Mas¨¢i Mara, el ¨¦xtasis de observar
En la reserva nacional del suroeste de Kenia el viajero termina las jornadas cansado aunque lo ¨²nico que haga sea mirar y maravillarse ante su fauna
Mi fascinaci¨®n por el ?frica negra viene de la infancia, y la atribuyo a las pel¨ªculas de Tarz¨¢n de Johnny Weissm¨¹ller, a los libros de Edgar Rice Burroughs, creador del lord ingl¨¦s criado entre monos, y a algunos otros, como Orzowei o Las minas del rey Salom¨®n, todos ellos sin¨®nimo de emoci¨®n y aventura. Esa fascinaci¨®n ha pervivido hasta hoy y, descartada la aventura, ese ingrediente que hace que los protagonistas de esas ficciones pongan en juego su vida de manera constante, me queda el embrujo de su fauna, ¨²nica y asombrosa.
Aunque ?frica es inmensa, y muchos son los lugares para disfrutar de ella, seguramente el mejor sea la reserva nacional Mas¨¢i Mara, en el suroeste de Kenia, que limita con el parque nacional del Serengueti, perteneciente a Tanzania, territorios ambos de los mas¨¢is, los m¨ªticos cazadores de leones, que viven actualmente del pastoreo y del turismo, como las mujeres que me asaltaron a la entrada de la reserva para venderme sus abalorios. Aunque el Serengueti es mucho m¨¢s extenso, 14.763 kil¨®metros cuadrados frente a 1.510, Mas¨¢i Mara cuenta proporcionalmente con muchas m¨¢s pistas, lo que permite, sin saltarse la prohibici¨®n de salirse de ellas, acercarse m¨¢s a los animales, que viven acostumbrados a los curiosos, aunque en la m¨¢s salvaje libertad. Y vaya si abundan, y vaya si se acerca uno a ellos (siempre sin bajarse del veh¨ªculo, por seguridad), tanto, que es posible o¨ªr c¨®mo los elefantes arrancan con la trompa la maleza para llev¨¢rsela a la boca, o c¨®mo crujen los huesos de una gacela al ser devorada por los leones.
En mi viaje reciente a Kenia ¡ªel pa¨ªs permite la entrada a las personas vacunadas y los viajeros que se hayan recuperado del coronavirus en los 90 d¨ªas anteriores de su llegada; y todos deben presentar una PCR negativa realizada 72 horas antes de la salida del vuelo y un visado electr¨®nico (evisa.go.ke)¡ª, pernoct¨¦ durante cuatro noches en el Julia¡¯s River Camp, uno de los campamentos dentro de Mas¨¢i Mara, en una tienda muy grande y c¨®moda, al borde de un afluente del Mara, el Talek. El plan consist¨ªa en desayunar hacia las seis de la ma?ana, hora en la que hac¨ªa un fr¨ªo que luego ser¨ªa sustituido por un calor nunca agobiante, y salir con el 4¡Á4 a recorrer durante horas la reserva, regresando al campamento para la comida o llev¨¢ndola para hacer un p¨ªcnic en la sabana, un verdadero placer, no por la comida, sino por el lugar y el momento, que inevitablemente hac¨ªan pensar en Memorias de ?frica. Y en esas jornadas, en las que acababa cansado aunque lo ¨²nico que hiciera fuese mirar, no dejaba de maravillarme la cantidad de animales que se presentaban ante mis ojos: manadas de ?us; cebras de maravilloso dibujo blanquinegro; b¨²falos imponentes; diferentes variedades de ant¨ªlopes, desde las peque?as gacelas Thomson hasta los enormes elands; facoceros, a los que tras la pel¨ªcula de El rey le¨®n los gu¨ªas llaman Pumba; avestruces; babuinos en una pradera sembrada de huesos blancos; elefantes majestuosos, divisables desde muy lejos por su tama?o; jirafas con su andar como en c¨¢mara lenta; hienas de aspecto malvado; inquietantes e inm¨®viles cocodrilos; mangostas que corretean con aire de conspiradoras; buitres devorando los restos de un b¨²falo, ya poco m¨¢s que un pellejo relleno de la hierba que hab¨ªa comido antes de ser comido ¨¦l a su vez; apestosos hipop¨®tamos, y, por supuesto, leones y guepardos. Sin tener que bajarse del veh¨ªculo, que est¨¢ completamente abierto, se les puede observar a apenas tres o cuatro metros mientras comen, con las caras manchadas de sangre, o sestean, ajenos a los turistas.
