Niza o c¨®mo veranear en invierno en la Costa Azul
Con un clima dulce y 300 d¨ªas de sol al a?o, la localidad francesa es sin¨®nimo de lujo, dulzura y bienestar desde el siglo XIX. Arist¨®cratas, m¨²sicos y escritores ya se dejaron seducir por su historia como pueblo piamont¨¦s y su personalidad ¨²nica
En Niza se invent¨® el turismo de invierno, o eso dicen all¨ª. Es su eslogan. Aunque la cosa tendr¨ªa sus matices. La capital de la Costa Azul es sin¨®nimo de lujo y bienestar, la douceur de vivre (la dulzura de la vida, en castellano). Un para¨ªso exaltado por artistas y escritores que siguieron la estela de ricos y poderosos en horario de recreo. Sus villas y palacetes fueron declarados por la Unesco patrimonio mundial. ?Q...
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En Niza se invent¨® el turismo de invierno, o eso dicen all¨ª. Es su eslogan. Aunque la cosa tendr¨ªa sus matices. La capital de la Costa Azul es sin¨®nimo de lujo y bienestar, la douceur de vivre (la dulzura de la vida, en castellano). Un para¨ªso exaltado por artistas y escritores que siguieron la estela de ricos y poderosos en horario de recreo. Sus villas y palacetes fueron declarados por la Unesco patrimonio mundial. ?Qu¨¦ hizo venir a aquellos precursores? Lo mismo por lo que siguen acudiendo en tromba hoy d¨ªa los turistas: Niza es la segunda ciudad m¨¢s visitada de Francia, despu¨¦s de Par¨ªs, y su aeropuerto, el segundo con mayor tr¨¢fico de pasajeros. Para los de ayer y los de hoy la postal no ha variado: una bah¨ªa de aguas azules, hialinas, protegida por el escudo p¨¦treo de los Alpes Atl¨¢nticos, con un clima dulce en invierno, 300 d¨ªas de sol al a?o y un aire de libertad propiciado por un vecindario cosmopolita.
Una buena definici¨®n a bulto de la ciudad se tiene ¡°subiendo al castillo¡±, como all¨ª dicen. Pero no hay castillo. Solo queda el monte donde estuvo y donde todo empez¨®. Hay ascensor gratuito para subir. All¨ª estuvo la ciudadela, hasta que Luis XIV la hizo arrasar. Ahora es un parque lleno de ni?os y turistas, con una cascada artificial y un par de miradores: hacia poniente, el mirador Nietzsche ofrece el panorama de la bah¨ªa, el cord¨®n alpino que la protege y la inmensa mayor¨ªa se hace el selfi obligado con ese tel¨®n de fondo. Desde el mirador opuesto, a levante, se cierne a vista de p¨¢jaro el puerto deportivo, a los pies del monte Boron. En cuyas tripas se adentra la cueva de Lazaret, donde los neandertales cazaban conejos y flirteaban con los sapiens. Much¨ªsimo despu¨¦s vinieron los griegos, que dieron a la ciudad su nombre: Nikaia, la victoriosa ¡ªs¨ª, la misma palabreja de las zapatillas deportivas¡ª. Unos mosaicos recuerdan a los griegos junto al mirador.
A los pies del castillo fue creciendo lo que llaman ahora le vieux Nice: un casco de trazado medieval, apretujado, con calles angostas, en cuesta o con escaleras, y un color descaradamente italiano: ocre y siena en las fachadas, balcones con ropa tendida, r¨®tulos de calles en franc¨¦s y nizardo, olor irresistible a comida. Y es que Niza era italiana¡ antes de que existiera Italia. Varias veces pas¨® de manos, y era francesa cuando en ella naci¨®, en 1807, Giuseppe Garibaldi, el aventurero que, despu¨¦s de foguearse en Sudam¨¦rica, contribuy¨® a hacer del puzle italiano una patria unida. La reunificaci¨®n de Italia llegar¨ªa finalmente en 1861, y Garibaldi morir¨ªa veinte a?os despu¨¦s en Cerde?a.
El h¨¦roe italiano da nombre y tiene estatua en la plaza Garibaldi, que hace de bisagra entre el vieux Nice y la Vila-Nova. Es una plaza enorme, de aire italiano. El mismo aspecto piamont¨¦s, acentuado si cabe por los portici o soportales, ofrece la otra plaza bisagra con la ciudad nueva, la plaza Massena, orillada por tranv¨ªas taciturnos y adornada con unos budas estilitas del espa?ol Jaume Plensa. Dentro del casco viejo, sin embargo, es donde late el coraz¨®n diminuto y m¨¢s querido, la plaza Rossetti, ante la catedral barroca de Santa Reparata; esta m¨¢rtir de ¨¦poca romana es patrona contumaz de muchas poblaciones italianas, incluida Florencia (como se canta en el Gianni Schicchi de Puccini); las reliquias de la santa fueron tra¨ªdas en volandas por los ¨¢ngeles, de ah¨ª el nombre de bah¨ªa de los ?ngeles que ostenta el frente marino.
