Por un camino de agua y roca
El valle del r¨ªo Mesa, en el v¨¦rtice de Guadalajara, Soria y Zaragoza, articula una distendida ruta que sortea desfiladeros, vegas, ermitas y castillos hasta las bellas cascadas del Monasterio de Piedra
Que levante la mano quien, conduciendo por carreteras secundarias, no haya tenido alguna una vez la sensaci¨®n algo agobiante de que, con las prisas por llegar adonde fuese, se dejaba lo mejor por el camino. Sitios con buen¨ªsima pinta que no se detuvo a ver con calma, jur¨¢ndose volver cuando llegase por fin esa dichosa calma¡, y casi nunca cumpli¨¦ndolo. Un poco como la vida precovid: las prisas por pura inercia, las listas interminables de cosas por hacer y por probar y por ver, la conciencia intermitente de dejarse en la cuneta muchas otras, igual de buenas o mejores. A lo mejor este segundo verano medio raro y pand¨¦mico es buen momento para arrimarse al arc¨¦n, parar el motor y echarse a andar. Basta con pillar un desv¨ªo de la autopista o salirse de las colas de embarque y los controles en el aeropuerto.
La carreterita comarcal que recorre el breve valle del r¨ªo Mesa, a caballo entre Soria, Guadalajara y Zaragoza, es como una cinta posada en el paisaje que podr¨ªa llevarse una r¨¢faga de viento. Y un buen ejemplo de que viajar no tiene por qu¨¦ ser sin¨®nimo de irse muy lejos. Yo lo explor¨¦ el a?o pasado, cuando empezaron a aflojarse las reglas del primer par¨®n total, y desde entonces he vuelto a menudo y sin prisas. Un paisaje humilde pero noble; fr¨¢gil aunque duro, lleno de matices para quien se detenga a distinguirlos. El Mesa vierte por el Jal¨®n al Ebro y por este al Mediterr¨¢neo, y resulta a ratos aragon¨¦s y morisco en sus huertas bien tendidas, sus vegas de frutales bien podados y de nogales y chopos muy antiguos, con su sistema laber¨ªntico de acequias, cauces, azudes y viejos molinos que seguramente fue trazado hace m¨¢s de mil a?os y sigue llevando agua y vida desde entonces a todo el valle. A ratos, en cambio, se vuelve m¨¢s castellano, del lado de Soria, con sabinares y p¨¢ramos con pinta de haber visto pasar al Cid (por lo menos), con los castillos roqueros arruinados que vigilaban este pedazo de tierra disputada por dos reinos, con pozas y cascadas donde darse un ba?o g¨¦lido y solitario en pleno agosto. Y ostenta el sobrio se?or¨ªo, valga la redundancia, del Se?or¨ªo de Molina, que ya no es exactamente parte de la Alcarria y que desde su imponente recinto amurallado ejerci¨® durante siglos la jurisdicci¨®n sobre el valle. Con raz¨®n dec¨ªan los vecinos de sus pueblos que en alguno de sus rincones los gobernadores de Arag¨®n y de ambas Castillas podr¨ªan sentarse a una mesa triangular para almorzar sin salir de sus dominios.
El r¨ªo Mesa nace sin aspavientos en el municipio de Selas, en Guadalajara, y ya tira por despoblado, entre parameras y choperas, hasta Mochales, un estupendo sitio para echarse a andar. Por aqu¨ª el paisaje cambia de golpe; el r¨ªo forma un vado y atraviesa limp¨ªsimo el pueblo, que parece salido de un dibujo de infancia. Tiene Ayuntamiento con buen reloj en la plaza, y buena iglesia y buenas casas; y sobre todo buena vega y mejores huertas que lo refrescan en pleno verano, aunque es en la primavera atrasada de por aqu¨ª cuando lucen mejor sus hileras de cerezos injertados y podados durante generaciones.
Aparece ya uno de los primeros peirones de la ruta, t¨ªpicos de Arag¨®n y las tierras de Molina: pilares de piedra que demarcaban la entrada y salida de los pueblos y orientaban a los caminantes perdidos en la nieve, coronados por hornacinas con v¨ªrgenes o santos de azulejo y cruces de hierro torcido, si es que resisten.
Desde Mochales se puede uno lanzar r¨ªo arriba a una caminata de las de monte y culebra, siempre sombreada, donde aparte de gorro lo que necesitaremos es buen calzado para vadear el r¨ªo m¨¢s de 10 veces siguiendo el camino que va dejando atr¨¢s antiguas huertas de nogales inmensos que ya nadie varea en oto?o. La parte m¨¢s bonita y m¨¢s salvaje empieza a partir del Tormo Melero, una inmensa piedra con aires de t¨®tem colosal plantada en mitad de una de las ¨²ltimas vaguadas, y que por el nombre deb¨ªa de ser abrigo perfecto para las abejas de colmenas reci¨¦n enjambradas. A partir de aqu¨ª el r¨ªo se encajona en un desfiladero con bosque de ribera de fresnos, sauces y arces de Montpellier, bosquetes de boj y madreselva, y remansos donde el agua transparente invita al chapoteo y remojo (de nadar, lo que se dice nadar, nada por ahora). De premio, al final, est¨¢ la bonita cascada y correspondiente poza truchera del Escaler¨®n, m¨¢s o menos espectaculares y profundas seg¨²n el caudal que lleve el r¨ªo en verano.