De entre los animales, vamos a decir, ¡°espec?taculares¡±, los m¨¢s esquivos son el leopardo, seguramente el mejor cazador, que se esconde en las copas de los ¨¢rboles, y el rinoceronte, muy escaso. No vi ning¨²n leopardo, pero s¨ª una pareja de rinocerontes negros, de cerca y durante bastante tiempo, despu¨¦s de una fren¨¦tica carrera emprendida por el gu¨ªa, avisado por otros, una carrera llena de saltos por los baches con recompensa final. Y tambi¨¦n recorr¨ª en un paseo las lindes de la reserva, acompa?ado por un mas¨¢i, provocando una estampida de ?us, y dando las gracias despu¨¦s, exultante por esa r¨¢faga de libertad, por no haberme doblado un tobillo.
En octubre y noviembre se produce en Mas¨¢i Mara la gran migraci¨®n, que se muestra en un sinf¨ªn de documentales que la han hecho mundialmente famosa, cuando unos dos millones de ?us, ant¨ªlopes y gacelas cruzan el r¨ªo Mara. Uno de cada diez de esos herb¨ªvoros muere en el intento, ahogado, aplastado por sus cong¨¦neres o devorado por los cocodrilos, que los aguardan hambrientos. Al fest¨ªn se suman hienas, leones, buitres, marab¨²es¡ En los d¨ªas que estuve, no consegu¨ª ver ninguno de los cientos de cruces que se producen en diferentes puntos del Mara a lo largo de las semanas, pero s¨ª sus efectos: ?us muertos en las orillas, o sobre las rocas, o dentro del agua, y una formaci¨®n de unos 200 buitres sobre el cortado del r¨ªo, como un ej¨¦rcito, esperando la ocasi¨®n para abalanzarse sin peligro sobre los cad¨¢veres.
Aunque la densidad de animales es tremenda, el parque es lo suficientemente extenso como para que a veces se recorra durante un rato sin ver ninguno, y es entonces el momento de disfrutar de los ¨¢rboles flanqueando los cursos de agua, de la amplitud de un paisaje de aire limpio, id¨¦ntico a como era hace miles de a?os, y de sus puestas de sol. Y al llegar al campamento, de las noches incre¨ªblemente estrelladas o de una tormenta nocturna de impresionantes rel¨¢mpagos.
De vuelta a Nairobi, antes de tomar el avi¨®n de regreso, tom¨¦ una cerveza en el elegante Aero Club of East Africa,?fundado en 1927, con fotograf¨ªas, maquetas y motores de la ¨¦poca heroica de la aviaci¨®n y camareros trajeados, para despu¨¦s cenar en el Carnivore, que me recibi¨® al son de la Macarena. Es conocido porque en ¨¦l se pod¨ªa comer carne de facocero, b¨²falo o ant¨ªlope. Actualmente solo sirven la de cocodrilo, algo gomosa y rica, quiz¨¢ por estar bien sazonada. En el improbable caso de que alguna vez me zampe un cocodrilo, pens¨¦ mientras masticaba, que sepan mis familiares que yo inici¨¦ las hostilidades.
Mart¨ªn Casariego es autor de la serie negra de Max Lomas, con dos primeros t¨ªtulos: ¡®Yo fumo para olvidar que t¨² bebes¡¯ y ¡®Mi precio es ninguno¡¯ (editorial Siruela).
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