf¨¦s y grafitis
Planes no faltan. Cines modernos en el Sony Center, tiendas impresionantes (como los ya cl¨¢sicos almacenes ?KaDeWe o las galer¨ªas ?Lafayette, concebidas por el arquitecto Jean Nouvel), restaurantes, teatros, museos donde ver el busto de Nefertiti o la Puerta de Ishtar, los restos del Muro llenos de grafitis en East Side Gallery, algunos tan ic¨®nicos como el coche Trabant que lo rompe o el beso de Honecker y Br¨¦znev. Y m¨¢s opciones: el Checkpoint Charlie, galer¨ªas de arte, caf¨¦s, parques, el se?orial paseo Unter den Linden ¡ªque arranca en la Puerta de Brandeburgo y que tampoco escapa de los andamios y las gr¨²as¡ª, los monumentos y las placas en homenaje a los jud¨ªos, las l¨ªneas de adoquines que se?alan discretamente por d¨®nde transcurr¨ªa el Muro, los patios de viviendas conectados, las bicicletas, lagos, piscinas, espacios para hacer ejercicio, los barcos y los paseos por el r¨ªo Spree¡ En Berl¨ªn es f¨¢cil no aburrirse e imposible dar cuenta de todo.
La dualidad construcci¨®n/destrucci¨®n y esa sensaci¨®n de insignificancia ante las enormes distancias en la ciudad y la escala de plazas y calles me hacen verla como un di¨¢logo entre la vida y la muerte. Un paradigma perfecto de esa dualidad lo formar¨ªan el zoo, con sus animales vivos aunque presos, y el Museo de Historia Natural de Berl¨ªn, con los muertos.
Entre animales
En el zoo, en un extremo del parque urbano Tiergarten y cerca de la Kudamm, la calle se?era de Berl¨ªn Oeste, sonr¨ªo al ver el desparpajo de un oso panda tumbado a la bartola en la rama de un ¨¢rbol; veo elefantes que andan majestuosamente y se echan arena con la trompa; observo a un rinoceronte, inm¨®vil y cubierto por agua cenagosa, a apenas dos metros de la valla, y me entretengo con un oso polar que sube por las rocas, se mueve de aqu¨ª para all¨¢, se zambulle en el agua. Un macaco pone el trasero en pompa para que un cong¨¦nere le despioje: los monos rara vez defraudan. En su casa, los hipop¨®tamos abren sus fauces y bucean ¡ªse les puede ver a trav¨¦s del cristal que hace de pared¡ª como en c¨¢mara lenta. En la cara opuesta, en el Museo de Ciencias Naturales, nada m¨¢s entrar te dan la bienvenida unos inmensos esqueletos de dinosaurios. La cabeza de Trist¨¢n, un tiranosaurio, impresiona como la de Einstein, aunque de otra manera. Animales disecados, alguno extinguido, como el lobo de Tasmania; meteoritos, un jaguar saltando para cazar un loro¡ Disfruto como un ni?o. En una sala repleta de frascos con animales en formol prometo no decir jam¨¢s a una dama que se conserva de esa forma. La comunicaci¨®n entre el Zoologischer Garten y el Museum f¨¹r Naturkunde, el trasvase de vida y muerte, lo ejemplifica Bobby, el gorila disecado que vivo, aunque no libre, estaba en el zoo y muerto en el museo. Una biograf¨ªa realmente triste.
Una llanura para pasear
Citaba al principio a Caspar David Friedrich. El Altes Museum tiene en su colecci¨®n permanente El ¨¢rbol solitario (1822), del pintor rom¨¢ntico alem¨¢n, y recientemente expuso en una muestra temporal algunos de sus mejores cuadros, en el marco de la exhibici¨®n Wanderlust. De Caspar David Friedrich a Auguste Renoir, sobre el senderismo en el siglo XIX. Berl¨ªn es tambi¨¦n, por su llanura y amplitud, una excelente ciudad para pasear. Camino por el Tiergarten, su gran pulm¨®n verde, hacia la Columna de la Victoria, donde se reun¨ªan los ¨¢ngeles de la pel¨ªcula El cielo sobre Berl¨ªn (1987), de Wim Wenders. El Tiergarten duda entre ser un bosque amaestrado o un jard¨ªn asilvestrado, algo que lo acerca a un zoo que se debate tambi¨¦n entre lo dom¨¦stico y lo salvaje. Y viene a mi cabeza una imagen que lleva d¨ªas intrig¨¢ndome: viendo los hipop¨®tamos, se me ocurri¨® darme la vuelta y mirar a los que miraban. Me encontr¨¦ con un universo Pixar de ni?os y adultos con cara embobada y expresi¨®n de felicidad, bocas abiertas, sonrisas. Fascinados por la aparente bondad de los hipop¨®tamos, ignorantes de que son los animales que m¨¢s muertes humanas causan en ?frica (sin contar el propio ser humano y los mosquitos), por delante del cocodrilo, el le¨®n o la mamba negra que tanto le gusta a Tarantino.
Abandono Berl¨ªn pregunt¨¢ndome por el significado de esa inquietante imagen. ?Somos est¨²pidos? ?Falsos? ?Buen¨ªsimos, en el fondo? ?Bipolares? Y aterrizo en el aeropuerto de Barajas igual de confundido. Bueno, un viaje no tiene que dar ninguna respuesta. Bastante es que plantee alguna pregunta.
Mart¨ªn Casariego es autor de ¡®Con las suelas al viento¡¯ (editorial La L¨ªnea del Horizonte).
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