Hay un mont¨®n de iglesias barrocas en la vieja Niza. Todo resulta muy barroco y muy italiano, tambi¨¦n los palacios y edificios civiles. Como el palacio Lascaris, que esconde una preciosa colecci¨®n de instrumentos musicales antiguos. O el palacio de los Duques de Saboya (ahora Prefectura), de l¨ªneas cl¨¢sicas. Delante de ¨¦l se abre el Cours Sal¨¦ya, que es el epicentro de la Niza divertida. All¨ª se montan los mercados callejeros de flores o antig¨¹edades, seg¨²n el d¨ªa, y sus flancos est¨¢n repletos de locales y terrazas animados d¨ªa y noche. Solo hay algo parecido en la calle peatonal Massena, que sale de la plaza hom¨®nima. Y ya a otro nivel, para tarjetas oro, est¨¢n Cap Ferrat y Paloma Beach, a los pies del monte Boron; el lujo all¨ª es insultante, en terrazas, yates o villas que escalan el monte y ocultan a actores o deportistas archifamosos.
El destino de Niza como goloso pastel de ricos empez¨® hacia 1822, cuando el pastor anglicano Lewis Way se fue de la lengua y sus compatriotas comenzaron a venir en masa. Ellos adecentaron lo que era un sendero de cabras y acabar¨ªa llam¨¢ndose el Camino de los Ingleses, luego Promenade des Anglais. Una familia inglesa se dejaba en la temporada estival m¨¢s ganancia de la que rend¨ªa la cosecha anual de un olivar (?les suena?). La suerte de Niza estaba echada como para¨ªso tur¨ªstico.
Los palacetes, villas y hoteles que se elevaron al borde de la Promenade des Anglais, y a sus espaldas, escalando incluso las colinas, fueron declarados patrimonio de la Unesco en 2021. Son decenas y decenas, en todos los modernismos posibles, art nouveau, art d¨¦co, eclecticismo, incluso acentos nacionalistas y ex¨®ticos, como la catedral rusa, la m¨¢s grande fuera de territorio ruso. Entre los edificios m¨¢s notables, el Hotel Negresco, todo un icono, el Palacio Massena (ahora museo), el Palace de la Mediterran¨¦e¡ Un caso aparte es la ?pera. Tras un incendio con sesenta muertos, en 1885 se rehizo el edificio actual, que por fuera se aten¨ªa a las directrices de Charles Garnier, mandam¨¢s de turno, pero por dentro conserva el esquema de teatro a la italiana. Por cierto, el foyer lleva el nombre de Montserrat Caball¨¦; si en la vecina M¨®naco reinaba la Callas, aqu¨ª lo hizo la Caball¨¦ durante d¨¦cadas.
Los personajes arrastrados hasta Niza por la fama son tantos casi como los guijarros de sus playas. Arist¨®cratas como la reina Victoria de Inglaterra, el zar de Rusia o nuestra Isabel II. M¨²sicos como Berlioz, escritores como Nietzsche, Dumas, Victor Hugo o Vicente Blasco Ib¨¢?ez, que escribi¨® exilado las Novelas de la Costa Azul (1924) y est¨¢ enterrado en la vecina Menton; tambi¨¦n est¨¢ sepultada, en el cementerio del Este, la Bella Otero, gallega que triunf¨® en la Belle ?poque y muri¨® en la miseria. Tambi¨¦n los cineastas: Fran?ois Truffaut escogi¨® Niza como escenario de ese ardiente canto de amor al cine que es La noche americana (1973).
Los pintores son cap¨ªtulo aparte. Chagall y Matisse tienen sendos museos, uno casi frente al otro, en la colina de Cimiez, donde est¨¢n las ruinas de la ciudad galo-romana (se puede subir con el autob¨²s de la l¨ªnea 5). Matisse descubri¨® Niza en 1917, se instal¨® en el inmenso Hotel Regina (por la reina Victoria, ahora apartamentos); a su muerte, en 1954, objetos suyos y las obras que don¨® a la ciudad se instalaron en una villa pr¨®xima del siglo XVII, a la que luego se uni¨® un anexo subterr¨¢neo. El Museo Nacional Marc Chagall fue construido en vida del pintor, en 1973, para albergar telas de gran formato sobre temas b¨ªblicos. A solo unos minutos en coche quedan Cagnes, Vence y Saint Paul-de-Vence. En Hauts-de-Cagnes se puede visitar la finca-estudio de Jean Renoir. Y en St. Paul-de-Vence, la Fundaci¨®n Maeght, dise?ada por Jos¨¦ Luis Sert, es un templo del arte del siglo XX.
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