Es en total una marcha amena y descansada, por llano y a la sombra, y a la vuelta habr¨¢ fuerzas para desviarse un poco y ver de cerca la ermita de San Pascual Bail¨®n, sobre un peque?o otero, de vol¨²menes nobles, fuente abundante y prado arbolado para romer¨ªas antiguas o p¨ªcnics m¨¢s modernos. Mejor no pasar a la ida para evitar tentaciones de arrumbar la mochila antes de empezar.
Castillo a la vista
Entre Mochales y Villel de Mesa la vega se ensancha un poco y desde el coche se ve venir, ya de lejos, la buena factura de su castillo roquero, rojo y memorioso hasta en el nombre: el castillo de los Funes. Se entiende pronto que este es el pueblo importante del valle, y lo confirma la noble casa-palacio de los marqueses de Villel y su elegante portalada con columnas y blasones. La extravagancia de un a?adido neomorisco es una frivolidad que curiosamente no desentona, porque le da un aire rom¨¢ntico y porque muy morisco es, de nuevo, el sendero fresco y sombreado que lleva, entre huertas y grandes ¨¢lamos, hasta las pozas y saltos de agua del Pozo Galano, que honra su nombre y resulta fresco incluso en los d¨ªas de can¨ªcula.
Tambi¨¦n tiene cascada, y buena para ba?arse, Algar de Mesa, el pueblo siguiente. Es la de la Chorrera, y adorna una vega rica en manantiales: la Fuente Mar¨ªa, el Recuenco y el Navajo Nuevo. Hay viejas ermitas y peirones; una m¨¢s de las muchas Cuevas de la Mora, con leyenda incluida de hur¨ªes encantadas, que hay por toda esta tierra, y una carrasca milenaria impresionante que compensar¨¢ con su sombra a quien camine hasta ella.
A partir de aqu¨ª el r¨ªo y la carretera se encajonan en un primer tramo de los ca?ones y hoces que luego le dar¨¢n fama, ya en Arag¨®n, entre Calmarza y Jaraba. Nada de amenos huertos por aqu¨ª: voladizos de roca roja, buitreras blanquecinas y buitres sobrevolando la carreterita empozada en sombra durante gran parte del d¨ªa, hasta en pleno verano. Se les puede observar a placer con solo encostar el coche a un lado u otro de sus cunetas. Y de pronto cala la noci¨®n de un gran silencio y una sensaci¨®n de haberse internado en grandes soledades por un camino de los de ir¨¢s y no volver¨¢s.
Calmarza ya es aragonesa, y zaragozana para m¨¢s se?as: el caser¨ªo se amontona en un espol¨®n rocoso, aprovechando el respiro que se toma el r¨ªo entre tramos enca?onados. Tiene muy buena parroquia de trazas y c¨²pula barroca, que merece la visita si la pillamos abierta, y sobre todo muy buen bar para hacer parada t¨¦cnica de cerveza y bocadillo, y hasta para echar la tarde de tertulia, con mesas a la fresca y asomadas a las cascadas del Pozo Redondo, que forma el Mesa al dejarse caer y martillear durante siglos la piedra toba. Cerca tiene restos de caleras, los pozos de cal viva que algo de dinero trajeron al pueblo antiguamente, y viejos pajares y apriscos en las majadas que le quedan por encima. Y de nuevo, aprovechando al mil¨ªmetro cada palmo de tierra f¨¦rtil y cada gota de agua, huertas de primera que bordean los muchos senderos que salen y vuelven al pueblo. Seg¨²n el calor, la gana y la galbana de cada cual, se puede subir al mirador de los Buitres para hacerse una idea cabal y a vista de p¨¢jaro del tramo m¨¢s espectacular de las Hoces del Mesa, que llevan a Jaraba, r¨ªo abajo, o a recorrer a pie y en llano un tramo particu?larmente bonito de su cauce, sombreado por pinares y alisedas, cruzado por puentes precarios y bajo los farallones rocosos que, m¨¢s que verticales, parecen abalanzarse sobre el r¨ªo.
En el recodo m¨¢s abrupto se agarra a los paredones con u?as y dientes la f¨¢brica severa del santuario de Nuestra Se?ora de Jaraba, una especie de monte Athos ma?o y de secano, del mismo color y textura que los precipicios de los que cuelga. Es uno de tantos santuarios de leyendas visigodas anteriores a la ¨¦poca musulmana, con su oportuna aparici¨®n de la Virgen justo a tiempo para apuntalar la reconquista cristiana.
Visto desde abajo resulta a la vez s¨®lido y precario, imaginativo y adusto, como si en el esfuerzo por ir a encaramarlo en semejante sitio quienes lo trazaron se hubiesen olvidado de darle ning¨²n adorno ni floritura de piedra. De ¨¢rboles o flores ya ni hablemos, porque por estos pe?ascales y riscos calcinados por el sol canicular y los fr¨ªos siberianos no prospera ya casi nada. Es el punto de salida para recorrer el barranco de la Hoz Seca, que alberga pinturas rupestres. Pero en pleno verano hay que elegir muy bien la hora para no caer redondos por el fondo del barranco, que hace honor a su nombre, y acabar como los otros montones de huesos mondos de ovejas y cabras que han pelado concienzudamente los buitres.
Un par de kil¨®metros r¨ªo abajo el plan cambia por completo al llegar a Jaraba, porque la villa es conocida desde los romanos por sus fuentes termales, abundantes y reparadoras. Luce hasta tres balnearios desde mediados del siglo XIX, y la verdad es que por aqu¨ª a ratos da la sensaci¨®n de que el tiempo se detuvo justo por aquellos a?os. No hay que esperarse los lujos y sofisticaciones de Vichy o Baden-Baden, pero s¨ª la textura y los resabios de los veraneos sensatos de la peque?a burgues¨ªa a la antigua, cuando tomar las aguas, curarse en reposo y echar la tarde paseando era un excelente plan de vacaciones. A m¨ª el que m¨¢s me gusta es el Ser¨®n, y aunque ahora mismo est¨¢ cerrado, bien puede pasearse por su parque frondoso a la orilla del r¨ªo hasta los de Sicilia (que reabre, en principio, el pr¨®ximo 30 de julio) y el de la Virgen, operativo desde marzo. Tiene gruta de mentira con rocallas y chorritos de agua salut¨ªfera, bancos a la sombra, una capilla neog¨®tica para las misas y rosarios de las matronas de familias de orden, hotel espacioso y venido a menos, y en general un agradabil¨ªsimo aire trasnochado, como de cuento de Clar¨ªn o la Pardo Baz¨¢n, o marco para la moderada luna de miel de Jacinta y Juanito Santa Cruz al principio de Fortunata y Jacinta.
El Mesa sale de Jaraba camino ya de su final en el embalse de la Tranquera, con tiempo a¨²n para formar las cascadas de la Paradera en el pueblo de Ibdes, junto a la Gruta de las Maravillas, que sin llegar a desbordar las promesas del nombre s¨ª que es una parada recomendable sobre todo por lo fresca, porque por aqu¨ª ya s¨ª que aprietan los calores de las estepas del Bajo Arag¨®n.
Meca excursionista
Para remediarlos y hacer noche, y sobre todo refrescarse, se puede rematar la ruta siguiendo un trecho m¨¢s hasta el fabuloso Monasterio de Piedra¡ªque acaba de reabrir al p¨²blico¡ª, meca del excursionismo patrio que todo el mundo en este pa¨ªs, de norte a sur y de oriente a poniente, acabamos visitando al menos una vez en la vida. No es para menos, porque es un interesant¨ªsimo experimento paisaj¨ªstico y sociol¨®gico del siglo XIX, precursor del parque de atracciones contempor¨¢neo, con su itinerario fijo de cascadas y grutas, y sus ruinas, restaurante, tienda y hotel que hoy llamar¨ªamos tem¨¢ticos. Si lo que apetece realmente es darse un ba?o para quitarse el polvo del camino, lo suyo es tirar hasta Alhama de Arag¨®n, que tiene otros balnearios famosos. El Balneario Alhama tiene una hermosa piscina termal al aire libre y esconde los misteriosos y bell¨ªsimos Ba?os del Moro y de la Mora, de ra¨ªces romanas: una gruta y manantial semisumergidos que datan en su configuraci¨®n actual del siglo X y en los que, seg¨²n la leyenda, se refresc¨® el mism¨ªsimo Cid, camino del destierro. Las Termas Pallar¨¦s rodean el famoso lago transparente de aguas termales. Por desgracia, las pol¨ªticas de la empresa relativas a su acceso son imprevisibles y cambiantes, y recientemente y (hasta nueva orden) se proh¨ªbe el ingreso a los visitantes que no se hospeden en sus hoteles, quiz¨¢ para evitar aglomeraciones a¨²n mayores en sus orillas.
Resulta recomendable seguir hacia Embid de Ariza y la se?orial y melanc¨®lica Casa de la Vega, una muy noble casona de labor con capilla, caser¨ªo, jard¨ªn descuidado, soberbias alamedas de pl¨¢tanos de sombra y sembrados de trigo. All¨ª hay que ver bien el famoso quejigo catedralicio que ya era antiguo en tiempos de los Reyes Cat¨®licos: lo llaman ?rbol del Encuentro porque, seg¨²n la leyenda, a su sombra se habr¨ªan visto por primera vez Isabel de Castilla y Fernando de Arag¨®n. Parece m¨¢s documentado que fuese Real Sitio de su hija Juana la Loca, y all¨ª habr¨ªa penado de viuda con su duelo inconsolable antes de acabar encerrada en Tordesillas. Cuando cae la tarde y con la brisa empiezan a respirar de nuevo los trigales, uno desde luego est¨¢ m¨¢s que predispuesto a creerse, y casi ver pasar, esos y otros fantasmas.
Javier Montes es autor de Luz del Fuego (Anagrama, 2020).
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